martes, 8 de octubre de 2013

La emergencia de las ciudades creativas

http://www.caffereggio.net/2013/10/06/la-emergencia-de-las-ciudades-creativasde-xavier-ferras-en-dinero-de-la-vanguardia/ 

La innovación no será liderada por estados o naciones. Será liderada por ciudades. La clave del futuro de la competitividad pasa por el desarrollo de ecosistemas innovadores, y esos ecosistemas serán construidos alrededor de ciudades, y concentrados en territorios pequeños, de alta intensidad innovadora. Esta es la culminación de un proceso que ha significado la irrupción de seis olas de innovación desde la revolución industrial.
Joseph Schumpeter fue el primer economista que introdujo el concepto de innovación en la literatura económica. Para él, la innovación era un fenómeno por el cual una nueva tecnología era introducida en el mercado, y esta generaba una ola de destrucción creativa. Un nuevo orden de cosas emergía y desplazaba al anterior. La innovación era, en esencia, rupturista. Así, la máquina de vapor desplazó a la navegación a vela, el automóvil a los carros de caballo, el PC a la máquina de escribir, o la fotografía digital a la película fotográfica. La innovación seguía una dinámica technology-push: el empuje de la tecnología generaba nuevos mercados. Esta fue la lógica imperante hasta la caída del muro de Berlín, y grandes avances tecnológicos como el avión, el GPS, las comunicaciones móviles o internet son introducidos en la economía siguiendo este paradigma. Las reverberaciones de la primera ola de innovación llegan hasta nuestros días.
Hacia 1990 se inicia un incipiente proceso de globalización. Entran nuevos competidores internacionales y los mercados se saturan con rapidez. La intensa competencia para atraer al consumidor hace desarrollar una nueva lógica empresarial: estar cerca del cliente supone un flujo de información estratégica para nuevas gamas de productos superiores. Es la era del marketing. La innovación se origina en el mercado. La dinámica dominante es la marketpull, de esencia incrementalista. Es la segunda ola, la época de la tiranía del consumidor.
Pero pronto, académicos, directivos y consultores se dan cuenta de que las fuerzas del arrastre del mercado y del empuje de la tecnología, que convergen y compiten en las organizaciones, no son suficientes para innovar con éxito. Para competir innovando, es preciso que todos los actores de la organización estén alineados, no sólo I+D y marketing. La innovación invade la totalidad de la empresa, que se convierte en un sistema innovador en sí misma. Producción, logística, recursos humanos… todos los departamentos deben estar sincronizados para innovar, e incluso el propio modelo de negocio debe ser innovador. Es la tercera ola, la irrupción de los sistemas avanzados de gestión de la innovación, inspirados en los viejos sistemas de gestión de la calidad.
Pero no es suficiente. De inmediato emerge un nuevo paradigma: la empresa sola no puede innovar de forma eficiente. Ecos provenientes del sector del automóvil, el más competitivo e intensivo en tecnología del mundo, demuestran que la verdadera unidad de análisis de la competitividad es la cadena de suministro. Una empresa no puede innovar si sus proveedores no están a la altura. Si un proveedor es comprimido en márgenes recortará sus estándares de I+D y calidad. Es el momento de selección de los mejores proveedores, de las alianzas estratégicas a largo plazo y de la integración de cadenas de valor: se sincronizan los aparatos de I+D y logística, e incluso se integran sistemas de información. Finales de los noventa. Es la cuarta ola.
El inicio de la quinta ola (2003) lo marca un brillante profesor de Berkeley, Henry Chesbrough, con la introducción de un concepto inspirador y revolucionario: innovación abierta. Es la época de más intensa globalización, escenario precrisis: el mundo, teóricamente, se hace plano. Internet vuelve simétricos a los países. La virtualización de la producción facilita que la innovación se expanda a un nuevo escenario: el campo de juego ya no es la cadena de valor, es la economía global. Las tecnologías, las ideas, y los mercados se encuentran en todas partes, y son accesibles on line. La innovación se vuelve abierta, y la empresa debe establecer mecanismos de captura externa e internacional de ideas y oportunidades.
Pero el escenario poscrisis da pie al sexto y definitivo paradigma, la última ola. En un mundo aparentemente globalizado, la innovación se concentra en algunos territorios específicos, auténticos ecosistemas innovadores (Finlandia, Baden-Württemberg, Massachusetts, Israel, Corea del Sur, País Vasco…). Las condiciones necesarias, una intensa red social subyacente, rica en contactos personales y en relaciones de confianza, y una cultura orientada a la iniciativa personal. Una cultura emprendedora. Una cultura que impregne a la administración, que estabiliza las reglas del juego a largo plazo, fomenta la ciencia de excelencia y provee de financiación de alto riesgo para proyectos transformadores.
No es la genética lo que diferencia ecosistemas innovadores. Nadie nace con el gen de la innovación. El emprendedor no nace, se hace. Tampoco es la geografía. Existen ecosistemas innovadores en climas mediterráneos, tropicales, desérticos o árticos. Es la cultura, el conjunto de comportamientos y creencias que guían las actitudes individuales, así como sus referentes sociales, los que forjan emprendedores. El emprendedor es el gran agente de cambio social y económico. Y, una vez se desarrolla una masa crítica, el proceso es imparable: las iniciativas innovadoras atraen capital. El capital atrae talento. El talento atrae más talento. El talento científico atrae centros de I+D, que atraen manufactura en una renovada corriente de relocalización ( reshoring). La innovación tiene una fascinante fuerza gravitatoria.
Y, en ese contexto, el papel de las ciudades como núcleo del ecosistema es determinante: Boston, Helsinki, Tel-Aviv, Singapur, Seúl o Barcelona son el corazón de potentísimas redes sociales innovadoras. El paradigma final de la globalización es un paradigma basado en la emergencia e interconexión de ciudades creativas. Ciudades abiertas, inteligentes, atractivas de talento, modernas y competitivas.

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