miércoles, 25 de junio de 2014

El fenómeno de las emociones y la formación

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  • Las experiencias subjetivas como las emociones no se pueden demostrar
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Durante buena parte del siglo XX, el fenómeno de las emociones, pasó casi inadvertido para los investigadores, cuanto más para los responsables de RRHH. Parecía que las emociones sólo fueran un molesto "efecto colateral" que afectara a determinadas personas, en momentos muy puntuales, y de formas poco predecibles.
Sus efectos en las organizaciones eran difíciles de cuantificar y menos aún de controlar. Esa imagen cambió definitivamente en los años 90 del siglo pasado con el surgimiento del concepto de "Inteligencia Emocional" y su posterior popularización. Las nuevas investigaciones trajeron a la palestra una imagen bien distinta de las emociones; habían llegado para quedarse. Durante las últimas décadas esa imagen se ha ido perfilando y no sólo ha salido del ámbito académico, sino que se han colado en el mundo de las organizaciones, del management, de la comunicación y el marketing, e incluso de la economía.
No existe empresa que, al menos de cara a la galería, no incorpore en sus recorridos formativos algún módulo dedicado al desarrollo de las competencias emocionales de su personal. Miles de enfoques y contenidos diferentes han crecido al calor de esa "fiebre emocional" que ha impregnado estas dos últimas décadas. Pero hay un problema importante, y para demostrarlo vamos a realizar un pequeño experimento. Elija un compañero/a de trabajo que tenga hijos y plantéele la siguiente pregunta: ¿Quieres a tus hijos? Una pregunta sencilla ¿verdad? Muy probablemente la persona contestará que sí. En ese momento le espetaremos cariñosamente un? ¡¡¡Demuéstralo!!! Recuerde que le hemos pedido que demuestre el amor por sus hijos. La persona empezará a hablar de lo que ya hizo por sus hijos en el pasado, de los desvelos e inquietudes sobre su salud, su educación, su futuro, su bienestar, etc. Podrá incluso emocionarse y echarse a llorar, pero todo, absolutamente todo lo que nos diga o haga puede ser perfecta y convincentemente interpretado por un actor.

Demostrar la emoción

Entonces ¿Cómo podemos demostrar una emoción? La respuesta es: No podemos. Las emociones, y su percepción consciente, los sentimientos, tienen un elemento diferencial que las convierte en un fenómeno muy difícil de aprehender; son experiencias subjetivas. Sólo la persona que las siente puede llegar, con suerte, a captar todos los matices de esa experiencia, y sólo quien ya ha pasado por esa misma situación puede llegar a atisbar, siempre de forma diferente y parcial, lo que alguien que se encuentra en esa misma circunstancia está experimentando. Esto complica tanto las cosas que aún no hay consenso científico entre los investigadores para definir bien el concepto de emoción.
Cuando trasladamos este hecho a la formación emocional en las empresas, el problema se hace aún más patente. ¿Cuántos de nuestros formadores en inteligencia emocional realmente poseen eso que enseñan? ¿Lo han demostrado? ¿Acaso pueden demostrarlo? ¿Su conocimiento surge del estudio académico, de la experiencia real, quizá de ambos o tal vez de ninguno? Sólo si, como responsables de RRHH y de formación nos hacemos estas preguntas, podremos empezar a vislumbrar este maremágnum en que se ha convertido la formación emocional.
Mario Garcés


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