jueves, 26 de junio de 2014

Souvenires de un viaje al futuro

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Souvenires-viaje-futuro_0_1160883943.html 

Vanguardias técnicas. La ciencia ficción imaginó teorías y artefactos –casi mágicos– que aterrizaron en el presente y son parte de la realidad cotidiana.

Conseguiremos algún día teletransportarnos? ¿Tendremos un DeLorean –el coche de Regreso al futuro – listo para viajar en el tiempo? ¿Se podrá viajar a galaxias lejanas desafiando la velocidad de la luz? ¿O llegar a disfrutar de capas de invisibilidad como la de Harry Potter?
Cuando se habla de ciencia ficción, es imposible no nombrar al físico y novelista sir Arthur C. Clarke. A la altura de íconos como Isaac Asimov, está considerado un maestro del género en el siglo XX. Con sus novelas y ensayos estimuló a jóvenes que acabarían convirtiéndose en científicos o en astronautas. Su imaginación y su osadía empujaron a millones de personas a hacerse preguntas sobre los enigmas del ser humano y el universo.
Clarke no sólo fue coautor, junto con Stanley Kubrick, del guión de la película 2001: una odisea del espacio , dejó, asimismo, como legado tres leyes hoy muy populares entre los adeptos a la ciencia divulgativa.
Puestos a desafiar lo establecido, ¿por que no saltarse el orden numérico y empezar por la tercera de sus leyes?: Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
¿Qué habría pensado un hombre de las cavernas si, hallando un atajo en el tiempo, le llegara un celular con el que hablar con alguien a miles de kilómetros? Pensaría que asiste a un acto de magia. Seguro que para los contemporáneos de Julio Verne, cuando escribió en 1865 De la Tierra a la Luna , la idea de viajar al espacio era una locura. Pero el 21 de julio de 1969 Neil Armstrong se convertía en el primer humano en pisar el satélite.
Menos conocida es la obra que Verne escribió en 1863, París en el siglo XX –obra que había estado oculta, pero fue recuperada por su bisnieto y publicada en 1994 por primera vez–. En esta obra, Verne describe una ciudad de 1960 rebosante de tecnología. Narra sobre trenes elevados de alta velocidad, comunicaciones por fax, rascacielos con fachadas de cristal o guerras en las que sólo participan máquinas –que hoy llamamos drones–. Es un sinfín de tecnologías imposibles para el hombre de a pie del XIX. Verne fue capaz de realizar predicciones muy precisas porque estaba inmerso en el mundo científico.
La ciencia ficción ha recurrido a los avances científicos para nutrirse de ideas. Pero esta relación no es unidireccional. También la ciencia ficción ha servido, en ocasiones, como inspiración para algunos desarrollos tecnológicos que hoy forman parte de nuestro día a día. El ingeniero Martin Cooper era fan de la mítica serie Star Trek.
En un episodio, vio cómo el capitán Kirk se comunicaba con su nave, el Enterprise, a través de un aparato inalámbrico. Al ver aquella escena, Cooper se levantó de su sillón y exclamó: “¡Yo quiero construir uno de esos!”. En 1973, en el departamento de comunicaciones de Motorola, este hombre realizaba la primera llamada en público desde el dispositivo que acababa de crear: el teléfono móvil.
Está claro que Star Trek contó con guionistas bien documentados y con visión de futuro. Unos 20 años antes de la aparición del iPad de Steve Jobs, las tabletas ya eran un dispositivo común en la nave Enterprise.
La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible . Esta segunda ley de Clarke recuerda, irónicamente, uno de los caminos más fructíferos de la ciencia. En el siglo pasado, el nacimiento de la teoría cuántica y la relatividad general pusieron al alcance tecnologías que aún hoy parecen de ciencia ficción. Ahora, no sólo se comprende cómo está constituida la materia, sino que somos capaces de hazañas casi increíbles como manipular átomos individuales o descifrar códigos genéticos. El dominio de la materia está cambiando la visión del mundo y del ser humano, a la vez que supone un riesgo y gran responsabilidad.
La relación entre la cuántica y la biotecnología es cada vez más fértil. Sus implicaciones en medicina son prometedoras, por ejemplo, para llevar a cabo radioterapias precisas gracias a puntos cuánticos (que marcarían la célula cancerígena evitando la destrucción de las células sanas). La potencia de una computadora común depende de cuántos chips puedan integrarse en un circuito. La ley de Moore, enunciada por el cofundador de Intel, Gordon Moore, en 1965, predice que la potencia de las computadoras se duplica más o menos cada 18 meses.
El crecimiento es exponencial, algo difícil de imaginar, ya que nuestras mentes están acostumbradas a realizar cálculos lineales. Para entender su alcance, sólo hace falta saber que el celular actual tiene mayor potencia que todas la computadoras utilizadas por la NASA al enviar por primera vez al ser humano a la Luna. Sin embargo, el crecimiento de la ley de Moore tiene un límite: cuando los transistores sean tan pequeños como un átomo. En ese momento, las leyes más extrañas de la mecánica cuántica entrarán en juego. Las computadoras cuánticas piden paso.
Así como las computadoras clásicas trabajan con los llamados bits de información, 0 o 1, como unidad básica de información, las cuánticos trabajan en el mundo atómico con los llamados qubits, que pueden estar en estados de superposición de 0 y 1. Esta tecnología nos permitirá realizar operaciones simultáneas, como si tuviésemos nuestra computadora trabajando en distintos universos al mismo tiempo, lo que multiplica de forma inimaginable su capacidad de cálculo. Cuando se haga realidad, una sola computadora cuántica tendrá mayor poder de computación que todas las computadoras que existen hoy operando en paralelo.
Actualmente existen diversos centros de investigación que ya realizan cálculos con ordenadores cuánticos: desde el Instituto de Tecnologia de Massachusetts (MIT), donde trabaja el reconocido investigador Seth Lloyd, hasta el Instituto Max Planck de Optica Cuántica de Alemania, dirigido por el español Ignacio Cirac.
La imaginación al poder
Hasta hace muy poco, la invisibilidad era uno de los imposibles del campo de la óptica. Sin embargo, en los últimos años el descubrimiento de los llamados metamateriales y sus sorprendentes propiedades ha conseguido que algunas teorías físicas deban reescribirse.
Estos nuevos materiales consiguen desviar la luz de un modo que antes se creía imposible. Cuando envolvemos un pequeño objeto con una capa de metamateriales, los haces de luz, en vez de rebotar para hacerlo visible, se desplazan a su alrededor recuperando su camino original. De ese modo, el objeto permanece invisible para cualquier observador que esté presente. Aunque por ahora los investigadores trabajan en algunas frecuencias del espectro electromagnético, ya no queda muy lejana la fecha en que esta propiedad que nos parece mágica servirá también para la luz visible. Entonces habremos alcanzado otra de las quimeras de la ciencia ficción.
Cuando se habla de teletransportación, a muchos les viene a la memoria la mítica frase de Star Trek: “Beam me up, Scotty” (algo así como teletransportame). Desaparecer de un sitio para aparecer en otro, sin pasar por ningún lugar entre medio, es algo que existe en el imaginario colectivo gracias a la ciencia ficción. La teletransportación cuántica, para partículas subatómicas, es ya una realidad. En 1993, un grupo de investigadores presentaron las bases teóricas para realizarla mediante el entrelazamiento cuántico, una de las propiedades más extrañas de la teoría cuántica. Cuatro años más tarde, el grupo del reconocido físico austríaco Anton Zeilinger realizaba la primera teletransportación con fotones (partículas de luz).
La teletransportación de humanos es todavía ciencia ficción, pero su uso para encriptar información, como las transacciones bancarias que hacemos por internet, es la aplicación más inmediata.
Cuando propusieron a David Sarnoff’s Associates, hacia 1920, que invirtiesen en la nueva industria de la radio, contestaron literalmente que “no tiene ningún valor comercial una caja de música sin cables, pues ¿quién pagaría por un mensaje que no va dedicado a nadie en particular?”. Más adelante la empresa sería pionera de la televisión y la radio comercial (fundó la cadena NBC). Otro imposible que dejaría de serlo: “Poner a un hombre en un cohete, proyectarlo hasta el campo gravitatorio de la Luna, desde donde sus tripulantes puedan hacer observaciones científicas, e incluso aterrizar vivos en nuestro satélite, y luego regresar a la Tierra… todo eso forma parte de un sueño salvaje propio de Julio Verne. Soy lo suficientemente audaz como para decir que este tipo de viajes nunca será posible para el ser humano a pesar de los avances del futuro”. Estas palabras las –pronunciaba Lee de Forest, pionero de la radio americana, en 1926. Unos años más tarde, en 1936, The New York Times publicaba la siguiente sentencia: “Un cohete jamás será capaz de salir de la atmósfera terrestre”.
Arthur C. Clarke mencionó en febrero de 2001 otro error garrafal de los pronosticadores de los tiempos modernos: “Nadie puede predecir el futuro. Todo lo que podemos hacer es perfilar posibles futuros (…) ya que cualquier predicción es susceptible de resultar absurda pocos años después. El ejemplo clásico es la declaración que hizo el presidente de IBM en la década de 1940. Dijo que el mercado para las computadoras sólo daba para vender cinco en todo el mundo, cuando yo tengo un número superior en mi propia oficina”. Si desde los inicios de la civilización, todo el mundo hubiera compartido unas mismas creencias limitadoras, ni siquiera existirían las ruedas para desplazarse de un lugar a otro. Nuestro futuro depende de lo que seamos capaces de imaginar, porque, como afirmaba Steve Jobs, “la gente que está lo bastante loca para pensar que puede cambiar el mundo es la que lo acaba haciendo”.
© La Vanguardia

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