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Uno de los elementos que quizás diferencia más la motivación de un
emprendedor de un empleado es la ausencia de jerarquía. Cuando en un
sistema clásico de empresa el empleado tiene un jefe directo que le da
directrices u ordenes, sigue sus resultados, autoriza sus vacaciones, y
sabe en cada momento donde está y que anda haciendo su equipo, el
emprendedor desarrolla su actividad con parametros totalmente
diferentes.
Uno de los argumentos que muchas veces se escucha de
personas que han lanzado su propia actividad y renunciado a un trabajo
asalariado es que querían ser su propio jefe, tomar sus decisiones, no
depender de las aspiraciones y objetivos profesionales de otros. Sería
muy ingenuo pensar que al montar una empresa se deja de tener que rendir
cuentas. Primero porque una empresa solo vive si tiene a sus clientes
satisfechos, y para ello es necesario escucharles y responder a sus
necesidades. Pero no solo están los clientes. El emprendedor tiene
compromisos con sus proveedores, con sus accionistas, con sus bancos,
que tiene que cumplir. Dicho de otra forma, un emprendedor sigue
teniendo jefes, pero de una naturaleza totalmente distinta.
Lo que
cambia es sobre todo el tema organizativo. En una empresa, un empleado
tiene unas tareas definidas. Cuando se le contrata, se le explica que
tendrá que hacer, y a medida que se producen cambios en la organización,
sus jefes le asignan nuevas tareas y le quitan otras. Se le exige una
forma de trabajar, cumplir normas, horarios, y por supuesto resultados.
Un emprendedor tiene la misma obligación de llegar a resultados, pero no
solo son objetivos impuestos para sus clientes y otros socios, tambien
son objetivos personales que él y solamente él sabe y se exige. Si
trabaja los sábados y domingos todo el día, y prefiere tomarse un
descanso un lunes, importa poco. La libertad que tiene consiste en
decidir que quiere lograr y como lo quiere lograr.
La sabiduria
popular nos enseña que a mayor libertad, mayor responsabilidad, y es
exactamente lo que pasa con el emprendedor. Como no tiene a un jefe
directo para orientarle, depende en gran medida de su ambición para
motivarse. Y en un entorno incierto, es más dificil motivarse que en
el ambiente cómodo de un trabajo asalariado conocido. Sin quitar ningún
mérito a los trabajos de empleado, muchos de ellos muy complicados, hay
que reconocer que no suelen dejar mucho terreno a la incertidumbre.
Para
entenderlo mejor, pongamos una situación. Una persona deja su puesto en
una empresa y decide lanzarse. Tiene una idea que le gusta, en una
actividad que le interesa, tiene suficiente capital, y después de
pensarselo, da el paso. Las decisiones que tiene que tomar son
múltiples. ¿Donde va a ejercer la actividad? ¿Cómo va a conseguir los
clientes? ¿Con qué socios va a trabajar? ¿Que tipo de estructura
jurídica elegir? Esas son solo algunas de las decisiones, y abarcan
campos muy diversos (comercial, marketing, financiero, legal).
Normalmente la motivación del inicio es suficiente para superar esos
primeros obstaculos.
El tiempo va pasando, y el número de clientes
no es el esperado. ¿Qué hacer? ¿Por qué motivo no se vende? ¿Es el
producto? ¿Es la comunicación? Montar un negocio no es algo muy
sencillo, y exige un largo trabajo y paciencia hasta llegar a unos
resultados satisfactorios, sin garantía de éxito. El emprendedor tiene
que enfrentarse a muchas dudas, y a peligros como el “síndrome del
Coyote” (probar una idea tras otra sin tener la paciencia de
perfeccionarla). Si por desgracia los clientes tardan en llegar, se le
puede hacer muy dificil motivarse. Y la motivación no se reduce a
trabajar o no, sino a obligarse a tomar las decisiones que aportarán
resultados. Hace falta una capacidad crítica para recapacitar, sin
ponerse a cuestionar todas las decisiones tomadas. Motivarse para
perseverar en un camino, aunque parezca muy pesado o sea algo que no
coincida con sus preferencias personales.
Y cuando llegan los
clientes, el emprendedor puede encontrarse en otra situación: la de
tener que responder a las demandas de sus clientes y no tener paciencia o
tiempo para ello. De nuevo, él solo tendrá que tener la motivación
suficiente para obligarse a decidir sus prioridades, olvidando su
preferencia personal del momento para pensar en el interés de su negocio
a medio y largo plazo. El aspecto de la motivación es fundamental
para emprender. Una persona que caiga facilmente en la pereza, o que no
sepa resistir a cierto grado de presión tendrá muchas dificultades para
llevar a cabo un negocio, al menos si lo hace sola. Una solución
satisfactoria puede ser buscar un socio con aptitudes y rasgos de
personalidad complementarios, aunque, obviamente, trabajar en equipo
también implica nuevos retos.
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