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Si hay un sitio intenso para meditar sobre la felicidad es el hospital, más aún si te tocan estadías largas por motivos serios. En esas he estado todo este fin de año haciendo compañía a mi padre en un hospital argentino. Muchas horas para darle al coco sobre lo que tenemos, lo que nos falta, y lo que nos espera con los años. Y casualmente había comprado un día antes de mi viaje a Argentina un libro sobre el tema, “Diseña tu felicidad” (“Happiness by design”, 2014) de Paul Dolan, un reconocido experto internacional en felicidad, comportamiento y políticas públicas. Aproveché la ocasión para leerlo, y debo decir que me encantó.
Como hay mucho cantamañanismo en el género de auto-ayuda, los únicos textos sobre felicidad que leo son los escritos por autores con una acreditada reputación científica. Es el caso de “Flujo” (Flow) de Mihály Csíkszentmihályi, que es para mí con diferencia el mejor libro sobre el tema que se ha publicado. Paul Dolan sabe de lo que habla, es profesor de ciencia conductual en la London School of Economics, al que llegué a través del premio nobel Daniel Kahneman, con el que ha colaborado como investigador invitado en la Universidad de Princeton, y es quien prologa el libro.
Siempre me han atraído los enfoques que aplican el pensamiento económico a otras disciplinas. Un buen ejemplo es la obra de Cass Sunstein que combina Economía y Derecho. Mi visión es de economista humanista, y en el ámbito de la psicología simpatizo con la escuela de la Terapia Cognitivo Conductual, de la que he leído (he intento aplicarme) bastante. Así que cuando me enteré que Dolan servía un coctel con esos ingredientes, y además aderezado con guiños al diseño, me sumergí en el libro con gran interés. Aquí comparto mi reseña de la metodología que él propone.
Me ha gustado, por ejemplo, el modelo o metáfora teórica que utiliza de imaginarnos lo que él llama un “proceso de producción de felicidad” que recibe unos inputs y que transforma en unos outputs en forma de felicidad. Me resulta didáctico e intuitivo plantearnos el desafío de rediseñar contextos facilitadores de la felicidad que busquen reducir costes y mejorar la eficiencia de ese hipotético “proceso de producción”.
Como él mismo reconoce, la escasez de recursos atencionales está en el núcleo de su investigación, así que el “proceso de producción de felicidad” es el modo en que cada persona asigna su atención entre distintas actividades que realiza en su vida: “Igual que una empresa procura combinar sus diversos inputs de la forma más efectiva, tú estás intentando procesar todos los estímulos que compiten por tu atención de maneras que traigan consigo cuanta felicidad sea posible”.
Como se ve, según Dolan la felicidad está determinada por el modo en que asignamos la atención. Si no somos tan felices como podríamos es porque quizás estemos asignando mal nuestra atención. Sin embargo, no es tan fácil optimizar la atención porque el sistema-1 es potente, y nos lleva a prestar automáticamente atención a unos estímulos más que a otros. El sistema-1, que opera el “pensamiento rápido”, intenta echarnos una mano en un mundo que es complejo, pero a veces sus esfuerzos por simplificar las cosas nos hace tomar decisiones (“intuitivas”) que ven en detrimento de nuestra felicidad. De hecho, muchas veces ni somos conscientes de que nuestras preferencias atencionales están siendo predeterminadas.
¿Y cómo define Dolan la “felicidad? Según él, es “el conjunto de experiencias de placer y propósito a lo largo del tiempo”, y que llama PPP: Principio Placer-Propósito. Para ser feliz de verdad debes sentir tanto placer como propósito, o sea, intentar llenar tu vida de actividades placenteras y significativas [esta idea hace recordar la dicotomía entre “placer” y “gratificaciones” que expone tan bien Csikszentmihalyi en Flow]. Separar el placer del propósito explica por qué algunas emociones negativas pueden a veces ser positivas si tienen un objetivo (es lo que yo llamaba “esfuerzo motivado” en un post anterior ). Si una actividad no genera placer, búscale un verdadero propósito que la justifique; y si no tiene propósito, entonces al menos debería darte placer, aunque lo ideal sería crear las condiciones para que se den las dos. Por ejemplo, que realizar ejercicio físico no solo se base en el logro de un objetivo final (“propósito”), sino que se conciba de tal modo que permita también disfrutar del proceso (“placer”).
Por lo tanto, la clave de la felicidad está en buscar y encontrar placer y finalidad en la vida cotidiana. Lo mejor es buscar un equilibro entre ambos, pero le corresponde a cada cual decidir en qué proporción debe estar presente cada uno según su patrón óptimo de felicidad. Cada persona tiene su propio “equilibrio óptimo” que tiene que saber descubrir. Por otra parte, puedes intentar pasar más tiempo con personas que sean “máquinas de placer” si en tu vida hay poco placer, o más tiempo con “máquinas de propósito” si en tu vida no abunda el propósito.
Voy a resumir ahora el modelo de tres pasos que propone Paul Dolan para optimizar el “proceso de producción de felicidad”: 1º) DECIDIR: Implementar mecanismos de feedback para observarse en las experiencias cotidianas a fin de identificar lo que nos hace más (menos) felices, y entonces decidir un nuevo patrón de atención que sea coherente con ello, 2º) DISEÑAR: Crear contextos que hagan más fácil (incluso automatizar) nuestra predisposición a seguir el patrón de atención decidido en el paso anterior, 3º) HACER: Actuar de forma consecuente para cumplir la asignación prevista de atención que nos haría más felices. Comento por separado los dos primeros pasos, que son los que me parecen más interesantes:
Feedback para decidir:
Un mejor Feedback de cómo las decisiones que tomamos afectan nuestra felicidad, vía asignación de la atención, nos permitirá mejorarlas. Así que es muy importante averiguar qué inputs de nuestro “proceso de producción de felicidad” nos dan placer y/o propósito, y cuáles no. Esto exige prestar más atención a los efectos de cada experiencia, y una forma práctica de hacerlo puede ser, por ejemplo, llevando por un tiempo una especie de “diario de la felicidad”, que documente lo que hacemos/sentimos cada día.
Un desafío en todo esto es evitar sesgos en la lectura de cuáles son nuestras fuentes de felicidad. Dolan está más interesado en las experiencias vitales de las personas que en las evaluaciones que éstas hacen de su vida: “Debes hacer más caso de tus sensaciones reales de felicidad del día a día, que de tus reflexiones globales sobre lo feliz que eres o deberías ser” y esas “sensaciones” son los sentimientos de placer y propósito asociados a cada experiencia.
Daniel Kahneman le llama el “yo-que-experimenta” para diferenciarlo del “yo-que-recuerda” o el yo-evaluador. Por ejemplo, una persona puede estar experimentando su relación de pareja, o su trabajo, de una manera y evaluándolo de otra. El autor pone el ejemplo de una amiga que hacía un balance positivo de su trabajo pese a que se quejaba a diario de lo que le deprimía. O sea, puedes “creer” que eres feliz haciendo algo, pero no “sentirte” feliz, y al revés. Por eso es tan importante afinar los mecanismos de feedback para visibilizar el impacto real que tiene cada cosa que hacemos en nuestra felicidad cotidiana, y eso es algo que no hacemos mucho, ni hacemos bien. Andamos demasiado de prisa para recoger ese Feedback con el cuidado que merece.
Los tres principales “fallos atencionales” que solemos cometer, y que debemos corregir, obedecen a deseos, proyecciones y creencias equivocadas: 1) DESEOS: A veces deseamos cosas que una vez conseguidas nunca se traducen en sentimientos mejores de placer o propósito. Hay “deseos de logro” o “de propiedad” que pueden ser caprichos, y lo peor es que repetimos una y otra vez el mismo patrón sin corregirlo precisamente porque está fallando el feedback, 2) PROYECCIONES: Solemos cometer errores sobre lo feliz que nos hará algo. A veces incurrimos en el “sesgo de proyección” cuando utilizamos equivocadamente nuestras sensaciones y prioridades actuales para proyectar el modo en que nos sentiremos en el futuro. También cometemos errores al recordar lo bien que nos lo hemos pasado en una actividad. Por ejemplo, quizás decides repetir unas vacaciones en un sitio debido a un momento especialmente emocionante, cuando en realidad estuviste aburrido casi todo el tiempo, 3) CREENCIAS: Con respecto a quiénes somos y cómo nos gustaría ser.
2.- Diseñar contextos:
Esta es la parte que más me ha gustado del libro, por su enfoque original y por cómo aplica nociones de diseño a la mejora de la felicidad. Aquí, además, muestra conexiones interesantes con el GTD, del que hemos hablado ampliamente en estos posts.
Dolan hace referencia a una investigación de T. L. Webb y P. Sheran (2006): “Does changing behavioral intentions engender behavior change?”, que llega a una conclusión muy sugerente. Resulta que las intenciones explican, a lo sumo, una cuarta parte de los cambios en las conductas ligadas a la salud, y las otras tres cuartas partes se explican mediante factores asociados a contextos específicos que inducen a la acción. Por ejemplo, haces ejercicio físico si tienes una bonita zona al aire libre cerca de casa o si ponen un gimnasio en tu oficina.
La premisa es que es posible modificar la conducta si se cambia adecuadamente el contexto, así que como la atención está condicionada de manera inconsciente por contextos determinados, hay que rediseñar los contextos para ayudar a la atención a que se aplique realmente a las actividades que nos hacen más felices. Como se ve, el enfoque de Dolan está más basado en el contexto que en el impulso cognitivo, y lo explica así: “Por lo general es más fácil y efectivo dar un empujoncito al sistema 1 (automático) que un empellón al sistema 2 (deliberado)”.
A la hora de rediseñar contextos, puede bastar con que apliques un principio tan básico como este: Si quieres actuar de una determinada manera, póntelo fácil. Y si quieres evitar hacer algo, póntelo difícil. O sea, cambiar el entorno que te induce a la acción de tal modo que las cosas buenas sean más fáciles, y las malas más difíciles.
Hay que empezar planteándose si las señales de nuestro entorno son propicias para activar las buenas prácticas de asignación del tiempo que queremos seguir. Por ejemplo, un aspecto importante son las “opciones por defecto” que adoptamos. Como somos lo suficientemente perezosos para seguir las opciones predeterminadas, éstas se convierten en “compromisos pasivos” de los que no somos conscientes. Por ejemplo, si la página de inicio en mi ordenador es Facebook, es bastante probable que dedique más tiempo a esta red social, que si empiezo siempre por una carpeta de documentos. Si fijo por defecto que los lunes a primera hora siempre realizaré una actividad determinada que sé que me hace bien, para no cumplir tendría que “desatenderme activamente” del compromiso, lo que es más costoso.
Otra estrategia de diseño de contextos bastante efectiva es “primarse”, o sea, introducir activadores inconscientes (“efectos de imprimación”) que funcionen como recursos nemotécnicos que induzcan determinados comportamientos. La idea es establecer “señales” que nos conecten de forma automática con la rutina deseada. Un ejemplo sencillo es este: si quieres perder peso, es mejor usar platos más pequeños por el hecho de que tendemos de forma inconsciente a llenar el plato. O podrías ponerte un salvapantalla en tu ordenador que te recuerde machaconamente alguna cosa que te conviene hacer como ir al gimnasio.
Otra clave de diseño de contextos es conseguir que la rutina no deseada sea más cara, más costosa. Por ejemplo, si quieres ver menos TV, no pongas el equipo en la habitación o en la sala, sino en un sitio al que tengas que desplazarte o sea incómodo quedarse. Si Internet te distrae en exceso, puedes crear espacios “libres de internet” en casa, a los que llegue muy mal la señal del rooter, para trabajar en momentos que necesites máxima concentración.
Concluyendo, te recuerdo que la fórmula para ser más felices es tan sencilla (y complicada) como esta: prestar más atención a lo que nos hace felices y menos a lo que no, y de ahí viene el subtítulo del libro: “Cambia lo que haces, no tu forma de pensar. Eres lo que haces”. Un ejemplo claro para entender la receta es este: “Para ser más feliz, hay un método casi infalible: pasa más tiempo con las personas que te gustan”. Y en el peor de los casos, si no puedes cambiar lo que haces, cambia las cosas a las que prestas atención.
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