Norbert Bilbeny, filósofo
Tengo 62 años. Soy de Barcelona. Soy catedrático de Ética en la UB. Estoy casado y tengo tres hijos, Beatriu (39), Carles-Marcel (33) y Casilda (10), y tres nietos (12, 9 y 4). ¿ Política? Libertad, igualdad y cortesía. ¿ Creencias? Tao, Evangelios y Bach. Enseña a tus hijos a tener fe en la vida
La vida como espiral
“Espero llegar a anciano sin ser viejo”, me dice Bilbeny cuando le pregunto por su edad. Le veo bien encaminado, con el fulgor con que se expresa y la tersura de su dermis. Aún no se ha jubilado, pero su último libro, La vida avanza en espiral (Ariel), lo protagonizan un profesor que se jubila y que conversa con su sobrino nieto, al que transmite lo que ha aprendido sobre ética. A mí me enseña el valor de la conversación y me cita a Henri Bergson para iluminar la tesis de su libro: “El pensamiento filosófico es concéntrico, despliega meditaciones sobre un centro”, y el caso es que nuestra charla termina en el punto en que empezó: el quién, el individuo como centro.
Qué le llevó a la filosofía?
“Si Dios lo ha hecho todo, ¿quién lo ha hecho a Él?”, me preguntaba de niño. “Si soy libre, ¿por qué no puedo tener diez novias a la vez, o volar, o...?”
Filosofar ¿es preguntar?
¡Y proveer respuestas!
¿Y cuál es la gran respuesta?
El quién.
¿Qué quiere decir?
Buscamos el qué y el cómo..., pero ¿y el quién?: ¡siempre hay algún quién en algún sitio! Quién dice o hace algo y a quién.
¿Qué es lo peor que podemos hacer?
Ser crueles: dañar por placer. La vida ya conlleva dolor, ¡no añadas más!
Sin querer dañar, podemos dañar.
Eres amo de tus palabras y silencios: aprende a evitar palabras o silencios que dañan.
Se nota que es profesor de Ética...
El único modo seguro de equivocarte es dañar o dañarte.
¿Y el mejor modo de hacer algo bueno?
Persistir: héroe es quien cae... y vuelve a levantarse. Repetir, ¡eso es triunfar! “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”, dijo Churchill.
¿Y qué es el fracaso?
No comunicarse. ¿Qué nos pasa? Que muere alguien cercano y nos lamentamos: “No le dije que le quería”. ¡Gran fracaso! Conversa, comunícate. No comunicarse es fracasar.
Peor es matarse.
El suicidio es una epidemia de Occidente: expresa que perdemos la capacidad de afrontar la adversidad.
¿Qué sugiere que hagamos?
Somos animales sociales: sin comunicación, agonizamos. Enseñemos a los hijos a comunicar. El suicidio no es una patología médica, ¡es una patología comunicacional!
Pues nunca antes dispusimos de tanta tecnología para comunicarnos.
Pero nos asusta el trato directo: ¡los jóvenes tienen miedo a telefonear! Prefieren escribir un watsap. Y conectamos la tele, la radio, por necesidad de compañía.
Es verdad.
Un caso real: una señora recibe la visita de una hija en su casa, y esta le abre una ventana para echar un moscardón, y la señora dice: “¡Déjalo, me hace compañía!”.
¿Cuál es el antídoto de la depresión?
Cultivarse a uno mismo, dedicarse tiempo, hacer algo útil, ilusionante.
¿Somos libres?
Una piedra que cae al vacío... ¿es libre? No: la atrae la gravedad. Somos como esa piedra.
Hombre...
La libertad es una dimensión poética, metafórica. No existe a escala humana: ¿acaso podemos pensar el universo o sentir lo que queramos? Queremos ser libres, pero lo somos muy limitadamente. Luchemos por defender esa modesta libertad: sus límites son trampolines, son nuestras posibilidades.
Deme ejemplos de límites.
La democracia es un límite, la educaciónes un límite, la familia es un límite, la ética es un límite... creados como palancas de nuestra libertad, desde la que obrar bien o mal.
¿Y en qué consiste obrar bien?
Ejerciendo esa modesta libertad y con responsabilidad, actuar en favor de la vida. Ser buen padre, por ejemplo, consiste en hacer que tu hijo sepa que puede confiar en ti.
Amor incondicional.
Amar es querer la felicidad del otro. Es dar. Y si amas, por el mero hecho de amar, ¡eres ya feliz!
¿Aunque nadie te ame a ti?
Puedes ser feliz sin que te amen, pero no puedes ser feliz sin amar.
Quizá también alguien te ame... y no sabes apreciarlo.
Si no te llega ese amor, si no lo sientes, es que no te aman lo bastante bien.
Filosofando sobre la vida, ¿a qué conclusión ha llegado?
Que la vida avanza en espiral. Como la naturaleza misma: las galaxias son espirales, el corazón es un músculo espiral, el ADN es una espiral, el embrión crece en espiral...
¿Y eso qué supone?
Que partes de un centro, de una primera vez en todo, y avanzas, pero repitiendo lo anterior, dando vueltas y volviendo a lo mismo aunque a distinta distancia... No es fortuito que se repitan cosas en tu vida: ¡es ineluctable, pues eso es lo que tú eres! Y morir supone precipitarte sobre el centro de tu espiral.
¿Qué le enseñaría a un hijo?
Al hijo le transmitimos genes y lenguaje, y habría que transmitir algo más: ¡fe!
¿Fe? ¿Fe... en qué?
Fe, ¡confianza! Confianza en el mundo, en las personas. Enséñale que si le robasen todo a 5.000 kilómetros de casa, ¡no estaría de-samparado y solo! Le bastará con creer, bien en Dios, bien en una persona que pase por allí: ¡esa persona es tu amiga, enséñale! Eso debemos enseñar a un hijo, a tener fe.
Este mundo como lugar amable, pese a todo, ¿no?
Si tienes fe en las personas, en ti mismo, en la sociedad, en que todo irá bien, ¡todo te irá bien! Si uno tiene esa fe indesmayable, insistirá, repetirá, será indoblegable, persistirá: ¡será un héroe! Ya te lo he dicho al principio: la verdad siempre está en el quién.
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