lunes, 5 de diciembre de 2016

Meditar te conduce hacia la empatía y la tolerancia

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"La compasión no es una relación entre sanador y herido. Es una relación entre iguales. Sólo cuando conocemos bien nuestra propia oscuridad, podemos estar presentes en la oscuridad de los demás. La compasión se vuelve real cuando reconocemos nuestra humanidad compartida" —Pema Chöndrön

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Gracias a Joshua Earle por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Durante las instrucciones de seguridad que dan en los vuelos, se recomienda que en caso de emergencia nos pongamos primero la mascarilla de oxígeno, y luego ayudemos a los demás a ponerse la suya.

En principio esto puede parecer egoísta, ¡sálvate tú primero y luego piensa en los demás! Pero no es así.

La razón por la cual debemos asegurarnos nosotros antes, es que si estamos bien, podemos ayudar a otros de manera más efectiva. Pero si, por el contrario, nos falta el aire, de poca utilidad seremos.

La filosofía budista (que en ocasiones es también señalada como egoísta) nos hace la misma sugerencia. Nos invita a que primero nos pongamos a salvo, para luego ayudar.

Son los ex alcohólicos, no los actuales alcohólicos, los que mejor pueden contribuir a que otros abandonen la adicción.

Para poder curar, debemos antes sanarnos a nosotros mismos.

La meditación es el instrumento, la medicina que utiliza el budismo para cultivar un espíritu más sano y positivo.

Meditar es un ejercicio de control de la atención. Nos concentramos en algo, puede ser la respiración, una palabra, una imagen, o en lo que sea. Lo importante es fijar la atención, no en que la fijas.

La concentración no es el estado normal de la mente, esta tiende de forma natural a vagar sin rumbo. Así que cuando estamos meditando, es decir, fijando la atención en algo, nuestra mente se rebela y busca regresar a su estado errante.

Cada vez que surgen los pensamientos durante la meditación, lo que debemos hacer es, con gentileza, traerla de vuelta la atención hacia el objeto con el cual estamos trabajando.

Como consecuencia de este ejercicio, lo que ocurre es que empezamos a ser más conscientes de la clase de pensamientos que proliferan en nuestra mente.

Este no es un beneficio menor. Es la manera cómo podemos cambiar nuestra vida por completo.

Por lo general, los seres humanos vamos por la vida totalmente inmersos, hipnotizados por el monólogo interno que se desarrolla dentro de nuestra cabeza. Tan cautivados vamos que somos incapaces de reparar en su existencia.

El escritor norteamericano David Foster Wallace utilizó la siguiente metáfora para ilustrar lo poco conscientes que somos de lo que pasa por la mente.
Están estos dos jóvenes peces nadando y se encuentran con un pez más viejo que iba en dirección contraria, este saluda con la cabeza y dice: "Buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?" Los dos jóvenes continúan nadando un poco más, luego uno de ellos mira al otro y dice: "¿Qué diablos es el agua?".
El monólogo es el agua. Y la meditación es el instrumento que nos permite ser conscientes de su existencia.

Lo que hacemos con la meditación es ganar cierta distancia, crear un espacio desde el cual podemos observar con una actitud más neutral lo que ocurre dentro de nuestra mente.

Podemos ver con curiosidad, desapego y mayor ecuanimidad, la cantidad de negatividad que hay en ese monólogo interno.

Inseguridad, egoísmo, vanidad, celos… abundan dentro de la narrativa que gobierna al cerebro.

Por supuesto, también se producen pensamientos de los buenos: compasivos, altruistas, optimistas, amables. Pero la negatividad existente es en muchas ocasiones paralizante y abrumadora.

Cuando somos conscientes de esta condición, una actitud más compasiva, tolerante y amable hacia los demás, y hacia nosotros mismos, emerge de forma natural.

Resulta mucho más difícil juzgar a otros con severidad si conocemos los muchos defectos que nosotros mismos poseemos. Percibir la viga en nuestro propio ojo, nos hace más tolerantes con la paja en el ojo ajeno.

Reconocemos a nuestros semejantes como seres que, de la misma manera que hacemos nosotros, también luchan por evitar el dolor y el sufrimiento.

Y esta es la manera como empezamos a irradiar felicidad y ayudar  a los demás. Cuando somos más calmados y tolerantes, todos a nuestro alrededor se benefician de esa actitud.

Una sola persona, con actitud positiva, es capaz de disolver la negatividad que intoxica una atmósfera, y crear las condiciones para que surjan la amabilidad y la tolerancia dentro de ella.

Dice El Dalai Lama que su religión es la bondad. Yo quiero que sea la mía también. Si queremos ver un mundo más justo, compasivo y amable, debemos empezar por ser más justos, compasivos y amables nosotros mismos. Debemos primero erradicar la enfermedad de nuestros propios corazones.

Ser el cambio que queremos ver.

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