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He escrito en muchas ocasiones que la escuela debe entenderse como un lugar de aprendizaje más que como un lugar de enseñanza.
Esto, aunque lo parezca, no es un juego de palabras o un ejercicio de retórica vacía. Es una declaración de principios: “el alumno es el protagonista de su aprendizaje”, pero protagonista precario, como lo somos todos en nuestra propia educación, es decir, necesitados de ayudas.
El profesor es la ayuda necesaria para el aprendizaje y la formación intelectual de sus alumnos, pero en modo alguno esto debe significar que es el actor principal que día tras día expone frente a la clase que, paciente o sufriente, lo escucha.
Resumidamente: el profesor no es la única fuente de conocimientos, ni siquiera la más relevante o actualizada, es decir ya no es “el sabio en el escenario”, si no la “guía al lado del alumno”, la ayuda que éste precisa para avanzar en un camino que sólo él puede recorrer porque, no lo olvidemos por obvio, el aprendizaje es radicalmente personal e intransferible.
Esto que acabo de señalar tendrá su importancia al final. En la escuela tradicional que conocemos, y en la que todos nos hemos educado, simplificando por brevedad, el profesor explica y los alumnos escuchan (¿) y toman unas notas. Incluso hay quien ha llegado a decir que “la lección magistral es ese procedimiento por el que lo que está en los papeles del profesor pasa a los papeles del alumno, sin haber pasado por la cabeza de ninguno de los dos”.
Sarcasmos a parte, cabe poca duda de que un sistema expositivo genera, o propicia, una suerte de inacción en el alumno que es poco deseable. Y aquí entran los deberes. En clase te explico y en casa practicas lo explicado, o resuelves estos problemas o realizas esta otra actividad de aplicación de “lo aprendido”.
Todos los profesores dicen que sus deberes o tareas se resuelven en pocos minutos, algo que cualquier padre negará taxativamente. Otras veces los profesores, con la mejor intención, involucran a papá y mamá en la tarea, lo que les lleva –en muchas ocasiones- al colmo de la desesperación… A los padres y a sus hijos.
A los primeros porque después de largas horas de trabajo llegan cansados (no digamos si uno vive en una gran urbe), y a los segundos porque papá o mamá no saben o no me explican bien o acaban riñéndome. Con ello, lo que comenzó con buena intención por parte de los profesores para fomentar las relaciones familiares acaba en fiasco.
Los escolares de este país, por los datos disponibles, hacen más tareas que la media del resto de los europeos, pero sus jornadas son largas, muy largas. Primera pregunta: ¿cuántas horas es razonable que trabaje un joven escolar que ha salido de su casa antes o alrededor de las 8 de la mañana y regresa hacia las 6 de la tarde? ¿Nos llevamos los adultos la oficina a casa? Si la respuesta es afirmativa, ¿es razonable que lo hagamos? ¿Cuándo conviven padres e hijos? ¿Cuántas horas duermen los niños y jóvenes? ¿Cuándo juegan o leen o “enredan” en sus cosas personales? ¿Cuándo viven su niñez o edad juvenil? Este es el primer problema de los deberes: el tiempo y el espacio en el que han de realizarse.
Segunda cuestión. En la escuela tradicional que conocemos la tarea que se hace en casa es, genéricamente hablando, de aplicación de lo “aprendido” en clase, de lo enseñado. Y aquí viene el segundo problema: “esto no me sale”, “no sé cómo hacerlo”, “esto no lo entiendo”, “¿por qué…?”, ¿qué significará esto…?”, “a mí no se me dan bien esto”, “¿seré un poco burro?” (no verbalizarlo no significa que no se piense o, se sienta). Es decir, cuando más necesito a mi profesor es ahora cuando estoy haciendo la tarea, pero no está.
Hay un modelo que se está extendiendo mucho en todo el mundo que es la enseñanza inversa o flipped classroom, sobre el que se puede encontrar mucha información en este propio blog donde hay más de una docena de entradas, o en el libro electrónico “The flipped classroom. Cómo convertir la escuela en un espacio de aprendizaje” que publicamos hace no mucho. O a través de la escuela de formación de profesores online de UNIR desde la que estamos desarrollando un experto (hablaré de esto otro día).
Este modelo que defendemos y en el que venimos trabajando hace unos años consiste, básicamente, en convertir el aula en un espacio de discusión, de trabajo en grupo o individual, en el que se incrementa la relación profesor alumno. Una clase inversa es: un medio para incrementar la interacción y el tiempo de contacto personalizado entre profesores y alumnos; un ámbito en el que los estudiantes asumen la responsabilidad de su propio aprendizaje; una clase en la que el profesor no es "el sabio en el escenario" sino la "guía al lado del alumno"; una combinación de enseñanza directa y aprendizaje constructivista; un medio por el que los alumnos ausentes, debido a enfermedad u otras actividades que les impiden asistir a clase, pueden seguir el ritmo de desarrollo de las materias; una clase en la que el contenido está permanentemente archivado para que los alumnos lo utilicen en acciones de repaso, recuperación, etc.; un modelo en el que todos los alumnos están implicados en su propio aprendizaje; una clase, en suma, en la que los alumnos pueden tener una educación personalizada real.
¿Y esto qué tiene que ver con los deberes? Pues todo, porque los deberes (genéricamente hablando) se hacen en la clase donde el profesor es de gran e inestimable ayuda, y la enseñanza directa se desplaza del ámbito de la clase a otro entorno, por ejemplo la casa, en la que los alumnos tienen que visionar un vídeo, anotar unas dudas para resolver en clase al día siguiente, etc. Así, la clase y la escuela se convierten en un lugar al que voy a progresar en mi aprendizaje, a resolver mis dudas particulares, a colaborar con mis compañeros. Ahí es donde el profesor vuelca todo su valor añadido en el proceso. Voy a clase a algo concreto, no “a ver qué me cuentan hoy”. Esto sí tiene sentido. Los deberes como los conocemos hoy no lo tienen, aunque su valor no sea nulo, si bien presentan más inconvenientes que ventajas. Si alguien se pregunta, acertadamente, ¿qué dice la investigación? Pues que tienen un efecto típico modesto de 0,29 (magnitud del efecto), que puede llegar según las edades y la especificidad de los mismos hasta 0,64 (que es un valor importante y se da en alumnos mayores). Al margen de esto, soy partidario de que se aplique el modelo inverso en el que la casa y la clase se conviertan más en lo que deben ser: un lugar de convivencia entre padres e hijos y un lugar de trabajo entre profesores y alumnos, respectivamente. Para terminar adjunto un infográfico que acabo de recibir sobre este particular que ofrece una panorámica de los deberes en varios países. Me parece que es relevante echarle un vistazo.
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