Vilayanur Ramachandran, un gran divulgador e investigador indio, en su libro Fantasmas en el cerebro, describe su experiencia con un paciente que, a pesar de que le habían amputado el brazo, no solo lo sentía vívidamente, sino que incluso tenía la sensación de que se movía. Además, durante el examen neurológico, el investigador comprobó que si rozaba el lado izquierdo de la cara del paciente, el mismo tenía la impresión de que le estaban tocando su mano fantasma, específicamente, su pulgar amputado. Pero, ¿qué relación guarda la mejilla izquierda del paciente con su brazo amputado? Y más aún, ¿por qué puede tener sensaciones de una parte del cuerpo que ya no existe?
El término “miembro fantasma” fue inicialmente acuñado en 1871 por el médico estadounidense Silas Weil Mitchell para hacer referencia a esta sensación vívida que tienen las personas que sufren amputación de que el miembro perdido sigue estando allí. Esto le sucede a gran parte de las personas que han sufrido una amputación. Saben conscientemente que su mano o su pierna no está allí y, sin embargo, registran que les duele, que les pica, que se acalambra o, inclusive, que se mueve.
No hay nada de sobrenatural en esto. Resulta que nuestro cerebro tiene una representación de nuestro cuerpo. Es así que en la corteza cerebral existen zonas específicas para procesar la información sensorial y motora de todas nuestras partes corporales. Existen áreas cerebrales que se ocupan de la información relacionada con las sensaciones de nuestros dedos, nuestra nariz y nuestra lengua, por ejemplo. También existen regiones cerebrales específicas que se activan y son necesarias para mover cada una de estas partes del cuerpo. Sin embargo, esta representación cerebral del cuerpo no es un calco del mismo, es decir, no es análoga a nuestro cuerpo, sino que las partes corporales están desordenadas. Además, aquellas zonas corporales que tienen una mayor sensibilidad o una mayor utilidad motora tienen una mayor representación que aquellas que no la tienen. Por ejemplo, los labios, el pulgar o los genitales ocupan zonas cerebrales más extensas que otras partes del cuerpo. La representación en nuestro cerebro se correspondería con una figura humana distorsionada.
No hay nada de sobrenatural en esto. Resulta que nuestro cerebro tiene una representación de nuestro cuerpo. Es así que en la corteza cerebral existen zonas específicas para procesar la información sensorial y motora de todas nuestras partes corporales. Existen áreas cerebrales que se ocupan de la información relacionada con las sensaciones de nuestros dedos, nuestra nariz y nuestra lengua, por ejemplo. También existen regiones cerebrales específicas que se activan y son necesarias para mover cada una de estas partes del cuerpo. Sin embargo, esta representación cerebral del cuerpo no es un calco del mismo, es decir, no es análoga a nuestro cuerpo, sino que las partes corporales están desordenadas. Además, aquellas zonas corporales que tienen una mayor sensibilidad o una mayor utilidad motora tienen una mayor representación que aquellas que no la tienen. Por ejemplo, los labios, el pulgar o los genitales ocupan zonas cerebrales más extensas que otras partes del cuerpo. La representación en nuestro cerebro se correspondería con una figura humana distorsionada.
Volviendo al paciente de Ramachandran, en la representación cerebral corporal el pulgar y la cara están mucho más cerca. Así, Ramachandran propone una explicación para las sensaciones de su paciente. Si bien el miembro amputado ha desaparecido, su representación cerebral no lo ha hecho y es esta discrepancia la que genera la sensación del miembro fantasma. Las neuronas dedicadas a la interpretación de la información sensorial proveniente del brazo, frente a la ausencia de estos datos sensoriales que solían recibir, se encuentran necesitadas de captar cualquier otra información. De esta manera, comienzan a establecer conexiones con las neuronas vecinas, que, en este caso, son las dedicadas a procesar los datos provenientes de la mejilla. Esto explica por qué, ante su roce, él tenía la sensación de que le tocaban el brazo. Eran las neuronas activadas que respondían antes a su brazo, las que ahora se activaban al tacto en la mejilla. Esto disparaba la sensación de tacto en ambos. El brazo no está físicamente pero sí lo está en nuestra imaginación. Lo que prueba una vez más lo fascinante y misterioso que resulta el cerebro humano.
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