extraido de Educación y condición humana, Juan Miguel Batalloso Navas
«…Hoy, antes del alba, trepé hasta la colina, y contemplé el cielo lleno de estrellas. Y le he dicho a mi espíritu: “Cuando dispongamos de esos orbes, y disfrutemos del placer y del conocimiento de todas las cosas que en ellos existen, ¿Reposaremos y seremos felices?”
Y mi espíritu ha respondido: “No. Sólo alcanzaremos esa cúspide para transponerla y continuar más allá”…». Walt Whitman
Para conocernos mejor y gobernar nuestros impulsos, no basta con una educación emocional, es necesario ir más allá. Es necesario que peregrinemos hacia aquellos lugares fronterizos y limítrofes entre los espacios cognitivos, racionales, emocionales y sentimentales, pero también hacia aquellos espacios en los que el saber de vida se transforma en acción y en experiencia a partir de vivencias de sentido, así como de expresiones y percepciones estéticas. Necesitamos en suma acercarnos a los paradójicos territorios desterritorializados del espíritu y que se nos aparecen imaginariamente como un inmenso océano en el que navegan todos los seres existentes, y esto únicamente puede proporcionarlo una educación espiritual.
La educación espiritual no consiste en adicionar o completar los programas escolares con conocimientos esotéricos o religiosos, sino más bien todo lo contrario, se trata sencillamente de animar y estimular en todas las personas su sensibilidad, su capacidad de admiración y reverencia por todo lo creado y por todo lo vivo, fomentando en ellos al mismo tiempo el desarrollo de una conciencia ética planetaria. Se trata de alguna manera de propiciar un despertar a la sensibilidad y a la contemplación de y por la naturaleza; de fomentar la bondad, la generosidad y la compasión por los demás, por uno mismo y por todos los seres vivientes; de hacernos responsables socialmente explorando nuevos caminos a través de la creatividad, el arte, la poesía, la literatura, porque en definitiva la espiritualidad se materializa a través del arte, la creación, la vida y el amor.
Al contrario de lo que generalmente se cree, el desarrollo de la inteligencia espiritual no consiste en la práctica de una religión determinada, ya que no se trata de imponer o de ofrecer un conjunto de reglas y creencias que proceden de revelaciones o de jerarquías eclesiásticas. La inteligencia espiritual se concibe más bien como una capacidad innata que todos los seres humanos poseemos y que no está asociada a conocimientos e informaciones que procedan de la cultura escolar, sino que por el contrario es algo que se activa y desarrolla en todos los momentos de nuestra vida cotidiana en la medida en que ponemos en juego el despliegue de capacidades como las siguientes:
1. Buscar y encontrar significados usándolos en la solución de nuestros problemas. Ser capaces de autorientarnos, encontrar los principios que guíen y tutelen nuestra conducta desde nuestro propio interior. Llegar a ser aprendices y maestros de nosotros mismos.
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2. Transformar nuestra conciencia, nuestras fijaciones y programaciones. Ser capaces de desaprender o de descubrir y eliminar aquellas rutinas mentales que han quedado fijadas a nuestra estructura emocional y nos hacen sufrir. Investigar y descubrir capas más profundas de nosotros mismos, encontrando un soporte de sentido para la creación de nuestro propio maestro interior.
3. Reconocer los valores y cualidades positivas existentes en los demás, en la sociedad, en la naturaleza, pero también en nosotros, siendo capaces de encontrar nuevas cualidades y valores. Desarrollar un sentido de esperanza activa y de fe en que todo puede mejorarse dado que todo está en movimiento y en un proceso de permanente cambio.
4. Tomar conciencia de uno mismo, siendo capaz de analizar la propia conducta, los pensamientos y sentimientos, estableciendo conexiones entre ellos y reconociendo su procedencia.
5. Ser capaces de afrontar, trascender el dolor y el sufrimiento, utilizándolos como medios de aprendizaje y de crecimiento personal. Desarrollar una conformidad interna que no es resignación sino humildad, que no es derrota ni desesperanza sino aceptación de nuestras limitaciones y de nuestra provisionalidad.
6. Ser capaz investigar y descubrir nuestra sombra, o aquellas zonas profundas de nuestra mente que actúan condicionando y obstaculizando nuestro desarrollo, o simplemente oscureciendo nuestro despertar, nuestra claridad perceptiva y de aceptación de lo que es.
7. Aceptar, comprender y asumir con entera confianza y naturalidad la muerte como fenómeno inexorable que transforma nuestra existencia material devolviéndonos al origen…
8. Buscar y trabajar conscientemente por conseguir la serenidad y la paz interior, a través de la introspección, el diálogo interno, la meditación, la relajación, la contemplación, el recogimiento o cualquier procedimiento o estrategia que vaya al profundo ser interno de cada uno.
9. Desarrollar el pensamiento divergente y la independencia de campo, siendo capaces de proponer alternativas creativas e intuitivas a situaciones y problemas de la vida cotidiana. Ir más allá de lo establecido, rutinario descubriendo nuevas dimensiones de la realidad, haciéndonos nuevas preguntas y explorando nuevos territorios y posibilidades de desarrollo humano.
10. Pensar, sentir y actuar de forma coherente evitando conscientemente hacer daño a los demás y a nosotros mismos. Tener un especial sentido de respeto por la Naturaleza, la vida, nuestros semejantes y nosotros mismos.
11. Ser capaces de alegría existencial, de alegría que sale del interior y que no es fruto del consumo ni de la satisfacción de los deseos, sino de la tranquilidad de conciencia que ofrece el aceptar las cosas tal y como son.
12. Desarrollar un sentido de conformidad que no es conformismo ante las situaciones injustas, sino todo lo contrario: rebeldía y esperanza activa de que la sociedad debe ser liberada de las injusticias y las desigualdades, al mismo tiempo que nos liberamos interiormente y crecemos espiritualmente.
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13. Dar y recibir afectos, ofrecer y aceptar ternura, practicar la compasión como virtud de compartir sentimientos, percepciones, momentos y cosas materiales.
La educación espiritual no podemos confundirla con la educación religiosa aunque obviamente tiene evidentes conexiones. La educación espiritual no puede configurarse nunca como un proyecto educativo basado en la imposición, el autoritarismo, el dogmatismo, la tradición, la exclusión o la aceptación de verdades de fe, sino que por el contrario habrá de fundarse en una «espiritualidad transreligiosa» ya que la verdad, como nos recuerda Krishnamurti, es un país sin caminos, caminos que cada ser humano de forma única y original puede recorrer y organizar de forma enteramente personal. La educación espiritual en suma exige reconocer las grandes aportaciones a la Psicología y a la Pedagogía de los grandes maestros y educadores de la humanidad como Lao Tsé, Buda, Jesucristo, Teresa de Jesús, Juliana de Norwich, Teresa de Calcuta, Francisco de Asís, Rumi, Ibn-El-Arabí, Rabindranath Tagore, Ghandi; Martin Luther King; Helder Camara, Monseñor Romero y otras muchas mujeres y hombres que nos han ayudado y enseñado a emprender nuestro propio camino de paz, esperanza y amor. (WEIL, P.; LELOUP, J.Y.; CREMA, R.; 2003: 191-202).
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