Acaba de terminar el IV CITES, el congreso sobre tecnologías emergentes y sociedad que la UNIR organiza para sus profesores, todo un lujo y ejemplo de cómo se apuesta por la calidad y la formación en la Universidad a la que ahora pertenezco y a la que dedico mis mejores esfuerzos. Para mí fue el primero, un privilegio con sabor agridulce que nunca olvidaré, pues mis obligaciones en el mismo me han impedido rendir mi ultimo adiós al maestro y al amigo que, en silencio, se nos fue en la madrugada del pasado día 26. Así, en silencio, cosa que no le pega nada porque Paco era grande en todo, pero no le caracterizaba ser silencioso.
No deja de ser una paradoja que, precisamente, una actividad educativa en mi Universidad, haya sido lo que me impidiese asistir a la despedida de sus restos mortales, junto con su familia y la mía, que desde hace ya mucho somos una.
Hace un tiempo había escrito un modesto relato en el blog que pretendía ser un tributo a quien un día, en esas aparentes encrucijadas de la existencia, se cruzó en mi camino y me hizo cambiar el rumbo de mi vida profesional.
He releído esta mañana el texto, con emoción y un poco de pena, pero también de alegría porque estoy convencido de que Paco ya está en su Patria Grande, viendo la esperanza que albergaba en su corazón convertida en realidad, y quizá haya visto mi conferencia de ayer por el rabillo del ojo y es posible que haya pensado: "al final aquella mañana de junio con el biólogo de pantalón blanco no fue perdida del todo", o quizá haya dicho -en frase muy suya- "déjate en paz de tonterías y vete al grano". Aunque la verdad, no creo que haya tenido tiempo de escucharme hablar de tantas cosas que, si leéis hasta el final, veréis que ya él me contaba en 1976, porque seguro que en estos "primeros días de la eternidad" habrá estado muy ocupado viendo tantas maravillas a su alrededor y charlando con tanta gente conocida que le esperaba. En fin...volveremos a hablar de educación algún día, estoy seguro.
Pues aquí va de nuevo aquel texto que el 31 de Diciembre de 2013 escribí para él y que hoy le dedico, un poco apesadumbrado, nuevamente.
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¡Un buen maestro... y amigo, te puede cambiar la vida!
Era un sábado, debía de ser a mediados o finales de Junio del año 1976 cuando visité, un poco por curiosidad y un mucho por compromiso, a un señor burgalés que estaba organizando el desarrollo del colegio Panxón, en la localidad de ese nombre, perteneciente al Instituto Social de la Marina. Un edificio imponente anexo al Templo Votivo del Mar. Ambos del arquitecto Palacios autor, entre otros edificios emblemáticos, del que siempre hemos llamado de Telefónica, en la madrileña plaza de Cibeles. No nos conocíamos, solo sabíamos de nuestra existencia por un amigo común.
Recuerdo que visitamos el colegio de "quilla a perilla", por usar una expresión náutica que viene al caso. Me impresionaron, supongo, la limpieza y sobriedad del edificio, los laboratorios, el entorno. Esto último era conocido para mí como navegante desde la niñez, pues la bahía de Bayona es uno de los lugares con más encanto del sur de Galicia. Hay quien dice incluso que Bayona es bonita porque está enfrente de Panxón.
Sin embargo mantengo, aún hoy, muy viva la imagen de su entusiasmo, su paciencia y su enorme respeto por un "jovenzano" de pantalón blanco que había hecho allí una parada antes de irse a la playa. No me pareció que quisiera convencerme de nada (incauto de mí), pero con su entusiasmo y amor por la enseñanza (y naturalmente por la educación) me estaba mostrando un mundo del que yo no tenía más experiencia que la de haber sido alumno en una escuela de pueblo años atrás. ¡Qué importante es el amor a lo que uno hace! Sin pretenderlo, me estaba "clavando un rejón de muerte" con su mensaje.
Me habló de "la educación personalizada", de "la relevancia de la tutoría", de "lo importante que es la evaluación", de "conocer a las familias de los alumnos", de "estar siempre ahí dispuestos a orientar, aconsejar, acompañar", de "saber qué les preocupa a nuestros alumnos", de "adelantarnos a sus problemas".
Un detalle importante de aquel proyecto, que me iba desgranando mientras visitábamos las instalaciones del centro, es que se daba importancia a las actividades extraescolares (no se si se había inventado entonces la palabra) y de la posibilidad de hacer un club de vela... Uhmm, esto me gusta, pensé. Además, "ten en cuenta que muchos de estos niños son huérfanos del mar y nos necesitan especialmente, muchas veces seremos sus padres y sus madres". Me parece que aquello fue la puntilla. Desde muy niño he convivido, en el más estricto sentido del término, con las gentes de la mar: he jugado de niño, navegado, pescado, comido, aprendido gallego, con ellos . La costa y sus gentes, particularmente sus pescadores de bajura y de altura también (¡aquel viaje a Terranova...!), forman una parte importante de mi vida.
Nos despedimos cordialmente. Creo que no le causé buena impresión, pero ¿a mí qué?, yo me iba a Lisboa a lo mío.
Pasaron unas semanas en las que no dejé de pensar en aquel proyecto, a pesar incluso de estar dedicado a otros menesteres. "Investigación", "vela", "huérfanos del mar", "laboratorios", "entusiasmo", "amor al trabajo bien hecho...". ¿Hacía falta más para convencer incluso a un despistado biólogo pesquero? Y pasados unos meses decidí, no sin cavilar de lo lindo, incorporarme al colegio, abandonando para siempre la biología pesquera, que no el mar. Todo un panorama nuevo por delante. Hoy, 38 años después, estoy persuadido de que hice lo mejor. Lo volvería a hacer sin ninguna duda.
Aquella re-orientación profesional trajo, con los años, otras más profundas y, a partir de 1979, comencé mi verdadera vocación oculta, que no podría haberse realizado sin aquel encuentro previo con la enseñanza de manos de un maestro: mi trabajo como profesor e investigador sobre la educación en la Universidad, en la que estoy desde hace 34 años.
Qué fácil y qué difícil. Y todo se deriva de un encuentro aparentemente fortuito con un burgalés enamorado de la enseñanza, maestro, como siempre le gustó considerarse, que me esperaba a la vuelta de la esquina, sin yo saberlo. Él tampoco lo sabía.
Así se teje la vida, como una sucesión de causas que se encadenan de manera aparentemente azarosa. Solo aparentemente. Y de aquí la importancia que este breve relato tiene para mí y espero que para Paco también. Desde luego, con los años uno atisba mejor aquello de que "cómo hagamos las cosas dependen muchas otras que habrán de venir después".
Si aquel día soleado de Junio hace 38 años yo no me hubiese encontrado con un verdadero maestro, que luego fue y sigue siendo mi amigo, mi vida habría sido otra.
Decía mi padre que "de bien nacido es ser agradecido", por eso ahora que los años se amontonan y la salud se deteriora y uno puede tener sensación de que no ha hecho todo lo que hubiese querido, me ha parecido un buen momento para rendir homenaje al maestro y al amigo.
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