"Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado es el medio más seguro de agradar que yo conozco" —Conde de Chesterfield
Los seres humanos somos, por amplio margen, la especie más social del planeta. Para sobrevivir y ser felices necesitamos de la manada.
Otras especies también son híper-sociables: las hormigas, las abejas, los chimpancés, pero ninguna otra llega al grado de sociabilidad nuestro.
Así que madre naturaleza, en su gran sabiduría, grabó en nuestro genes la información necesaria para crear fuertes lazos dentro de la manada.
La norma que está grabada en nuestros genes, y que permite el buen funcionamiento de las comunidades se llama: Reciprocidad. Cuando alguien hace algo por nosotros, sentimos la obligación de devolver el favor.
La reciprocidad ayuda a que las comunidades prosperen. Cuando los individuos se benefician de los recursos de un grupo, se ven impulsados a contribuir a cambio con sus propias habilidades, recursos o esfuerzo. Si esto no ocurre, si alguien se beneficia y luego no aporta, es considerado como un ingrato y despreciado por el grupo.
Todos hemos visto la indignación que causa en los trabajos en grupo, que alguien no haga su parte y luego pretenda beneficiarse del esfuerzo de los demás.
Muchas empresas son conscientes de nuestra predisposición a reciprocar e intentan aprovecharse de ella. Esa es la razón por la cual se dan muestras gratis, o los vendedores de planes vacacionales dan invitaciones a cenas y espectáculos antes de ofrecer sus maravillosos planes.
Inclusos los cándidos Hare Krishnas la utilizaban, durante un tiempo estuvieron regalando flores a los transeúntes antes de solicitarles una contribución. Cuando las personas descubrieron su artimaña, esta dejó de funcionar.
Y es que la reciprocidad deja de funcionar cuando nos damos cuenta que están intentando usarla para sacar partido de nosotros. Así que la próxima vez que una empresa o vendedor te ofrezca una prueba gratis, tómala sin remordimiento; el que se aprovecha de una aprovechador está libre de culpa. Ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón.
Ahora bien, el principio de reciprocidad es también considerado la regla de oro de la ética, el principio moral por el cual todos deberíamos regirnos. Esta se halla presente en todas las religiones y filosofías del mundo.
En una de las charlas de Confucio, Zigong pregunta: “¿Existe una sóla palabra que pudiera servir de guía para toda nuestra vida?” Y el Maestro respondió: “¿no debería ser esta‘reciprocidad’? Lo que no deseas para ti mismo, no lo hagas a otros”.
En el judaísmo, cristianismo, budismo y todas las demás, la misma regla aparece como la norma más importante de la doctrina: no hagas a otros lo que no te gustaría que te hiciera.
La realidad es que esta es una norma fácil de entender y de una tremenda sabiduría. Siempre que tengamos dudas de cómo proceder con nuestros compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos y hasta los enemigos; preguntémonos, ¿cómo me gustaría que me trataran a mi?
Fácil de entender, no tan fácil de hacer.
Otras especies también son híper-sociables: las hormigas, las abejas, los chimpancés, pero ninguna otra llega al grado de sociabilidad nuestro.
Así que madre naturaleza, en su gran sabiduría, grabó en nuestro genes la información necesaria para crear fuertes lazos dentro de la manada.
La norma que está grabada en nuestros genes, y que permite el buen funcionamiento de las comunidades se llama: Reciprocidad. Cuando alguien hace algo por nosotros, sentimos la obligación de devolver el favor.
La reciprocidad ayuda a que las comunidades prosperen. Cuando los individuos se benefician de los recursos de un grupo, se ven impulsados a contribuir a cambio con sus propias habilidades, recursos o esfuerzo. Si esto no ocurre, si alguien se beneficia y luego no aporta, es considerado como un ingrato y despreciado por el grupo.
Todos hemos visto la indignación que causa en los trabajos en grupo, que alguien no haga su parte y luego pretenda beneficiarse del esfuerzo de los demás.
Muchas empresas son conscientes de nuestra predisposición a reciprocar e intentan aprovecharse de ella. Esa es la razón por la cual se dan muestras gratis, o los vendedores de planes vacacionales dan invitaciones a cenas y espectáculos antes de ofrecer sus maravillosos planes.
Inclusos los cándidos Hare Krishnas la utilizaban, durante un tiempo estuvieron regalando flores a los transeúntes antes de solicitarles una contribución. Cuando las personas descubrieron su artimaña, esta dejó de funcionar.
Y es que la reciprocidad deja de funcionar cuando nos damos cuenta que están intentando usarla para sacar partido de nosotros. Así que la próxima vez que una empresa o vendedor te ofrezca una prueba gratis, tómala sin remordimiento; el que se aprovecha de una aprovechador está libre de culpa. Ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón.
Ahora bien, el principio de reciprocidad es también considerado la regla de oro de la ética, el principio moral por el cual todos deberíamos regirnos. Esta se halla presente en todas las religiones y filosofías del mundo.
En una de las charlas de Confucio, Zigong pregunta: “¿Existe una sóla palabra que pudiera servir de guía para toda nuestra vida?” Y el Maestro respondió: “¿no debería ser esta‘reciprocidad’? Lo que no deseas para ti mismo, no lo hagas a otros”.
En el judaísmo, cristianismo, budismo y todas las demás, la misma regla aparece como la norma más importante de la doctrina: no hagas a otros lo que no te gustaría que te hiciera.
La realidad es que esta es una norma fácil de entender y de una tremenda sabiduría. Siempre que tengamos dudas de cómo proceder con nuestros compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos y hasta los enemigos; preguntémonos, ¿cómo me gustaría que me trataran a mi?
Fácil de entender, no tan fácil de hacer.
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