Me pareció una lúcida definición, no exenta de una buena dosis de cinismo que nace de constatar lo obvio y expresarlo con brillantez.
Sí, el destino a veces es la consecuencia inevitable de aquello que siendo evitable no te da la gana evitar. Si vas a 200 km/h dirección a un muro y no quieres sacar el pie del acelerador, ni frenar, ni cambiar la trayectoria, el destino está claro: te estampas. Pero si frenas, reduces gas, y giras el volante con previsión, el viaje puede durar mucho tiempo.
Otras veces, el destino te sorprende cuando menos te lo esperas por mucho que te empeñes en controlar tu vida.
Esto es lo bueno que tiene la existencia: la extraña combinación de azar y responsabilidad, lo incontrolable y lo gestionable, que la van definiendo.
¿El futuro está en manos del tiempo, o en nuestras manos? ¿La mejor manera de prever el futuro es crearlo? ¿En qué medida y de qué depende la capacidad que tengamos de crear circunstancias con nuestras acciones que acaben definiendo un cierto destino? En fin, las preguntas son tantas como las respuestas. Me quedaría con una simple idea: el azar reparte las cartas, pero nosotros las jugamos.
En este nuevo post del blog Reflexiones, una pincelada sobre estas cuestiones, para abrir debate y provocar, eso, Reflexiones.
http://www.alexrovira.com/
Besos y abrazos,
Álex
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