Meditar nos permite observar nuestros propios pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales. Nos hace conscientes de las motivaciones que nos llevan a actuar en la vida cotidiana, nos ayuda a transitar las situaciones que nos causan sufrimiento y a fortalecer las cualidades que nos generan genuino bienestar.
Dentro de las diferentes formas de meditación, el llamado “mindfulness” es una técnica que se utiliza con fines terapéuticos y que ha ganado un creciente interés dentro del ámbito médico y psicológico. Derivado de las antiguas tradiciones del Oriente, se la conoce también como la “meditación científica” tras su sistematización y desarrollo por parte de Jon Kabat-Zinn, pionero del empleo de esta técnica en pacientes con dolor crónico. Kabat-Zinn adaptó su formato para hacerlo compatible con nuestro contexto de vida “occidental” e inauguró una tendencia de someter a la investigación científica sus efectos y mecanismos.
Entre sus beneficios relevados en estudios controlados se incluyen la reducción del estrés, el alivio de los síntomas de ansiedad y depresión que acompaña a determinadas enfermedades como el cáncer o las afecciones cardiovasculares, la percepción menos severa del dolor crónico, la mejora de la calidad del sueño y el bienestar emocional, la mejora en la adherencia a los tratamientos médicos y/o psicológicos, y el aumento en la motivación para realizar cambios en la calidad de vida. Combinada con otras intervenciones psicológicas ha demostrado su utilidad en la prevención de recurrencias de episodios de depresión en personas vulnerables a dicha condición. Es importante remarcar que resulta necesaria mayor evidencia científica para demostrar la eficacia de la meditación sobre otras condiciones.
Distintas investigaciones han intentado indagar sobre qué sucede en el cerebro durante la meditación y qué transformaciones cerebrales produce esta práctica, para así comprender mejor sus mecanismos y sus efectos. Varios estudios que utilizan técnicas de imágenes cerebrales funcionales (esto es, procedimientos que permiten visualizar el cerebro en acción) confluyen en mostrar que el ejercicio de la meditación involucra la activación de regiones vinculadas a la regulación de la atención y las emociones y a la autoconciencia, tales como la corteza prefrontal, la corteza cingulada anterior y posterior y la ínsula.
Por su parte, diversos estudios sugieren que la práctica extendida de la meditación podría conducir a cambios estructurales y neuroplásticos en el cerebro, que favorecerían las aptitudes que esta práctica busca lograr. Sin embargo, algunos científicos han argumentado que gran parte de esta investigación ha sido mal diseñada. Estos trabajos requieren de nuevos estudios de mejor diseño, y del empleo de métodos más rigurosos para confirmar y replicar los hallazgos producidos hasta el momento.
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