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Toda verdad reconocida como tal, ha pasado por tres fases, en su proceso de aceptación: primero es ridiculizada, a continuación recibe una violenta oposición, para finalmente ser aceptada como algo natural y evidente (Arthur Schopenhauer) Meses atrás pregunté a varias personas cuál era el criterio más importante que ellos consideraban a la hora de elegir un restaurant. Como era de esperar, la inmensa mayoría me respondió “la comida”. De nada sirve que el lugar esté decorado lujosamente, la carta sea extensa y sofisticada, las materias primas exquisitas, la vajilla exclusiva, la atención refinada o incluso el precio asequible si la comida es mala. Lo más importante que ocurre en un restaurant tiene lugar en la cocina ya que si esta no entrega la comida a la altura de lo que esperan los comensales, el resto de factores simplemente pierden toda relevancia. Lo mismo sucede con la salud, cuando acudes a un hospital lo más importante es que te curen la dolencia que te aqueja. Si sales enfermo, el sistema no cumple su función y de nada sirve que sea gratis. Hace años que en Chile, y en muchos otros países, se escucha continuamente la misma cantinela: “Tenemos una educación de muy mala calidad, hay que mejorar la calidad de la educación” (ya en 2011 escribí sobre la trampa de la educación de calidad). Lamentablemente, todos los aportes y las medidas que se están debatiendo para mejorar la educación giran alrededor de esos aspectos que apenas tienen impacto sobre la calidad. Y es que para hablar de calidad en educación es obligatorio entrar en la sala de clases igual que para hablar de calidad en la gastronomía no hay más remedio que meterse en la cocina. ¿Por qué entonces los políticos, economistas e ingenieros que dominan la discusión sobre educación han fijado el debate en los aspectos económicos? La razón muy simple: es el área que dominan, saben de números, presupuestos y estadísticas pero no parecen saber nada de aprendizaje. Y así nos va… ¿Educación gratuita? Igual que la comida, ¿de qué nos sirve si es una porquería? Algunoseducadores son conscientes del problema pero no tienen peso en la discusión. Existe unanimidad acerca de que nada condiciona más el futuro de las personas que el aprendizaje. Por eso, es tan urgente aprovechar la apasionante oportunidad que se nos presenta si somos valientes y corregimos el rumbo. Aún estamos a tiempo. Antes de analizar ese concepto tan prostituido como es la calidad de la educación, es imprescindible consensuar en primer lugar qué entendemos por educar. Estoy dispuesto a apostar cualquier cosa a que si preguntamos a 20 personas por su definición de educación, no solo les costará trabajo expresarla sino que además, difícilmente coincidirán. ¿Podemos pontificar sobre la calidad cuando ni siquiera tenemos un acuerdo de lo que esperamos de la educación? ¿Qué es la educación y qué objetivo persigue? Es el proceso por el que los niños y jóvenes aprenden lo necesario para desenvolverse de forma autónoma en el mundo en que viven y que les acogerá. Para ello, el sistema educativo debiera proveer una amplia gama de experiencias que nos aseguren que una vez los alumnos culminan el proceso, contarán con conocimientos (habilidades, actitudes y hábitos) para desempeñar su carrera profesional, participar activamente en la sociedad en que están insertos y desarrollar una sana y equilibrada vida familiar y afectiva. Ya que hablamos tan alegremente de calidad en la educación ¿cómo podemos estar tan seguros de que nuestra educación es de mala calidad? El sentido común dice que para medir la calidad debiésemos examinar si la educación cumple o no con sus objetivos. Sin embargo, el método pueril que tenemos para determinar la calidad de la educación escolar consiste en evaluar los puntajes que obtienen los alumnos en una serie de pruebas teóricas estandarizadas que se realizan a nivel nacional (SIMCE, PSU, Selectividad, SAT…) o internacional (PISA). Aunque parezca mentira, nuestra valoración de la calidad del sistema educativo descansa en un mecanismo tan simplista y raquítico que no resiste análisis pero que nadie parece atreverse a cuestionar. Tratar de evaluar la calidad de un intangible como la educación mediante exámenes escritos muestra una completa ignorancia de la complejidad del proceso de aprendizaje. Educar y estudiar no tienen nada que ver. Asumir que dado que las notas de los alumnos son peores de lo que nos gustaría (sobre todo cuando se comparan con las de otros países) la calidad de la educación es deficiente, indica un profundo desconocimiento de los objetivos del proceso educativo como nos demuestran diariamente los medios de comunicación. Y es que si por arte de magia, todos los niños se volviesen estudiosos y sus notas fuesen extraordinarias, la calidad de la educación seguiría siendo la misma. Nefasta. No consigo entender que la educación sea considerada como el mecanismo que posibilita el desarrollo de los países y permite combatir la desigualdad, favoreciendo la movilidad social y que el sistema que tenemos para administrarla sea tan desastroso. ¿Y la calidad de la enseñanza superior? Dado que en este caso no contamos con pruebas nacionales como las que mencionamos anteriormente, ¿cómo sabemos si la universidad entrega educación de calidad? Para responder esta incógnita es que hábilmente se inventó unmecanismo de acreditación artificial que nuevamente evita colocar al aula como eje del proceso de aprendizaje y que es defendido a ultranza por los máximos responsables de las principales instituciones. ¿Casualidad? No lo creo, hay demasiados intereses en juego y lo que ocurre en la sala de clases nunca ha sido una prioridad para las autoridades académicas. Como veremos más adelante, son los alumnos y las empresas que los contratan, los llamados a evaluar la calidad de la educación superior y, cuando se les pregunta, su opinión no es muy favorable. ¿Y entonces, por qué la educación que tenemos es de mala calidad? La respuesta no tiene nada que ver con los resultados de esas pruebas tan idolatradas como descabelladas. La educación está fracasando porque no es capaz de cumplir con la promesa de preparar a los niños para el mundo en el que se tendrán que desempeñar. Valga como muestra este ejemplo demoledor. España actualmente padece una cifra verdaderamente dramática y vergonzosa: 53% de desempleo juvenil. Es decir, que tras 17 años de educación formal, el mensaje que la sociedad entrega a sus ciudadanos más desprotegidos es que todo el esfuerzo, sacrificio e inversión que han hecho no ha servido para nada. En este artículo “Cómo luchar contra el paro juvenil” se pueden leer 2 frases inapelables: “Una de sus causas, es el desajuste entre la cualificación de las personas y las competencias profesionales que demandan las empresas” … “Las sociedades más exitosas son las que consiguen ajustar las posibilidades formativas y educativas que se ofrecen a los jóvenes a las necesidades de la economía real”. Cada vez más personas reconocen que apenas existe relación entre lo que se enseña en el colegio y la universidad y lo que los jóvenes se encontrarán en su vida adulta. ¿Tiene sentido insistir en que los niños y los profesores se esfuercen en estudiar y enseñar las mismas asignaturas cuando lo que estudian no solo es irrelevante, sino que además lo olvidarán en poco tiempo? ¿Es coherente seguir usando metodologías de aprendizaje obsoletas y que contradicen los objetivos del proceso educativo? Es impresentable que la educación siga siendo un negocio pero ¿es realmente prioritario centrar el discurso sobre el lucro, la gratuidad, la libertad de elección, la financiación, el copago, etc. cuando la educación se decide dentro del aula? ¿Quién determina la calidad de la educación? Volvamos a nuestro ejemplo inicial, ¿quién decide que un restaurant es de calidad? ¿el propio establecimiento? ¿el cocinero? Es evidente que quien lo determina es el cliente que recibe el servicio y emite su veredicto. Desde luego, para evaluar la calidad de la comida, no sirve de mucho hacer un test de respuesta múltiple al cocinero, un examen oral a los camareros ni revisar minuciosamente la carta o las instalaciones. Para decidir si la comida es buena, necesitamos probarla y para ello, lo importante no es lo que el chef y su equipo saben o dicen sino lo que hacen. Los atributos de la buena calidad solo se pueden determinar al evaluar el resultado, es decir el plato solicitado. Sin embargo, en el ámbito educativo, otra vez vivimos una situación inaudita porque, actualmente, son las propias instituciones educativas las que insisten en decidir cuando la educación es de calidad. Insisto, la calidad de la educación solo la pueden juzgar los clientes que la reciben. Cuando años después de licenciarse se les pregunta a los ex – alumnos por la utilidad de lo que aprendieron, sus respuestas son devastadoras. De igual forma, las organizaciones que los contratan llevan tiempo denunciando la deficiente preparación de los egresados universitarios. Erasmo de Rotterdam ya lo sabía hace 500 años cuando sentenció que “el colmo de la estupidez es aprender lo que luego hay que olvidar” . La calidad no la decide la institución proveedora ni la asegura un certificado de acreditación ni un título repleto de asignaturas que nunca más aparecen en tu vida. ¿O es que acaso Steve Jobs fue exitoso por lo mucho que estudió? Lo que de verdad importa es cuan bien preparadas salen las personas para poder tomar las riendas de su existencia y en eso, el sistema educativo lleva tiempo fallando estrepitosamente. Habiendo especificado lo que no funciona adecuadamente ¿Qué camino es el que habría que recorrer para tratar de mejorar la calidad de la educación? 1. Hay que empezar por decidir qué modelo de país se desea y por ende, qué tipo de ciudadano queremos, algo todavía lejano en el caso de Chile según Patricio Meller. Hoy tenemos una sociedad consumista a ultranza y el modelo educativo lo refleja a la perfección: La educación es un producto, un bien de consumo, de hecho es un magnífico negocio para muchos y por eso mismo era esperable que surgiesen tantos defensores que se resisten a cambiarla. Eso explica por qué el análisis de la educación se plantea desde el punto de vista económico. ¿Es nuestro sistema educativo la mejor solución para que los niños aprendan? Cualquiera que tenga 2 dedos de frente responderá que colocar 1 profesor con 30 alumnos a contarles cosas no es la mejor alternativa (lo ideal es 1 profesor con 1 alumno) pero indudablemente, es la más rentable. Cuando hayamos acordado qué tipo de ciudadano queremos tener (democrático, solidario, tolerante, creativo, emprendedor, preocupado por el medio ambiente, diverso, ético, global, tecnológico, etc.) tendremos que decidir sobre otros 2 aspectos clave: qué aprender y cómo hacerlo. 2. QUÉ es importante que nuestros niños aprendan para poder aspirar a ese tipo de ciudadano. En este punto encontramos uno de los principales escollos de todo el sistema: El curriculum. Si de verdad queremos mejorar la educación, rehacer el curriculum es un paso innegociable que desatará una guerra abierta en toda regla porque millones de puestos de trabajo dependen de mantener el sistema actual: las mismas asignaturas, los mismos libros de texto, los mismos exámenes… Sabemos de sobra lo que espera a un joven cuando termina su etapa educativa: Participar en la sociedad, trabajar por cuenta ajena/emprender negocios propios, crear una familia, manejar su salud y sus finanzas personales y laborales, batallar con aspectos legales, gestión de sí mismo/autodesarrollo, convivir con la tecnología, gestionar la incertidumbre (cambiar muchas veces de trabajo, de país, de profesión, de familia), etc. Y sabemos también qué habilidades hacen falta para poder lidiar con todos esos desafíos: Leer, escribir y hablar, pensar y razonar, negociar, comunicar, liderar, relacionarse con otros y gestionar conflictos, dominar idiomas, vender, innovar, manejar proyectos (diagnosticar, planificar, gestionar), aprender continuamente, etc. No hace falta ser un genio para comprender que el precario curriculum que tenemos, diseñado a finales del SXIX, ya no se sostiene más. La vida no se parece en nada a lo que sucede en el aula. ¿Por qué enseñamos lo que enseñamos? En palabras de Einstein “todo el mundo es un genio pero si juzgas a un pez por su habilidad para escalar un árbol, vivirá toda la vida creyendo que es estúpido”. ¿Tiene sentido el mismo curriculum para todos? ¿Tendremos el valor de innovar y reinventarlo? 3. CÓMO debiesen aprender lo que decidimos que es importante. Cada vez hay menos personas que nieguen que la mejor manera de aprender es haciendo aunque el sistema educativo no parezca haberse enterado y continúe basando su modelo en el libro, la pizarra y la lección magistral. Indudablemente hay que agradecer que la sociedad haya favorecido el acceso de miles de personas a la educación porque eso te permite conocer las ideas de otros, pero el siguiente paso consiste en enseñarte a crear las tuyas, a pensar y proponer tus propias opiniones en lugar de repetir lo que otros dijeron o hicieron. Por eso, el principal cambio en la educación es pasar de escuchar a hacer y para ello, es indispensable incorporar nuevas metodologías, eliminar los tests, trabajar por proyectos y por problemas, con casos, conjuegos, con errores, en definitiva, aceptar que primero va la práctica y luego la teoría. Como parece poco probable que se modifiquen los curriculums a corto plazo, hay un par de iniciativas que, mientras tanto, podemos llevar a cabo: Dado que es injusto y temerario exigir a un joven de 18 que decida qué quiere estudiar cuando no conoce nada del mundo del trabajo, la primera consiste en que antes de entrar a la universidad, todos los jóvenes pasen 1 ó 2 años de experiencia en el ámbito laboral para conocer los posibles trabajos en los que podrían desempeñarse en el futuro. El objetivo no es que adquieran conocimientos sino que se familiaricen con la manera en que funciona una empresa, qué se hace y cómo se hace. Durante ese periodo, tendrían que rotar cada mes por una empresa o institución diferente (un hospital, la redacción de un periódico, una fábrica, una ONG, una institución pública…) y de esta forma estarían muchísimo mejor equipados a la hora de escoger a qué se quieren dedicar. Relacionado con esto mismo, no conozco ningún estudiante universitario que no piense luego en trabajar en aquello en lo que se graduó. Por tanto, la segunda iniciativa consiste en incorporar de forma explícita a las empresas en el diseño de los curriculum y también en su impartición ya que ellas van a recibir a los egresados universitarios. El sentido común dice que la mayoría de los profesores debiesen ser profesionales en ejercicio con experiencia en el mundo real de aquello que enseñan… Si gran parte de lo que estudias en colegio y universidad nunca más lo vuelves a ver y si la forma en que evaluamos el aprendizaje (examen) nunca más aparece en nuestra vida laboral ¿Entonces por qué que lo seguimos haciendo? Porqué seguimos convencidos de que el modelo es correcto y lo que fallan son los resultados y por tanto la culpa es de los profesores que son mediocres y los alumnos que no estudian. En lugar de insistir en “más de lo mismo” ¿no habrá llegado ya la hora de cambiar el modelo de una vez por todas? Hay muchos otros aspectos que necesitan ser abordados si realmente queremos mejorar la calidad de la educación. Para empezar, habría que redefinir sin miedo alguno el rol de los actores que deben participar en el proceso: profesores, alumnos, escuelas y universidades, profesionales, ciudadanos, el estado y desde luego las empresas. Y hay un factor que va a jugar un papel esencial porque es el único que nos va a permitir llevar educación de calidad sin limitaciones, a todas las personas, en todos los lugares y en todo momento: La tecnología. |
jueves, 28 de agosto de 2014
Calidad en educación ¿Estamos de broma?
http://www.catenaria.cl/km/newsletter/newsletter_101.htm
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