La sociedad determina en mayor o menor medida no solo nuestros comportamientos y decisiones sino también cómo nos sentimos. Las expectativas sociales sobre cómo deben ser nuestras vidas pueden convertirse en un fardo demasiado pesado para algunas personas.
Así lo demuestra Brock Bastian y sus colaboradores, quienes han reclutado a cientos de estudiantes australianos y japoneses para descubrir que las personas que creen firmemente que la sociedad se espera que intentemos ser felices, también tienden a evaluar más negativamente sus emociones. En otras palabras, creer que existe una expectativa cultural que nos obliga a ser felices incrementa la tristeza. De la misma forma, se apreció que mientras más fuerte se experimentaba esta expectativa, más emociones negativas se vivenciaban.
Vale aclarar que este fenómeno era menos pronunciado entre los estudiantes japoneses. ¿Por qué? Por el simple hecho de que su cultura tolera mejor las emociones negativas.
Pero estos resultados no hicieron sino rascar la superficie de un fenómeno mucho más complejo. Bastian realizó otro estudio para poder comprender mejor cómo la expectativa social de felicidad determina nuestro bienestar.
En primer lugar, le pidió a la mitad de los participantes que leyesen unos artículos de prensa cuidadosamente preparados para transmitir la expectativa social de felicidad (hacían referencia a que la tristeza es contagiosa y al hecho de que las personas tristes son desagradables) y luego les pidieron que escribiesen un ensayo sobre algún hecho negativo de sus vidas.
La otra mitad de los participantes también debía escribir el mismo ensayo pero le dieron a leer artículos donde se transmitía la idea de que las personas tristes eran aceptadas en la sociedad.
El resultado no se hizo esperar: quienes leyeron los artículos que condenaban la tristeza y ensalzaban la felicidad experimentaron más emociones negativas mientras escribían su ensayo. Al contrario, el grupo que leyó que la tristeza era tolerada, refirió menos emociones negativas incluso si estaban recordando un hecho triste de su vida pasada.
Los investigadores no tienen dudas, las expectativas sociales de felicidad realmente nos entristecen ya que nos damos cuenta que es muy difícil poder satisfacerlas. Para comprender este fenómeno podemos pensar en nuestro “yo” como en un niño pequeño y a nuestros padres encarnando el papel de la sociedad. Si nuestros padres nos dicen constantemente que debemos obligatoriamente sacar buenas notas (sin tener en cuenta nuestras portencialidades reales) entonces nos sentiremos tensos y, ante el más mínimo fracaso, el mundo se nos vendrá abajo. Así funcionan más o menos las expectativas sociales.
Obviamente, el hecho de que la sociedad promueva la felicidad no es del todo errado. El problema es que también debe promover la aceptación de otras emociones y formas de enfrentar la vida. Además, recordemos que la felicidad no es un objetivo a cumplir sino un camino a recorrer.
Fuente:
Bastian, B. et. Al. (2012) Feeling bad about being sad: the role of social expectancies in amplifying negative mood. Emotion; 12 (1): 69-80.
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