Como algunos sabéis, llevo ya algunos añitos colaborando con educadores, equipos universitarios y programas de promoción de emprendedores en el fomento de la iniciativa personal de los jóvenes, y también del personal investigador o académico. Por cierto, es de los trabajos que más me gusta hacer.
Entre las experiencias que he tenido en esa área, quiero comentar la oportunidad que me dio Julieta Barrenechea en junio de este año de trabajar durante 3 días en San Sebastián con el equipo del proyecto IKD-GAZtE de la Universidad del País Vasco para rediseñar y prototipar un nuevo modulo educativo de fomento de la iniciativa personal (IKD) para los estudiantes de ese centro académico.
En los talleres que organizamos (ver imágenes) con el equipo de estudiantes-facilitadores de IKD y algunos profesores, se dedicó bastante tiempo a definir qué atributos o competencias habría que desarrollar en los jóvenes para que adquieran realmente un “sentido de la iniciativa personal”. Allí nos dimos cuenta que, a pesar de los muchos avances que el programa había conseguido en su primer año-piloto, no teníamos todavía un marco de competencias suficientemente estructurado y definido, para poder a partir de él diseñar dinámicas formativas que contribuyeran a desarrollar esas capacidades.
Teníamos que saber primero qué buscábamos, y eso era algo que no estaba del todo claro (al menos conceptualmente), así que nos pusimos manos a la obra para identificar un conjunto de competencias que: 1) no se solaparan entre sí, o sea, que cada una aportara cosas distintas, 2) fueran concretas y permitieran el diseño de lógicas educativas para fomentarlas, 3) el conjunto agregado de esos atributos diera como resultado una mejora global significativa de eso que llamamos “sentido de la iniciativa personal”, y que es una consigna que me gusta mucho más que la de “fomentar emprendedores” porque al ser más abarcadora la incluye, y porque evita el reduccionismo tan de moda de creer que sólo interesa formar a los jóvenes como promotores de empresas, algo que es loable y necesario, pero que es sólo uno de los muchos caminos por los que se puede canalizar el sentido de la iniciativa.
Los resultados de esos talleres de Junio fueron muy interesantes, y salimos con la sensación de que habíamos avanzado mucho. Después he seguido trabajando por mi cuenta en ese modelo, afinando atributos y repensando posibles redundancias, lo que dio como resultado provisional el listado de competencias que presento aquí.
Lo he dividido en dos partes porque creo que no es lo mismo “querer hacer” algo, que “poder hacerlo”. Lo primero tiene que ver con la aCtitud, es de naturaleza volitivo-cultural; mientras que lo segundo es una cuestión de aPtitud, de saber cómo conseguirlo. Tuvimos un debate sobre esto, y me di cuenta que si bien la “iniciativa personal” parece tener mucho más que ver con una predisposición, o sea, con una aCtitud o vocación (que puede ser innata y/o adquirida socialmente); también hay una parte de aPtitud, porque si “quieres” hacer algo y ves que no “puedes” por no saber hacerlo, entonces esa frustración continuada puede terminar socavando la buena predisposición inicial. Así que, como lo veo ahora, necesitamos desarrollar competencias que ayuden a “iniciar con determinación” proyectos propios, pero también a dominar capacidades mínimas para gestionarlos con un grado razonable de probabilidad de éxito.
ACTITUD (“querer hacerlo”):
- Autonomía y pensamiento crítico (cuestionarse las cosas): Espíritu inconformista. Adquirir la costumbre de cuestionarse las cosas para poder cambiarlas: “Esto se puede cambiar”, “Las razones que me han dado para que esto sea así, no me convencen”. Preguntarse “¿Y por qué no?”. Huir del “borreguismo” y del “group-think”. Aprender a tomar decisiones de forma autónoma. Pensar primero en lo deseable, y sólo después en lo posible. Tener criterio y capacidad de filtrado, para separar la paja del trigo. No dejarse deslumbrar por la Marquitis. Un punto clave aquí es aprender a decidir de forma autónoma (a partir de referencias propias, y no de un guión predeterminado), una habilidad que conecta con la siguiente competencia.
- Capacidad ejecutiva y vocación de acción (ser expeditivos): “Just do it”. Pasar a la acción transformando ideas en proyectos con rapidez, incluso cuando se carece de apoyos. Cultura de Prototipado, de Acción-Reflexión-Acción, en vez que pretender el Plan-Perfecto. Habilidades de la Cultura-Lean.
- Constancia, perseverancia (ser pacientes para llegar lejos): Tenacidad. Mantener el foco. Sentido de la responsabilidad y el compromiso con los proyectos. Apostar por el largo plazo evitando “lo vaporoso”. Cultura del esfuerzo: cultivarse y crecer en el trabajo duro. No temer al Poder (o mejor, saber gestionar ese miedo). Entender que la “destrucción creativa” subyace en todos los procesos de innovación auténtica, y que por tanto siempre habrán resistencias. Por cierto, esta es una competencia en la que se trabaja muy poco de forma explícita en los programas de formación que conozco, y que quizás sea la más importante de todas.
- Tolerancia al error (asumir con más naturalidad los errores): Entender los errores como una oportunidad de aprendizaje dentro de un proceso de iteración infinito. Esto no va de glorificar el error (una retórica tan de moda en estos días), sino de juzgarlo en su justa medida, con sus costes y beneficios. Se trata, en definitiva, de desarrollar habilidades de “buenos gestores del riesgo”, para entender que pueden haber “errores inteligentes” y que la gente-con-iniciativa comete, por definición, una buena dosis de fallos.
- Flexibilidad y apertura (aprender a aprender): Muscular la curiosidad y la apertura de mente para abrirse a las oportunidades. Esa flexibilidad consiste en vivir en un constante equilibrio inestable entre firmeza y humildad, lo viejo y lo nuevo, aprender y desaprender, hablar y escuchar, y también en saber gestionar/compartir el nuevo conocimiento.
APTITUD (“saber hacerlo”)
- Creatividad: Aprendizaje de técnicas y habilidades que ayuden a pensar fuera-de-la-caja. OJO, este atributo es importante, pero está sobrevalorado. Muchos programas de formación se obsesionan con esto pero descuidan otras competencias (p.ej. la perseverancia) porque no saben distinguir entre “creatividad” e “innovación”. Forman “gente creativa” pero no “innovadora”.
- Empatía: La creatividad necesita de la empatía como factor de equilibrio. Ambas se complementan porque apuntan a direcciones distintas. Además de saber volar, de liberar la imaginación, es importante aprender a ser sensibles y empáticos con “los otros”. Esto incluye la capacidad de detectar necesidades latentes y entrenar una cierta “mirada antropológica” o lo que hoy llaman “Enfoque-de-usuario”. Metodologías como el Design Thinking ayudan mucho a esto.
- Trabajo en equipo: Aprender a colaborar es fundamental para superar hoy cualquier desafío innovador. Para eso hay que saber gestionar la diversidad, y canalizar constructivamente las emociones. La gente con iniciativa que consigue lo que se propone suele manejarse bien como “conectora” entre diferentes. Además, suelen ser personas que han aprendido a ser generosas y humildes.
- Capacidad de agregación y síntesis: Esto es más importante de lo que parece, y suele ser también un atributo descuidado. Saber agregar y sintetizar ideas/conceptos ayuda mucho a atenuar la dispersión creativa en la que suele caer la gente con (exceso de) iniciativa. Hoy tiene un valor enorme aprender a descubrir patrones dentro del caos informacional que existe, y esa capacidad de filtro se entrena.
- Tolerancia a la ambigüedad: Esta competencia es de las más difíciles de desarrollar (claro, más para unos que para otros). Consiste en aprender a aceptar y a asumir la complejidad, a comprender que hay espacios de incertidumbre con los que hay que aprender a convivir. Renunciar a la obsesión por el control en ciertos ámbitos y asumir lo desconocido como una fuente de curiosidad y no de estrés, es una habilidad muy preciada para llevar los proyectos a buen puerto.
- Poder de persuasión: Por muy buenas que sean las ideas, si no se saben comunicar, va a ser difícil convertirlas en buenos proyectos. Por eso la gente con iniciativa sabe “vender” sus ideas, son buenos storytellers en el mejor sentido del término. Es lógico que así sea porque todo proyecto necesita de un equipo que lo impulse, y a veces la masa crítica que lo hace viable significa multitudes de personas, así que la capacidad de persuadir y seducir es una competencia que termina siendo determinante.
En fin, creo que este esquema puede ser útil para diseñar programas de formación/sensibilización de (futuros) emprendedores y para el fomento de “habilidades innovadoras” tanto en funcionarios públicos como en trabajadores de empresas privadas. Y lo que me parece más interesante es la posibilidad de diseñar dinámicas formativas del tipo “learning-by-doing” para desarrollar de forma específica cada una de esas competencias. Teniendo más claro lo que buscamos, adecuadamente “mapeado”, es más fácil recrear ejercicios que nos ayuden a conseguirlo. Es un tema que me interesa mucho seguir trabajando, y del que seguramente seguiré escribiendo aquí.
Nota: La imagen del post es del album de kT LindSAy en Flickr.
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