El 10 de marzo del año 2000, el índice tecnológico NASDAQ alcanzó su máximo histórico: 5048 puntos. Pocos años antes, en 1995, el gobierno de los Estados Unidos había liberalizado el uso comercial de una invención que, hasta entonces había sido utilizada exclusivamente para comunicaciones entre instituciones científicas y de defensa: internet. Las inmensas oportunidades de negocio que esta tecnología ofrecía generaron una avalancha de nuevas empresas, una oleada masiva de financiación privada, y una propulsión en la estratosfera del valor de las acciones de las emergentes compañías tecnológicas, en un fenómeno que el director de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan definió como "exuberancia irracional". La historia terminó con una brusca implosión negativa de la burbuja y una caída en picado de las cotizaciones bursátiles. El NASDAQ perdió el 70% de su valor en dos años. Nunca más ha llegado a los niveles de 2000.
Internet generó un ciclo de sobreexpectativas en el mercado financiero, que se recalentó en exceso. Lo que vino a continuación no fue más que la antesala de una nueva crisis. Los bancos centrales, temerosos de una recesión, inundaron de liquidez a los mercados. Comenzaba una década prodigiosa de crecimiento diseñado por las instituciones financieras (2001 a 2008). Pero esta liquidez creó nuevas burbujas: productos financieros especulativos y un sector inmobiliario desorbitado. Lehman Brothers estalla en septiembre de 2008 y genera la gran recesión de los últimos años. La nueva respuesta política, otra vez errática, se traduce en recetas de extrema austeridad en las cuentas públicas. Austeridad mal entendida especialmente en la periferia europea, que aniquila también fuentes de ventaja competitiva como son la educación y la inversión estratégica en I + D. La incapacidad de los líderes de entender la realidad deriva en ingenuos anuncios de brotes verdes, en la intervención europea de las cuentas públicas de los estados del Sur, y en una nueva ficticia recuperación basada en estructuras low-cost y empleo escaso y precario. La falta de talento político en Europa deriva en profunda crisis social y realimenta la crisis política. El Brexit es la última y triste evidencia de este bucle autodestructivo.
El relato de la historia es el relato de un desacoplamiento entre fuerzas netamente positivas (el increíble desarrollo tecnológico de los últimos años, con las oportunidades que genera) yfuerzas negativas (la incapacidad del sistema económico y político actual de gestionar este cambio de paradigma, acelerar los mecanismos de creación de riqueza, y distribuirla eficientemente). No somos capaces de interpretar los cambios en los fundamentos económicos, y el sistema se comporta erráticamente. Los cambios son profundos, y de naturaleza positiva. Sin embargo, un acontecimiento capaz de transformar el mundo a mejor, como el nacimiento de internet, se convierte en el dominio financiero en una secuencia de sobreexpectativas, recalentamientos y burbujas.
Y ahí seguimos. Cuando la economía recibe una lluvia de innovaciones disruptivas (que deberían llevar al mundo a una situación mejor), el sistema parece haber perdido el manual de instrucciones. Sin embargo, los primeros indicios del nuevo paradigma emergente, de forma tímida y casi imperceptible, están surgiendo por todas partes. El debate sobre la Renta Básica Universal (RBU) ha llegado para quedarse. Como ocurrió durante la Gran Depresión de 1930, que abrió el debate para un embrión de seguridad social en Estados Unidos, cuando la pobreza extrema afectaba al 50% de la población estadounidense. Como entonces con la cobertura sanitaria o educativa universal, ahora la RBU parece algo irreal e inalcanzable.
Muchas cosas están pasando en poco tiempo. Los proyectos piloto acotados se están desarrollando ya en diferentes partes del mundo, como Finlandia, Holanda, Canadá o Silicon Valley. Las conclusiones parecen netamente positivas: se reduce prácticamente a cero la pobreza, los trabajadores no caen en la tentación de dejar de trabajar (pues la renta básica sólo garantiza la cobertura de unos mínimos), pero se detecta una mayor predisposición a asumir riesgos (emprender, innovar o cambiar de trabajo) al tener, precisamente, estos mínimos cubiertos. Sorprendentemente, la RBU parece estimular el emprendimiento y la innovación. En paralelo, se extiende el consenso (a derechas e izquierdas) sobre este instrumento. Para las izquierdas, como un definitivo mecanismo de distribución de la riqueza, y por las derechas liberales, una oportunidad de responsabilizar al individuo de la autogestión de estos recursos (que pueden conllevar la reducción de gasto público en costosas e ineficientes redes asistenciales).
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