de Ernestina Anchorena
Soy inmortal cuando sueño porque estoy afuera del tiempo.
Cierro los ojos esperando que la noche me apasigue. La oscuridad es el vicio del silencio.
Ya no pienso porque los párpados me empujan hacia atrás
hasta perder el único asidero posible de la luz.
No son las sábanas las que me envuelven, son manos cabedoras de ilusiones
que me precipitan al vertigo del viaje.
El cosmos está detrás de mis ojos. Grito sin voz par air más adentro.
Hasta el borde de mí misma.
Gozo las pulsaciones porque ya no hay piel que me contenga.
Soy espuma.
Que acaricia todas las costas. Engendro mis propios deseos hasta ser pez y pájaro.
Principio de todo.
Madre del espacio nado o vuelo porque es lo mismo.
No son las sábanas, es el agua alrededor.
Una luna gigante platea mi cuerpo de agua y late. Soy pez.
Y salto de puro gozo.
No hay piel que me contenga y es de noche. Escamas de sal crecen por el agua
de las sábanas que me envuelven
en las pulsaciones sin tiempo
y desbordo espuma en todas las costas. Sueño.
Grito al fin sin voz para ir más adentro, hasta el centro de mí misma.
Donde pierdo contorno y es todo útero alrededor.
En el líquido primitivo floto.
Anido en estas sábanas ola. Soy pájaro que nada.
Gozo los latidos de mi ser sin límite, ya no hay piel que me contenga.
Me desbordo ola que lame todas las costas.
Giro.
Empujo.
Voy hacia todos los cuerpos madre al fin del deseo.
Nado en éxtasis mientras el aire es otra cosa porque no respiro, solo recuerdo que respiro,
el aire esta afuera del agua y brilla como un cielo
y ese recuerdo se parece a una caja roja que mi madre
preparó para mí en un día de tormenta, en donde los pájaros eran del color de la tierra.
Nado o vuelo porque es lo mismo.
Me crecen plumas como escamas que cubren hasta la sal de mi boca.
Plumas como escamas que brillan a contraluz porque son trasparentes.
Todo es blanco en lo más hondo de mí.
Quiero que nieve
y los copos ahondan el silencio porque son suaves y tibios y tardan en caer
y forman un vestido con textura de nube para mí.
Tengo un pájaro entre mis pechos ahora.
Me abraza con las alas más largas que existen. Las estira hasta formar mis propias alas.
Alas de águila.
Alas de condor pero blancas.
Corto la nieve en diagonal para llegar, ahora, si, al viento. Con la respiración inagurada
de pájaro
que es la mía.
Un corazón crece hata lograr que el color de la sangre sea posible.
Voy hacia lo que creo arriba de este lugar sin borde.
Giro sobre mí y río.
El sonido de mi propia voz es un eco, algo ajeno he imposible:
el recuerdo de los párpados que dejé tan lejos.
Vuelo abajo par aver
árboles rojos.
No hay agua donde arrojarse ni escamas en las puntas de mis alas.
El deseo del mar atraviesa todo este ser pájaro pero está tan rojo ahí que el corazón,
es un volcán a punto de estallar.
Ya no puedo sostener la hermosa blancura de este sueño.
Las ramas de pronto esparcen mis plumas.
No soy en mí.
Dejo de sostener al pájaro porque voy hacia el pez que fuí.
Tiemblo.
Recorro el camino que me lleva a mis párpados después de toda una vida
y tu mano los sostiene cuando los abro.
Estuve en el hotel hace un par de semanas, y en cuanto lei los pedazos del poema quede atrapada. Las tres mañanas que desayuné ahi me dieron tiempo de escoger mis favoritos: los fotografíe. Y antes de dejar el hotel no pude irme sin preguntar quién lo había escrito, me dieron tu nombre, yo pensaba en una poeta famosa con muchas publicaciones, el útlimo día en Buenos Aires pasé por una librería en Palermo y entré a preguntar si tenían algo de Anchorena, nadie supo darme noticias. Llego ahora a casa y el internet me hace encontrar el poema completo, y lo leo y lo vuelvo a disfrutar, en pedazos y junto... tiene tanto peso como ligereza y es bellísimo. No podía pasar por acá sin dejar un comentario. Qué bien que existan personas así con esa capacidad de hacernos soñar despiertos.
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