Esta bella palabra tiene un origen de lo más pintoresco, pues emana de un antiquísimo relato oral llamado Los príncipes de Serendip (la actual Sri Lanka), en el que unos tipos suertudos resolvían todo mediante casualidades increíbles, como en los guiones de Almodóvar. Pero en nuestro idioma es aun un término nuevo, todavía con un lazo, y olor a embalaje; y hay que desentrañar sus prestaciones, que las tiene.
Por razones más vinculadas con lo kitsch que con una verdadera necesidad lingüística, parece que el Diccionario de la RAE la incluirá en su próxima edición (en la edición en papel del Diccionario Espasa para todo el ámbito hispánico pronto la podremos encontrar). Ya en estas páginas se ofrecieron algunos ejemplos notables de serendipia.
La película Serendipity (Peter Chelsom, 2001) interpretada por John Cusack y Kate Beckinsale, en la que se tentaba precisamente al azar para ver si los dados caían para favorecer a la pareja protagonista, volvió a poner de moda el vocablo, del que en España nadie había oído hablar.
Detrás de todo proceso creativo hay un margen mayor o menor de casualidad, de mecanismos aleatorios o al menos impredecibles, y por eso la serendipia estuvo presente cuando George de Mestral, un ingeniero que paseaba a su perro ideó el velcro mientras quitaba los cardos que se le enredaban a su mascota en el pelo durante sus caminatas por el campo. O si me apuran, cuando Cristóbal Colón, que buscaba las Indias, se topó con las Américas…
Este principio es aplicable a la vida, ¡y no digamos al arte! y todos los gurús del emprendimiento o de la autoayuda (a veces es lo mismo) coinciden en recomendar una actitud abierta hacia todo lo que nos pueda suceder, aunque contravenga nuestra idea previa de cómo debían desarrollarse las cosas.
The Monkey Shakespeare Simulator es un proyecto que se puso en marcha en 2003, y que intenta imitar miles de monos escribiendo al azar sobre un teclado. Se trata de averiguar cuánto tardarían en escribir por casualidad una obra de Shakespeare. No hay ninguna inteligencia involucrada, aparte de la de los programadores del software. Como curiosidad cabe señalar que algunos años después el programa escupió estas dos secuencias, en dos diferentes momentos, que de hecho contienen breves retazos de Enrique IV y de La Tempestad:
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Flauius. Hence: home you idle CrmS3RSs jbnKR IIYUS2([;3ei’Qqrm’
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De un modo más elaborado, el programa RACTER, escrito por William Chamberlain y Thomas Etter, trata de domar la serendipia, pues es capaz de elegir aleatoriamente palabras de un diccionario, y de colocarlas unas detrás de otras según la frase vaya cobrando sentido sintáctico y semántico o no. Dada su velocidad de proceso, el programa dio lugar a una colección de relatos cortos y poemas recopilados en el volumen The Policeman´s Beard is Half Constructed. (1985) que recibió estupendas críticas en diarios de gran tirada.
El azar es el principal motor del ser humano, y no hablo del cupón de la ONCE. Piensen en cómo conocieron a su media naranja, o cómo decidieron su futura vida profesional, o cómo todo cambió por elegir un destino de viaje… y no otro. Negar esto y poner toda la vida en una hoja Excel es algo que muchos intentan hacer, pero fracasan de manera irremediable. Nada tiene un sabor más delicioso que nuestras propias palabras cuando nos las tragamos.
No, yo es que ahora no quiero una relación.
No, yo es que nunca viviría en el campo.
No, yo es que nunca comería pescado crudo.
No, yo es que nunca tomo el sol.
No, yo nunca participaría en una orgía.
La persona que profirió estas cinco sentencias vive hoy enamorada con su pareja en una soleada casita rural cerca de la playa que ofrece sushi y sashimi a sus huéspedes… con quienes por las noches se entregan a los placeres más húmedos.
Así que… ¡No sea usted inflexible! ¡Serendipícese! La vida lo merece… ¿no?
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