Las neurociencias están de moda pero no bajan a la escuela. Desde la década del cerebro (1990-2000), a través de neuroimágenes, los científicos pueden observar al cerebro cuando piensa y experimentar con ilusiones ópticas y percepciones subliminales que no llegan a la conciencia.
Durante siglos la conciencia fue un tema filosófico, al extremo que el padre de la ciencia cognitiva -Geoge Miller- propuso dejar de usar el término en 1962.
Sin embargo, hoy está a la vanguardia neurocientífica.
En abril de 2013, Barack Obama, presidente de Estados Unidos, anunció el plan BRAIN: “podemos identificar galaxias que están a años luz, estudiar partículas más pequeñas que un átomo, pero no hemos desentrañado el misterio de ese kilo y medio de materia situada entre las orejas”.
Todo cambió al poder realizar experimentos precisos. Lo que sienten o dicen los participantes se coteja con imágenes obtenidas con tecnologías de punta. La distracción provoca que ciertas imágenes se tornen invisibles a su mirada. En el video “El gorila invisible” de Simons y Chabris, el observador debe concentrarse en contar los pases entre varios jugadores de básquet y no ve al gorila que recorre la escena.
Los tests derriban mitos como el multitasking. No es real que alguien pueda hacer varias tareas a la vez: sólo una; las otras quedan en espera.
Para lograr el acceso consciente no basta con prestar atención a algo: hay que ingresarlo, retenerlo y hacerlo comunicable.
Veamos algo simple como aprender dactilografía. Al principio, el aprendizaje es lento y atento a cada movimiento, pero en pocas semanas se puede escribir al tacto. Cuando una conducta se automatiza pasa de la esfera consciente al inconsciente.
Si resucitara un neurocirujano del siglo pasado se sentiría perdido en el quirófano moderno. En cambio, un maestro estaría muy cómodo en el aula. Debemos convertir a la escuela en el gran laboratorio social donde los niños aprendan a usar su cerebro. La educación es la industria pesada de un país porque el futuro está sentado en el banco de la escuela. Como dijo Francois Rabelais: “La ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Horacio Krell
Director de Ilvem
Durante siglos la conciencia fue un tema filosófico, al extremo que el padre de la ciencia cognitiva -Geoge Miller- propuso dejar de usar el término en 1962.
Sin embargo, hoy está a la vanguardia neurocientífica.
En abril de 2013, Barack Obama, presidente de Estados Unidos, anunció el plan BRAIN: “podemos identificar galaxias que están a años luz, estudiar partículas más pequeñas que un átomo, pero no hemos desentrañado el misterio de ese kilo y medio de materia situada entre las orejas”.
Todo cambió al poder realizar experimentos precisos. Lo que sienten o dicen los participantes se coteja con imágenes obtenidas con tecnologías de punta. La distracción provoca que ciertas imágenes se tornen invisibles a su mirada. En el video “El gorila invisible” de Simons y Chabris, el observador debe concentrarse en contar los pases entre varios jugadores de básquet y no ve al gorila que recorre la escena.
Los tests derriban mitos como el multitasking. No es real que alguien pueda hacer varias tareas a la vez: sólo una; las otras quedan en espera.
Para lograr el acceso consciente no basta con prestar atención a algo: hay que ingresarlo, retenerlo y hacerlo comunicable.
Veamos algo simple como aprender dactilografía. Al principio, el aprendizaje es lento y atento a cada movimiento, pero en pocas semanas se puede escribir al tacto. Cuando una conducta se automatiza pasa de la esfera consciente al inconsciente.
Si resucitara un neurocirujano del siglo pasado se sentiría perdido en el quirófano moderno. En cambio, un maestro estaría muy cómodo en el aula. Debemos convertir a la escuela en el gran laboratorio social donde los niños aprendan a usar su cerebro. La educación es la industria pesada de un país porque el futuro está sentado en el banco de la escuela. Como dijo Francois Rabelais: “La ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Horacio Krell
Director de Ilvem
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