Mark Zuckerberg, con tan sólo 32 años, pasará a la historia por crear la red social más popular del mundo, con más de 1.650 millones de usuarios activos mensuales. Lo hizo en 2004 a los 19 años, tras abandonar los estudios en Harvard para lanzarse a la aventura de fundar su propia compañía en Silicon Valley. Zuckerberg no es solamente uno de los jóvenes más ricos y exitosos del mundo (su fortuna supera los US$50.000 millones), sino también el más destacado ejemplo de modelo de negocio que impera en la actualidad. El fundador de Facebook, que participó en la II Cumbre Empresarial de las Américas organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el año pasado, es considerado uno de los personajes más influyentes en el mundo de la tecnología. Su talento, y todo lo que ha demostrado ser capaz de hacer con él, está conquistando a los consumidores de todo el planeta con una nueva cultura empresarial. La era de la realidad virtual, la inteligencia artificial y la mejora de acceso a la web mundial son los tres grandes pilares de su imperio.
Y no pensemos que el suyo es un caso aislado. Historias de éxito como la del creador de Facebook son cada vez más frecuentes. Pero, ¿qué tienen en común los jóvenes emprendedores y sus ideas innovadoras? Según el estudio “¿Nace o se hace? Decodificar el ADN del emprendedor”, de Ernst&Young, éstos tienen varios comportamientos y características comunes, aunque operen en una gama sumamente diversa de sectores y vivan en distintas partes del planeta.
Estos jóvenes empresarios exitosos han cometido errores en algún momento de su aventura pero, gracias a ese fracaso, han podido aprender de la situación y sacarle el máximo provecho. Saben mejor que nadie que quien no arriesga no gana. ¿Será que la juventud se puede permitir el lujo de afrontar grandes retos con menores implicaciones que a una edad adulta? ¿O tal vez las nuevas tecnologías potencian otras aptitudes que hasta ahora quedaban limitadas?
Otro perfil emprendedor que tampoco deja a nadie indiferente es el del “destructor de monopolios”, tal y como se define a sí mismo el fundador de Uber. Travis Kalanick se ha convertido en la peor pesadilla de los taxistas con su revolucionaria aplicación móvil, con la que ha conseguido que conductores particulares y potenciales pasajeros establezcan contacto directo desde sus dispositivos y sin intermediarios. A sus 39 años encaja a la perfección con el perfil de emprendedor estadounidense: abandonó sus estudios de informática, al igual que Zuckerberg, para adentrarse de lleno en la aventura empresarial de montar su primer negocio con tan sólo 18 años. A los 30 ya tenía US$19 millones en el bolsillo. Poco después, y tras dar la vuelta al mundo, creó Uber junto a otros socios, convirtiéndola en la empresa más valorada que no cotiza en bolsa: nada más y nada menos que US$51.000 millones. Uber es una idea revolucionaria, inspirada por la necesidad de encontrar taxis con mejor servicio del que recibía él mismo en sus viajes de trabajo, y ha cambiado el concepto de transporte privado de forma radical. Uber opera en la actualidad en más de 470 ciudades de toda la geografía mundial y, además de personalizar los viajes eligiendo vehículo y conductor, también permite compartir trayectos con desconocidos que van en la misma dirección o dividir el recorrido entre los ocupantes a partes iguales. Y todo esto apretando un solo botón.
Lo mismo sucede con otra tecnología disruptiva: Airbnb. Fundada por tres jóvenes de San Francisco en 2008, la empresa fue creada para dar respuesta a las necesidades de hospedaje más básicas al ofrecer un mercado comunitario para reservar estancias en viviendas privadas, desde cualquier dispositivo móvil y, de nuevo, sin intermediarios. La urgencia de estos tres emprendedores por pagar el alquiler de su casa mientras viajaban hizo que identificaran la fuerte demanda de alojamiento que tenían los asistentes a un congreso de diseño gráfico en la ciudad en esas mismas fechas. Ofrecieron el poco espacio disponible de su casa: un sofá y dos camas inflables compradas para la ocasión. Incluyeron también el desayuno en el paquete contratado para emular a un hotel y, de esta manera, nació su idea de negocio. Airbnb ha revolucionado el sector del turismo, alcanzando millones de reservas y consiguiendo presencia en cualquier rincón del mundo.
Compartir información, ofrecer servicios de interés con precios competitivos y facilitar el acceso a contenido de calidad, sin intermediarios y de manera rápida y sencilla, son denominadores comunes de estos exitosos proyectos empresariales. Bien lo sabe Félix González, estudiante de Stanford que fundó, junto a su hermano Miguel, la plataformaJuntoSalimos: un espacio para que los emprendedores de América Latina y España den a conocer sus proyectos de start-up a una comunidad de asesores que, a través de sus ideas, ofrecen respuesta personalizada y gratuita a sus dudas. Su eslogan o, mejor dicho, su filosofía de vida, no deja lugar a dudas: “Visibilidad, ideas y conexiones para todos los emprendedores”. Y es que el mundo está cada vez más pensado en clave de innovación y emprendimiento.
Otra historia muy inspiradora que también ha forjado sus cimientos en el hemisferio occidental es la de los hermanos Pereyra. Estos tres jóvenes dominicanos crearon la serie de productos orgánicos Kikaboni, convirtiéndola en la marca líder de merienda saludable en su país en un tiempo récord. El pequeño sueño de estos hermanos comenzó pelando matas de moringa en la parte trasera de un restaurante. En poco tiempo, gracias a su entusiasmo y proactividad, lograron abrir una fábrica con capacidad de producción de 30.000 dólares mensuales y, meses después, otras nuevas instalaciones con capacidad de 170.000. Ahora exportan a Puerto Rico, Jamaica, Miami, Nueva York y México. A nadie sorprendió que el CEO y Co-Fundador de Kikaboni, Gian Luis Pereyra, ganara el premio al “Inversor Regional de 2016” durante la Cumbre Empresarial de Inversión del Caribe. Este joven emprendedor es uno de los 60.000 empresarios registrados en la primera red social empresarial de las Américas,ConnectAmericas, de la que está sabiendo sacar el máximo rendimiento para su empresa familiar. La novedosa plataforma, creada por el BID con socios como Google, Visa, DHL y Alibaba.com, permite a emprendedores como él “acceder a información, formación, posibilidades de financiamiento y eventos de valor agregado que marcan la diferencia entre un negocio exitoso o un negocio que fracasa”, según las propias palabras de Pereyra. Gran parte de la clave del éxito de su idea emprendedora ha sido el impacto positivo que ofrecen a las comunidades rurales alrededor de sus fábricas, trabajando con pequeños campesinos que producen ingredientes básicos para sus productos y que introducen a su cadena de suministro.
Los emprendedores tienen un ADN especial. El talento es necesario para alcanzar el éxito, pero no suficiente. Aunque todo empieza con una idea (y las ideas pueden cambiar el mundo), no se trata solo de tenerla, sino de llevarla a cabo con todas sus consecuencias. Ser emprendedor es sinónimo de asumir riesgos y perder el miedo a fracasar. Estos jóvenes empresarios exitosos han cometido errores en algún momento de su aventura pero, gracias a ese fracaso, han podido aprender de la situación y sacarle el máximo provecho. Saben mejor que nadie que quien no arriesga no gana. ¿Será que la juventud se puede permitir el lujo de afrontar grandes retos con menores implicaciones que a una edad adulta? ¿O tal vez las nuevas tecnologías potencian otras aptitudes que hasta ahora quedaban limitadas? Por eso no es tan fácil identificar hasta qué punto un emprendedor lo es por naturaleza o aprende a serlo. ¿Tú qué opinas? El emprendedor, ¿nace o se hace?
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Más allás de las fronteras, Integración y Comercio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Autor:
Vanessa Jaklitsch
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