Es un riesgo decir lo que sentimos, porque sabemos que el otro puede no sentir lo mismo, y muchos se quedan con la duda de por vida, porque nunca quisieron arriesgarse. Amar es un riesgo, porque implica la posibilidad de sufrir, de perder a la otra persona por accidente o que nos decepcionen. Es un riesgo conocer a una persona nueva y darle un espacio en nuestra vida, creando rutinas que sabemos que si algún día faltan las echaremos de menos.
Es un riesgo explicar secretos que no podemos garantizar que sean tratados con toda la delicadeza que esperamos, y es un riesgo planear un futuro que en cualquier momento puede desvanecerse por completo. Esperamos que sea para siempre, aun sabiendo que puede acabar en cualquier momento, y que como dice el cantautor, “el amor es eterno mientras dura”…
El que arriesga tiene muchas posibilidades de vivir decepciones, traiciones, rupturas, discusiones, nostalgia… pero el que arriesga también se abre las puertas a vivir algo único, que solo se puede conocer cuando se experimenta en primera persona. Ni la mejor literatura ni el cine más extraordinario pueden acercarse a lo que se vive en la vida real, en las experiencias de carne y hueso.
Esa complicidad que no puede expresarse en palabras, esos momentos en que parece que todos los astros se han alineado porque todo resulta perfecto y exacto, tanto las palabras como los silencios… Esa sensación de haber cometido muchos errores hasta por fin conocer a alguien que merece la pena, que habla el mismo lenguaje y nos llega a tocar donde nadie pudo tocar nunca, algo que no está en el cuerpo ni en la piel y que los prácticos del dos y dos son cuatro dirían que no existe…
Arriesgar implica dolor y pérdida, pero el que no arriesga no vive, ni ama ni gana.
Crédito de la Imagen: Courtney Carmody
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