viernes, 4 de octubre de 2013

La templanza

http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20131004/54388365463/la-templanza.html 

La energía que generan las pasiones es la que permite convertir en acciones nuestras ideas

La semana pasada les hablé sobre la prudencia, lo que me animó a repasar la tradicional teoría de las virtudes, acuñada por la filosofía griega, elaborada por la filosofía medieval, y recuperada más tarde por la actual psicología positiva estadounidense. Una vez más, compruebo la necesidad de recuperar la experiencia de la humanidad, de conocer el largo proceso de aprendizaje de nuestra especie, lleno de triunfos y fracasos, de descifrar nuestro genoma cultural. Si no lo hacemos, caeremos en un torpe primitivismo. ¿Por qué se valoró tanto durante siglos la virtud de la templanza?¿No es una virtud de mojigatos incapaces de gozar del exceso y de la orgía? La moderación parece condenarnos a la vulgaridad. Hay en ella algo de tibieza, y nada menos que Dios dice en la Biblia, “te rechazo porque no eres ni frío y caliente”.
En este caso, como en tantos otros, el uso ha desfigurado las palabras, volviéndolas confusas. Para liberar a la templanza de su mediocre significado actual –moderación en el comer y en el beber– basta pensar en dos términos emparentados: el “temple” de una espada o de un carácter y el “clave bien temperado”, es decir, bien afinado. Otras palabras de uso corriente derivan de la misma raíz. Temperatura y temperamento, por ejemplo. Proceden todas del verbo temperare, que significaba “buena constitución”, “la adecuada dosificación o gradación de algo”. En el caso del clima, se refería al clima no extremado, es decir, templado. Como los médicos antiguos consideraban que nuestro organismo estaba regulado por cuatro humores –sanguíneo, flemático, melancólico y colérico–, llamaron temperamento a la mezcla de esos elementos. Cuando empezó a utilizarse en el terreno de la psicología moral, lo hizo traduciendo la palabra griega sophrosyne, significando la buena proporción de las pasiones. El libro que dirigió durante siglos la educación griega, la Ilíada, ya elogiaba esta virtud moderadora. El tema central de la obra es la ira, la cólera desmedida de Aquiles, y el anciano Néstor que advierte de las desdichas que trae la intemperancia.
Demos un salto de siglos. Desde hace unos años, se ha puesto de moda la inteligencia emocional o la educación emocional. Una vez más, el descubrimiento del Mediterráneo se jalea como un gran triunfo. Prácticamente todo su contenido estaba ya tratado en la centenaria teoría de las virtudes y, en especial, en el estudio de la templanza. Como conté en Pequeño tratado de los grandes vicios, los moralistas antiguos sabían que las pasiones son peligrosas, pero que no se puede hacer nada valioso sin pasión. 
Cicerón protesta contra los que consideran que toda pasión es una enfermedad y se pregunta: ¿cómo vamos a llamar enfermedad a la misericordia o al amor? De las pasiones recibimos la energía para la acción. Sin ese ímpetu, nuestra razón puede ser muy perspicaz, pero es paralítica, como ha demostrado la neurología. Si se seccionan los enlaces neuronales del lóbulo frontal (razón) con el lóbulo límbico (pasión), la persona mantiene su capacidad de razonar intacta, pero es incapaz de actuar. La pasión es deseable por su energía, pero es temible por su falta de control. Séneca dice que quien está arrebatado por una pasión “cabalga sobre una ola que nadie sabe dónde va a romper”. Esto les preocupaba. El arduo trabajo de penetrar de inteligencia las pasiones –no de anularlas– se le encomendó a la virtud de la templanza, que es la inteligencia emocional. Queda pendiente gestionar las emociones, suena muy bien, pero ¿con qué criterio hacerlo? ¿Cuáles moderar y cuáles intensificar? Lo responderé la semana próxima. 


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