Un maestro llama a un alumno a la pizarra, y le lee una frase: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. A continuación le ordena: “Póngame esto en lenguaje poético”. El alumno, con muy buen tino, escribe: “Lo que pasa en la calle”. Pues bien, “motivación”, puesto en lenguaje poético, significa “tener ganas de hacer algo”. Lo que estamos aceptando como dogma de fe es que si no tengo ganas de hacer una cosa no es que no la quiera hacer, es que no puedo hacerla. Y esto es radicalmente falso, moralmente destructivo, y ha emponzoñado toda nuestra relación educativa. Juzguen por sí mismos. ¿Hacen sólo lo que tienen ganas de hacer? Rotundamente, no. Hacen, por de pronto, cosas para las que no están motivados, pero que consideran que son buenas o conveniente o útiles a largo plazo. En la vida real no aceptamos esa omnipotencia de la motivación que estamos enseñando en la escuela. Supongan que se les estropea un grifo, llaman al fontanero –que les hace una chapuza– y que cuando van a protestarle les dice: “Lo siento, pero ese día no estaba motivado para arreglar grifos”. ¿Qué le dirían? ¡Claro que es ideal hacer las cosas con ganas! Ortega decía: “¡Es triste tener que hacer por deber lo que podríamos hacer por entusiasmo!”. Pero las ganas son un fenómeno afectivo que no dominamos y en el que, por lo tanto, no podemos fundamentar nuestro comportamiento.
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