Cincuenta minutos al día. Casi una hora se pasa el usuario medio cada día utilizando Facebook, Facebook Messenger e Instagram, el conjunto de aplicaciones de Facebook, y eso sin tener en cuenta WhatsApp, que en el caso de países como España se han convertido para muchos en un patrón de uso que raya la obsesión.Facedicción,likeholismo y varios nombres más se utilizan para calificar esta adicción a la conexión permanente, a la retroalimentación constante, al compartir y ver lo que otros comparten como si no hubiera un mañana.
Pero a mí, que no suelo quedarme satisfecho con este tipo de análisis tremendistas, lo que de verdad me pide el cuerpo es preguntarme si esto realmente tiene algo de malo, si es un uso adecuado de mi tiempo, o qué hacía yo antes con esos cincuenta minutos. La explicación bucólica de que antes utilizaba ese tiempo para pasearme románticamente entre flores y mariposas o para mantener interesantes conversaciones con mi mujer no me sirve: utilizo esas herramientas probablemente más que la media, pero sigo, casi todos los días, teniendo tiempo para ambas cosas (probablemente ayude el que tengo habitualmente muy cerca tanto las flores como a mi mujer, privilegios que no están al alcance de cualquiera :-)
¿A qué dedicaba antes el tiempo que ahora invierto en Facebook, en Messenger o en Instagram? El de Facebook me parece cada día más evidente, porque tengo claro que dedico el tiempo cada vez más a leer noticias, ver vídeos o leer actualizaciones relacionadas con la actualidad, con las noticias, con cosas que caen dentro de mis intereses o de los de mis amigos. Tengo amigos que comparten cosas que corresponden a intereses comunes de los que hablamos cuando nos vemos, y haber leído fuentes comunes porque él las ha visto en mi timeline o yo las he visto en el suyo es claro que enriquece nuestras conversaciones, que expande la base común sobre la que construir argumentos interesantes. Otro amigo comparte infinidad de cosas de actualidad generalista, de noticias, de política, e infinitos virales de humor: hay días en los que me llega a parecer cansino, pero además de ser amigo mío y de que le perdonaría perfectamente aunque tuviese un día especialmente intenso, tengo que reconocer que mis prioridades tienden a orientarse más a la información relacionada con los temas tecnológicos y de innovación, y que por tanto, sin Facebook y sin ese buen amigo, me sentiría mucho peor informado, más perdido en más conversaciones. Tengo que recordarlo la próxima vez que le vea e invitarle a una caña.
Por otro lado, veo también claramente como mi tiempo en Facebook se dedica cada vez menos a la estricta capa social, a felicitar a un amigo que está de cumpleaños o a ver las fotos del viaje de otro, que a leer noticias. Los algoritmos de Facebook parecen ir afinando bien mis intereses, entregándome noticias que me parecen atractivas, que me llevan a hacer clic – y si ahora, además, trabajan en eliminar esa absurda plaga llamada clickbait, mejor aún (¡ni te imaginas lo que pasará después!)
¿Instagram? No he sido capaz de alcanzar ese nirvana del Instagram en el que viven los jóvenes, en el que cada foto se convierte en un pretexto para una conversación interminable que, en muchas ocasiones, nada tiene que ver con la foto que tiene encima. Los usuarios de mi generación, por lo general, tienden a hacer algún Like que otro – que cuando es en mis fotos, me hace verdadera ilusión – y, como mucho, a escribir algo relacionado con la foto, a alabarla o a comentar algo directamente relacionado con ella. Mi uso de Instagram, por tanto, corresponde a procesar una foto, filtrarla, ponerla mona, subirla, y echar un ojo a lo que han subido otros. Grato, agradable, entretenido… puro ocio relacionado con una de mis aficiones, la fotografía. Antes, decididamente, consumía menos contenido relacionado con ese hobby y me generaba menos ideas.
Messenger es, para mí, una paradoja. Si el uso supera a unos pocos elegidos – familia, amigos muy directos y algunos pocos más – me colapsa, me distrae y se vuelve inmanejable. No uso Facebook Messenger y no uso WhatsApp (mi número de teléfono está demasiado expuesto), aunque eso me convierta en un poco asocial, y en cambio, sí uso, intensamente además, Hangouts o Telegram para mantenerme en contacto con mi familia (y dado lo hiperconectada que es mi familia, eso es casi “en permanente contacto”). Antes de las mensajerías instantáneas había que llamarse, y la verdad, no veo que esa situación fuese mejor que ahora en absoluto.
Mark Zuckerberg tiene su despacho en la privilegiada cúspide de una pirámide que le permite observar a qué dedican su tiempo 1650 millones de usuarios en todo el mundo. Desde esa posición, toma decisiones de compra para seguir una estrategia envolvente, de paraguas, que intenta mantener a esos usuarios el mayor tiempo posible dentro de sus propiedades. Que haya llegado ya a que le entreguemos casi una hora de cada día o más puede ser una noticia preocupante para muchos, pero francamente, para mí no. No me siento especialmente obligado a hacerlo, podría dejarlo en cualquier momento (aunque me sienta un poco yonqui cuando lo releo) y la verdad, me apetece que la compañía ponga en valor otras de sus adquisiciones, como Oculus VR, para poder pasar una parte de ese tiempo enchufado a un visor de realidad virtual, aunque esta imagen ponga todavía más nerviosos a algunos.
Cincuenta minutos al día tienen un significado muy distinto según quien interprete la noticia. Para algunos, es una prueba clarísima de alguna supuesta decadencia de la sociedad, de alguna aberración o de algún problema psicológico profundo. Para mí, es algo perfectamente normal, y es más, una situación que disfruto explorando. No sé si soy un raro, pero decididamente, no me considero ningún tipo de “prisionero” de Mark Zuckerberg, ni nada que se le parezca. La verdad, no me veo como aquellos esclavos, que cantaban mientras trabajaban. Sinceramente, no veo que mi uso de estas herramientas resulte en modo alguno problemático o preocupante, e incluso me gusta. Creo que me da más grados de libertad de los que me quita, no considero que de ninguna manera me haya hecho ver menos o quedar menos con mis amigos, sigo planificando ocasiones con ellos con regularidad y disfrutando de cada momento y de cada botella de vino que nos bebemos juntos. ¿Seré un bicho raro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario