Frédéric Lenoir, filósofo; ensayista más leído de Francia según ‘Le Nouvel Observateur’
Tengo 54 años: rejuvenezco enseñando filosofía en colegios. Soy francés: el pecado europeo es la envidia. Y el del siglo es querer controlarlo todo: ¡celebremos la vida sin querer controlarla! Si se alegra de los triunfos de otros, siempre será un triunfador. Diserto en el Palau Macaya, de la Fundació La Caixa
Nunca te compares
Durante el siglo XX, los franceses leían ensayos políticos porque creían en la redención colectiva por la ideología y querían ganar en las luchas por el poder en el trabajo, la familia o el sexo. En el siglo XXI, piensan que aprender a vivir es un empeño individual de autoconocimiento. De ahí que triunfen las incursiones en busca de las enseñanzas vitales de los pensadores clásicos y el budismo; porque sin filosofía se puede vivir, pero peor. Lenoir es el ensayista más leído, más que las vacas sagradas del pensamiento francés. Eso le hace envidiado, pero lo que le hace filósofo es que también estaría alegre si no le leyeran. La envidia liquida la alegría y se evita con disciplina: la de no compararse jamás. (Sobre todo si sales perdiendo.)
En el siglo XX, los filósofos más leídos de Francia escribían de política.
Entonces parecía la llave para mejorar el mundo.
Y hoy escribimos de espiritualidad, pero no como religión, sino como búsqueda interior para el crecimiento personal.
¿Hay espiritualidad sin religión?
Veamos: religión es la vivencia ritual y colectiva de quienes comparten las mismas creencias.
Pero las iglesias se vacían.
Y los estadios se llenan con deporte o estrellas del rock: una misma fe compartida en ritual.
Además, sigue habiendo bodas y bautizos.
Los ritos son irrenunciables, aunque ya se haya renunciado a la fe en lo indemostrable. Son parte de la religión. Pero lo que me ha convertido en un autor leído es la vuelta a la espiritualidad.
¿Una espiritualidad también sin fe?
La espiritualidad es la respuesta a la necesidad de cada uno de conocerse mejor y crecer. Puede ser laica: hay personas muy religiosas y nada espirituales y muy espirituales y nada religiosas.
¿La religión no es otra forma de política?
Algunas ideologías, como el comunismo, se convirtieron en religión, como tantos cultos de Estado. Buda y Jesucristo son revolucionarios precisamente porque se niegan a que la religión sea sólo eso: un rito colectivo.
¿Cómo?
Jesús corrige al judaísmo al decir que quienes sólo obedecen las normas de la religión sin transformarse a sí mismos son sólo unos hipócritas; y Buda, al hinduismo, al advertir que por muchos sacrificios que hagas, no te reencarnarás sin perfeccionamiento interior.
¿Queda algún jesús o buda por descubrir?
Muchos, porque hoy la psicología, la filosofía e incluso algunas disciplinas científicas se han volcado en la renovación de la espiritualidad.
¿Como el mindfulness ya por doquier?
La meditación mejora nuestra existencia y es pura espiritualidad. Yo, además, estoy releyendo clásicos de la filosofía para vivir mejor hoy.
Bienvenido si no es autoayuda banal.
Baruch Spinoza nunca es banal. Impresiona su actualidad al proponer la alegría como baremo de plenitud de nuestra existencia. Si estás alegre, concluye, es que sabes vivir.
Y los demás te lo agradecen.
Y por ello te hacen sentir mejor y tú cada vez más a ellos. Pero veamos por qué, según Spinoza, nos entristecemos tan a menudo.
¿Por qué tanta amargura en el planeta?
El ser humano no es libre, sino esclavo de sus deseos y emociones. Por eso, Spinoza nos invita a que los desentrañemos usando la razón.
Es acertado, pero... ¿original?
Sí, porque budistas y ascetas predicaban que para evitar el dolor hay que evitar el deseo. Porque si deseamos, por ejemplo, dinero, nos frustramos al no lograrlo y al lograrlo, ya que nunca será suficiente; igual sucede con el éxito o cualquier placer, que siempre acaba en tristeza.
Pero la vida sin deseo ¿es deseable?
Spinoza cree que no; que el deseo es el motor de la vida y no hay que suprimirlo, sino orientarlo.
Eso parece más realizable que eliminarlo.
No hay que irse a un convento. Se trata de analizarnos con la razón y descubrir qué personas y cosas que deseamos en verdad nos perjudican.
Parece más fácil decirlo que lograrlo.
Pero ahí tendrá usted la alegría para decirle en cada momento si ha acertado. Si vuelve a casa deprimido cada día tras lograr un ascenso en el trabajo, es que lo deseaba pero no le convenía.
¿Cómo discernir entre alegrías?
Spinoza distingue entre alegrías pasivas y activas. Un equipo de fútbol da alegrías imaginativas: nos proyectamos en sus triunfos sin que hagamos nada por conseguirlos. Igual sucede con una pareja que no nos hace felices: la podemos desear, pero a la larga nos entristecerá. Y esa tristeza es síntoma de que no nos conviene.
¿Cuál es la conclusión?
La auténtica alegría duradera se obtiene de deseos justos y la razón sabe encontrarlos si la usamos para conocernos mejor y guiar el deseo.
¿No decía Freud algo parecido?
Para Freud, cuando descubras el trauma origen de tus frustraciones, podrás liberarte de ellas.
La lucidez al analizar tu vida te libera.
Para Spinoza, en cambio, esa lucidez sólo es el medio para lograr la alegría, que es el fin.
En La Contra no ha salido sabio triste.
Sabio es quien ha sabido descubrir qué le da alegría y qué le hace desgraciado: usemos la razón para elucidar qué nos causa alegría verdadera.
¿Usted qué sugiere para conseguirlo?
El deseo se puede elegir, como un bombón, que te da placer pero no la alegría, que sólo te inunda cuando aciertas en decisiones a largo plazo: quizá tu alegría sea más sincera y duradera si rechazas el bombón y optas por estar más sano.
¿Algún consejo concreto?
Conecte con el momento, porque si conviertes la vida en un trámite, acaba siéndolo. Abrázate a cada instante como si fuera el último. Nada más triste que vivir con el piloto automático.
Todos los días, a estrenar la vida como un niño que estrena unos zapatos nuevos.
No se compare nunca con nadie y alégrese de los éxitos de todos. Siempre se sentirá ganador.
Dar y darse ya es ganar.
Y nunca quiera controlarlo todo. La vida hay que aceptarla y amarla, con Nietzsche, también con sus desgracias. Y, como los taoístas, hay que acompañarla sin querer controlarla, porque no somos dioses. Celebre la vida tal como es y nunca le abandonará la alegría.
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