Uno de las postales tradicionales de nuestro país, que no distingue capitales y pueblos, son esos descampados, esas plazas, esos parques y esas calles con chicos jugándose la vida en un “picado”. Puede o no haber arco, pueden o no tener camisetas a tono, pero lo verdaderamente imprescindible son las ganas, la mismísima pelota y el equipo. Lo sabe el que juega y lo sabe también su compañero: para jugar no basta ser efectivo con las capacidades motoras y de juego, sino también con las habilidades sociales.
Lo hemos dicho en incontables ocasiones pero vale la pena la reiteración: el cerebro humano básicamente es un órgano social. Esto supone también la preeminencia que tienen las habilidades sociales para la eficacia cotidiana. El trabajo en equipo pone en juego múltiples destrezas sociales, requiere de empatía, comunicación, liderazgo y solidaridad. Al momento de armar un equipo (¡no sólo de fútbol!) es primordial plantearse seriamente su necesidad y, luego, distinguir su estructura, los roles y las tareas a asignar conforme el proyecto que se lleve adelante, porque la buena organización de un grupo desde su origen es clave para su éxito. Es esencial reunir personas que complementen adecuadamente sus habilidades y recursos. Una vez conformado, el hecho de que todos sus miembros promuevan un mismo objetivo genera lo que suele denominarse “clima de equipo”.
Podemos entrenar nuestras capacidades individuales para optimizarlas. El trabajo en grupo, en cambio, mejora adquiriendo habilidades en conjunto. Diversos estudios han demostrado que los equipos optimizan el conocimiento colectivo cuando aprenden juntos. Así, entrenaron en la construcción de radios de transistores a estudiantes universitarios en forma solitaria o en grupos de tres. El rendimiento de los que se instruyeron en forma grupal fue notablemente mayor que el de los equipos integrados por quienes lo habían hecho en forma individual. Observaron que además de ser más eficientes, conocían las fortalezas de sus compañeros y confiaban en ellos.
Las interacciones cara a cara son esenciales para que se establezca y mantenga una buena relación entre el líder y los miembros del grupo. Este tipo de comunicación no solo refuerza la cohesión grupal sino que contribuye a desarrollar el acceso en conjunto al conocimiento. Las emociones influyen en la dinámica de los equipos. Se ha observado que se produce una suerte de “contagio emocional” dentro de los grupos. Es decir, los estados de ánimo de los miembros se transfieren y van cambiando en forma conjunta.
Actualmente, la globalización y las nuevas tecnologías de la comunicación generan nuevos desafíos que hacen que sea indispensable el trabajo en equipo. Sin embargo, la sociedad suele ponderar el individualismo bajo la errónea idea de “salvarse a sí mismo”. En esta dirección, a menudo las organizaciones establecen dinámicas para los equipos que terminan atentando contra su desempeño general, como por ejemplo, destacar y premiar con bonos los logros individuales.
De todo esto trata justamente el breve relato del libro Crónicas del ángel gris, de Alejandro Dolina. Ahí se cuenta que Manuel Mandeb solía elegir en los picados a quienes él más quería, que muchas veces no eran los mejores atletas o los más hábiles. “Un equipo de hombres que se respetan y se quieran es invencible”, dice el narrador, quien agrega que si, en tal caso, no se da esa victoria anhelada, menos amarga será la derrota porque es con amigos. Así como la inteligencia colectiva es mucho más que la suma de las inteligencias individuales, las habilidades grupales que se generan a través del trabajo en equipo exceden cualquier logro y capacidad individual.
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