martes, 15 de noviembre de 2011

El emprendimiento decisivo: la propia carrera profesional

http://socrates.ieem.edu.uy/2011/05/el-emprendimiento-decisivo-la-propia-carrera-profesional/

Encontrar un trabajo que coincida con nuestras habilidades espontáneas no es sencillo, si no no existirían tantos profesionales frustrados. Pero es preferible una frustración producto de haberlo intentado que una frustración per sé.
CARICATURA El Observador  18 de mayo 2011
En el mundo de la empresa se valora mucho y legítimamente al emprendedor porque es un personaje clave en el orden empresarial: sin emprendedores no hay empresas. Pero quizá esa legítima evaluación esté excesivamente centrada en los emprendimientos exteriores, es decir en las externalidades de ese espíritu emprendedor. Y es razonable: así como el movimiento se demuestra andando, el espíritu emprendedor se demuestra por realizaciones concretas, tangibles. Siendo esto innegable, de todos modos se corre el riesgo de dejar de lado la capacidad para encarar la propia carrera profesional como un verdadero emprendimiento. Tarea imprescindible, porque es fundamental, de todo buen directivo. Sin directivos que tengan satisfacción por haber gestionado adecuadamente su carrera se hace imposible llevar adelante esos emprendimientos que en su origen nacieron en un visionario que supo descubrir un negocio donde los demás constataban solo hechos y circunstancias más o menos fortuitas. De ahí el título con el que se inician estas reflexiones.
Frustraciones recurrentes
No es raro encontrarse en el mundo de la empresa con profesionales en apariencia exitosos que sin embargo arrastran una íntima frustración laboral que los lleva a pensar que quizá deberían haber obtenido otros logros o haber elegido otra carrera. Añado a mi percepción personal la experiencia de Robert Kaplan que relata al comienzo de un artículo[1] publicado hace unos años en la Revista de Harvard en el que en parte se han inspirado estas reflexiones.
Sin dejar de lado lo que puede influir en estos estados anímicos lo que se ha llamado la “crisis de los cuarenta” –una situación de la vida en la que se comienza hacer balance porque se comienza a percibir que las posibilidades de desarrollo personal van menguando, crisis que no tiene por qué coincidir exactamente con esa edad–, esa frustración es real. Generalmente suele darse en personas que no han reflexionado lo suficiente en sus primeros años de profesión, y que se han dejado llevar por la opinión vigente en esos momentos iniciales, sin ejercer suficientemente su propia personalidad en medio de las circunstancias que les tocó vivir.
Si bien es verdad que todos somos hijos de nuestro tiempo, el “drama” se presenta cuando tomamos conciencia de que somos exclusivamente un “producto” del tiempo que nos tocó vivir, y no hemos logrado ser simultáneamente también hijos de nuestras obras, de nuestras acciones, de nuestras elecciones. Quizá por no haber advertido que haciendo nuestra carrera profesional, al mismo tiempo nos estábamos haciendo a nosotros mismos. Y de pronto nos encontramos con que no estamos satisfechos de lo que somos porque tampoco estamos satisfechos de lo que hicimos. Por eso es importante reflexionar antes de que sea demasiado tarde… Aunque siempre estamos a tiempo de rectificar el rumbo.
Encontrar el rumbo
El origen de estos desaciertos suele estar en que cuando se eligió la carrera se tenía poca experiencia de la vida y prácticamente ninguna del mundo laboral. Además muchas veces en esa elección quizá pesaron excesivamente motivos ajenos sobre las propias condiciones personales: se adoptó una carrera “heredada” –varias generaciones en la familia de médicos o ingenieros, por poner un ejemplo–, o tuvo un peso poco razonable una carrera de moda; sin advertir que las modas pasan, y en el rubro “carreras” ese paso es vertiginoso, sobre todo en los últimos años.
“Para lo que nos gusta tenemos genio”, decía Ortega citando a Schlegel. Y quizá habría que concluir que seguramente nos gusta hacer algo porque tenemos talento para hacerlo. Y es razonable: a nadie le interesa ser un fracasado. De ahí que el primer paso para acertar con la carrera profesional adecuada sea sincerarnos con nosotros mismos con un FODA personal: ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Y en esta tarea puede ser muy provechosa la ayuda de alguien que nos quiera bien y nos hable claro. Porque muchas veces somos incapaces de reconocer nuestras debilidades concretas, nuestros puntos flojos, pero ocurre también que otras tampoco reconocemos nuestras fortalezas, porque no acaban de convencernos: preferiríamos tener otras habilidades. Y por no aceptarnos a nosotros mismos, incluso agradeciendo esas cualidades como un don, nos malogramos innecesariamente por aspirar a realizaciones para las que no estamos dotados.
Seguir el rumbo
Lo que es fundamental es que nadie asuma el “drama” de su carrera profesional –un drama que acabará cuando nos jubilemos, porque mientras estamos en el mundo laboral puede haber una tercera y hasta una cuarta carrera– con mentalidad de víctima. Porque entonces es seguro que se tratará de una profecía autocumplida: si declaro que no se puede hacer nada, seguramente tendré razón – indudablemente la tienen todos los que se han considerado víctimas–.
Pero queda la otra opción: asumir la propia carrera profesional con mentalidad de protagonistas. Y aquí importa recordar que esa mentalidad implica asumir plenamente la responsabilidad personal en la gestión de la propia carrera, descargando todo tipo de “culpas” a otras personas, instituciones o la sociedad en la que vivimos.
Es verdad que las mejores realizaciones generalmente se originan en oportunidades que en estricto sentido se dieron sin que las hubiéramos producido nosotros, pero es también verdad que con nuestra actitud de búsqueda, con nuestro empeño sostenido nos hacemos capaces de detectarlas. Y no solo de detectarlas, sino de aprovecharlas con un arrojo que proviene de la convicción de que si queremos un cambio tenemos que movernos porque, como dice el adagio medieval, “de la nada, nada sale”.
Moverse, lanzarse, asumir el riesgo de posibles errores. Porque no hacer nada, concluir que no se puede hacer nada, es clarísimamente el primer error para eludir en este emprendimiento fundamental. Decía un amigo mío: “es verdad que el destino existe” pero, eludiendo todo fatalismo concluía: “pero en gran parte se lo hace cada uno”.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 18 de mayo de 2011.

[1] Cf. Robert Kaplan, “Alcanzar su potencial”, HBR, Julio 2008, pp. 92-98

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