Cuando tenemos pensamientos o tomamos decisiones siempre pensamos que lo hacemos con total y libre albedrío. ¿Seguro? Para empezar, los magos conocen técnicas por las que pueden convencernos de que hemos escogido, por ejemplo, una carta cuando realmente han sido ellos quienes nos han condicionado para que escojamos la que ellos quieren. ¿Sería esto libre albedrío? Tanto si es como así como si no lo es, no es de este tipo de decisiones de las que os quiero hablar.
Resulta que es posible que virus, bacterias y protozoos pueden manipular el comportamiento y desarrollo de algunos otros animales o insectos sin ser detectados.
Por ejemplo, las hormigas carpinteras son víctimas de un hongo debido al cual sufren convulsiones cayendo de los árboles. Pasados unos días la hormiga se aferra al dorso de una hoja clavando las mandíbulas en ella. La pobre hormiga no puede liberarse de la hoja incluso después de morir, con lo que el hongo aprovecha el cuerpo de la misma para crecer y liberar sus esporas. Hay cuatro especies de hongos adaptados a cada especie de hormiga. Hay ciertos gusanos a los que les gusta chapotear en los intestinos de las aves. Cuando son expulsados en las deposiciones se retuercen hasta acabar siendo introducidos en hormigas, que se tornan rojas como cerezas y toman la apariencia de bayas deliciosas para que las aves vuelvan a ingerirlos, y así los gusanos vuelven a chapotear de nuevo en los intestinos de las aves.
Y luego está la bacteria Wolbachia que infecta a avispas, mosquitos, mariposas, moscas y escarabajos. Sólo puede reproducirse en los huevos de la hembra, así que, como un Herodes de la Biblia, mata a todos los niños que encuentra liberando unas toxinas genéticamente producidas contra los machos. Hay casos en los que incluso manipula los genes que determinan el sexo de los insectos, convirtiendo las larvas de machos en hembras.
Sin embargo, ¿es posible que un ataque de estos vaya al cerebro y nos obligue a cambiar el comportamiento sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello? Pues sí: el Toxoplasma gondii es un protozoo unicelular que posee casi 8000 genes. Originariamente estaba asociado a los felinos, pero también se ha adaptado a los murciélagos, ballenas, elefantes, etc.
Entran en sus presas a través de las heces que los contienen o cuando una animal se come a otro que está infectado. Cuando este protozoo invade un mamífero va hacia el cerebro, a la zona de la amígdala, donde forma unos quistes diminutos. Y es en la amígdala donde tenemos el procesamiento de las emociones, placer, ansiedad, etc. Incluso puede alterar el olfato de su presa.
Los roedores que son criados en el laboratorio corren a esconderse en un agujero sólo con oler la orina del gato. Es un miedo instintivo que tienen grabado en sus genes. Pero las ratas expuestas al toxoplasma siguen teniendo miedo al olor de la orina de otros muchos depredadores, excepto la de los gatos. En el resto de sus costumbres y comportamientos es perfectamente normal. En cuanto esos ratones huelen la orina de gato les late la amígdala como si estuvieran delante de una hembra en celo, incluso se les hinchan los testículos.
El Toxoplasma puede clonarse a sí mismo dividiéndose en dos, pero también puede reproducirse sexualmente sólo en el intestino de los gatos y eso es precisamente lo que buscan. La orina del gato les da esta oportunidad, y así los gatos van a cazar a las ratas y comérselas, de manera que el Toxoplasma vuelve al intestino de los felinos.
¿Cómo es posible que puedan hacer una cosa así? Los científicos han descubierto que dos de los ocho mil genes ayudan a sintetizar la dopamina, la que a su vez, ayuda a activar los circuitos de gratificación del cerebro.
Y está muy bien que afecte a roedores pero, ¿puede afectarnos a nosotros? Sólo diré que hay gente que tiene muchos gatos en casa y no notan el olor de su orina. Algunos incluso, admiten que les gusta (no sin cierta vergüenza). Y un caso que se conoce de lo que se podría llamar "adicción" a los gatos es Jack y Donna Wright que constan en el Libro Guinness de los Records con nada menos que 689. ¿Podría el Toxoplasma haber afectado estos cerebros? Por lo menos, no podemos descartar que nuestro libre albedrío podría no ser tan libre como pensamos.
Fuentes:
Sam Kean, El pulgar del violonista.
Foto:
Wikipedia, Scott O'Neill