Cuenta la leyenda que al sabio griego Arquímedes, mientras tomaba un plácido baño, le sobrevino súbitamente idea de que el volumen sumergido de su cuerpo en la bañera desplazaba una masa equivalente de agua. De ese modo, podía calcular exactamente el volumen de cualquier sólido, problema irresoluble en ese momento. Se dice que pronunció entonces su famosa frase “¡Eureka!” (“¡Lo encontré!”). Quizá por ese motivo, todavía hoy perdura el tópico de que las mejores ideas aparecen bajo la ducha. Pero no es un tópico. Es un hecho contrastado que gran parte de las buenas ideas surgen mientras nos duchamos. O, de forma más genérica, en momentos de relax. Y, precisamente, por la mañana.
¿A qué se debe este extraño fenómeno? Los modernos avances en neurociencia nos ofrecen algunas explicaciones. Mientras vivimos y acumulamos experiencias, el cerebro se comporta de forma similar a una memoria electrónica: forma conexiones físicas de grupos neuronales. Nuestros recuerdos no son más que conjuntos de neuronas conectados de una determinada forma por el cerebro. Acceder a ellos crea la memoria.
Cuando afrontamos un problema (por ejemplo, en el trabajo) el cerebro conecta “racionalmente” grupos neuronales. De forma lógica. Es decir, conecta aquellos que están previamente relacionados de un modo u otro. Como un músculo, el pensamiento actúa activando automáticamente conjuntos de neuronas que el cerebro interpreta como similares. Como olas en las rocas, los circuitos nerviosos activados chocan mecánicamente, una y otra vez, contra el problema intentando resolverlo.
Sin embargo, en ocasiones, la resolución de problemas no es mecánica ni aparentemente lógica. A veces se precisan alternativas singulares y creativas. Entonces deben conectarse circuitos nerviosos y grupos neuronales no previamente conectados. De hecho, no relacionados. Eso pasa espontáneamente en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando dormimos. Los sueños son pensamientos aberrantes, originados por recuerdos que se superponen de forma aleatoria, conectando clústeres de neuronas sin relación ni lógica previa.
Por la mañana, al despertarnos, los circuitos nerviosos se reconfiguran. En ese momento aún no están prefijados por el pensamiento convencional (lógico). Por eso, durante unos minutos, todavía existen flujos activos de pensamiento no convencional, de desinhibición cognitiva, y aparece el pensamiento creativo. De ahí el tópico de la idea bajo la ducha. El cerebro todavía no ha reconfigurado su sistema operativo racional. Restan conexiones no convencionales activas que generan un flujo de ideas originales.
Por la misma razón, para resolver problemas complejos, es bueno relajarse, desinhibirse. Romper las fijas conexiones nerviosas racionales, activar espontáneamente otros nodos. Difícilmente resolveremos un problema complejo sentados frente a nuestro ordenador en la oficina. O en una cerrada sala de reuniones del despacho. Las buenas ideas surgen cuando relajamos el cerebro paseando, haciendo footing o pintando un cuadro. De ahí el también tópico de la necesidad de espacios y entornos creativos para innovar.
Esta explicación tiene relación con las teorías de redes y con la necesidad de la innovación abierta. Una red cerrada (una empresa volcada en su core business, por ejemplo) es una máquina de optimización de sus propios procesos, pero difícilmente aprende cosas nuevas sin inputs externos, y mucho menos crea conceptos originales. Cuando se abre la red (accediendo a nuevas personas, con nuevas experiencias, en nuevos entornos), la empresa es capaz de obtener nueva información, aprender nuevas competencias y de dar a luz ideas creativas.
Si para innovar en una tabla de surf escogemos los mejores surfistas de Hawai, jamás pasaremos de la innovación incremental. Necesitaríamos abrir la red, incorporar alguien totalmente ajeno, como un alpinista, para darnos cuenta que también se puede hacer surf en la montaña. Si para innovar en nuestra empresa escogemos un equipo de directivos especializados en el core businesstradicional, jamás innovaremos. No escaparemos a la fuerza gravitatoria del negocio convencional. En el mejor de los casos, mejoraremos incrementalmente el paradigma clásico. Daremos una aspirina a la vieja vaca lechera que nos mantiene, la cash cow de la matriz de Boston Consulting Group. Pero de esos equipos jamás nacerá la joven ternera que nos alimente los próximos años.
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