"Lo que es correcto hacer, no puede ser hecho demasiado pronto" —Jane Austen
El mejor estado para realizar cualquier trabajo intelectual es bajo profunda concentración.
Poetas, matemáticos, escritores, abogados, programadores, estudiantes, científicos; todos aquellos para quienes la mente es su principal recurso, se ven beneficiados cuando disponen de largos periodos de trabajo con perfecta e ininterrumpida atención.
Cuando nuestra mente trabaja con impecable enfoque en la tarea que tiene por delante es cuando empieza a fluir.
El estado de flujo, denominado así por el gran psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, técnicamente se define como "un estado óptimo de conciencia en el que nos sentimos en nuestra mejor condición y nuestro desempeño es el mejor posible".
El silencio y la concentración favorecen tanto el esfuerzo mental que muchos intelectuales lo consideran imprescindible.
Para el gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer eran tan importantes las condiciones bajo las cuales trabajaba, que un día casi llega a las manos con un vecino ruidoso que le impedía sumergirse en sus profundas cavilaciones.
Como Schopenhauer, todos preferimos trabajar bajo condiciones óptimas. Pero no siempre disponemos de ellas, y, sin embargo, la ausencia de un entorno ideal no debería servirnos de excusa para realizar nuestro trabajo. Para avanzar en nuestras metas.
Jane Austen fue una de las más grandes novelistas de las historia de la literatura. Le regaló al mundo cinco obras maestras: Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Emma y Persuasión, las cuales aún se siguen leyendo y estudiando con dedicación.
Lo que sorprendente es que esta descomunal obra fue llevada a cabo bajo condiciones que otros artistas considerarían como inapropiadas. Y aquellos con vocación débil con seguridad habrían renunciado.
Austen sólo disponía de un minúsculo escritorio ubicado en el medio de un transitado salón de una transitada casa. Nada de despachos privados con perfecta decoración e inspiradas vistas. Tampoco disponía del conveniente silencio que tantos artistas consideran indispensable.
Su trabajo era con frecuencia interrumpido por la ajetreada vida social de su familia. Y aun así, Jane Austen se las arregló para producir obras de calidad magistral.
No, no estoy diciendo entonces que está bien trabajar en medio de distracciones, con Facebook, Twitter, WhatsApp y el correo abierto. Nuestra famosa novelista no podía trabajar de otra forma. Tu si puedes cerrar las aplicaciones.
Lo que quiero resaltar es su auténtico e indeclinable compromiso. No permitió que las inapropiadas condiciones le impidieran honrar y entregarse a su vocación.
El obstinado compromiso de Austen debería servirnos de inspiración a todos nosotros. Muchas veces nos excusamos en la falta de condiciones ideales para no hacer lo que deberíamos hacer.
No estamos en forma porque la bici que tenemos está vieja y no nos va a aguantar. “Ahh… si tuviera esa tan bonita y brillante que aparece en el nuevo catálogo seguro que ya me habría librado de esta barriga”.
“Este ordenador va muy lento y por eso no puedo aprender a programar”. “Es que necesito un entrenador personal porque yo sola no soy capaz”.
Con seguridad que si la aguerrida escritora escuchara nuestra letanía de excusas y lamentos, con gesto incrédulo y mal disimulada impaciencia nos diría: “venga chico, deja ya de lloriquear y ponte a trabajar”.
En realidad es muy difícil disponer de las condiciones ideales, de todos los recursos necesarios y, además, que los astros estén alineados. La mayoría de nosotros debemos enfrentar restricciones de algún tipo.
Esto no nos debe detener. Si de verdad estamos comprometidos con nuestro crecimiento, con el desarrollo de nuestras habilidades o con nuestro verdadero propósito, las limitaciones se convierten en una incomodidad mas que en un impedimento.
Y ahora tu, ¿cual es la excusa que estás utilizando para no consagrarte a esa misión que solo tu puedes realizar?
Poetas, matemáticos, escritores, abogados, programadores, estudiantes, científicos; todos aquellos para quienes la mente es su principal recurso, se ven beneficiados cuando disponen de largos periodos de trabajo con perfecta e ininterrumpida atención.
Cuando nuestra mente trabaja con impecable enfoque en la tarea que tiene por delante es cuando empieza a fluir.
El estado de flujo, denominado así por el gran psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, técnicamente se define como "un estado óptimo de conciencia en el que nos sentimos en nuestra mejor condición y nuestro desempeño es el mejor posible".
El silencio y la concentración favorecen tanto el esfuerzo mental que muchos intelectuales lo consideran imprescindible.
Para el gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer eran tan importantes las condiciones bajo las cuales trabajaba, que un día casi llega a las manos con un vecino ruidoso que le impedía sumergirse en sus profundas cavilaciones.
Como Schopenhauer, todos preferimos trabajar bajo condiciones óptimas. Pero no siempre disponemos de ellas, y, sin embargo, la ausencia de un entorno ideal no debería servirnos de excusa para realizar nuestro trabajo. Para avanzar en nuestras metas.
Jane Austen fue una de las más grandes novelistas de las historia de la literatura. Le regaló al mundo cinco obras maestras: Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Emma y Persuasión, las cuales aún se siguen leyendo y estudiando con dedicación.
Lo que sorprendente es que esta descomunal obra fue llevada a cabo bajo condiciones que otros artistas considerarían como inapropiadas. Y aquellos con vocación débil con seguridad habrían renunciado.
Austen sólo disponía de un minúsculo escritorio ubicado en el medio de un transitado salón de una transitada casa. Nada de despachos privados con perfecta decoración e inspiradas vistas. Tampoco disponía del conveniente silencio que tantos artistas consideran indispensable.
Su trabajo era con frecuencia interrumpido por la ajetreada vida social de su familia. Y aun así, Jane Austen se las arregló para producir obras de calidad magistral.
No, no estoy diciendo entonces que está bien trabajar en medio de distracciones, con Facebook, Twitter, WhatsApp y el correo abierto. Nuestra famosa novelista no podía trabajar de otra forma. Tu si puedes cerrar las aplicaciones.
Lo que quiero resaltar es su auténtico e indeclinable compromiso. No permitió que las inapropiadas condiciones le impidieran honrar y entregarse a su vocación.
El obstinado compromiso de Austen debería servirnos de inspiración a todos nosotros. Muchas veces nos excusamos en la falta de condiciones ideales para no hacer lo que deberíamos hacer.
No estamos en forma porque la bici que tenemos está vieja y no nos va a aguantar. “Ahh… si tuviera esa tan bonita y brillante que aparece en el nuevo catálogo seguro que ya me habría librado de esta barriga”.
“Este ordenador va muy lento y por eso no puedo aprender a programar”. “Es que necesito un entrenador personal porque yo sola no soy capaz”.
Con seguridad que si la aguerrida escritora escuchara nuestra letanía de excusas y lamentos, con gesto incrédulo y mal disimulada impaciencia nos diría: “venga chico, deja ya de lloriquear y ponte a trabajar”.
En realidad es muy difícil disponer de las condiciones ideales, de todos los recursos necesarios y, además, que los astros estén alineados. La mayoría de nosotros debemos enfrentar restricciones de algún tipo.
Esto no nos debe detener. Si de verdad estamos comprometidos con nuestro crecimiento, con el desarrollo de nuestras habilidades o con nuestro verdadero propósito, las limitaciones se convierten en una incomodidad mas que en un impedimento.
Y ahora tu, ¿cual es la excusa que estás utilizando para no consagrarte a esa misión que solo tu puedes realizar?
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