Por Facundo Manes
La columna del doctor Facundo Manes.
Nos habrá pasado infinidad de veces: cuando vivimos una situación de peligro, se activa en nosotros un sistema muy básico, rápido y no consciente que permite hacerle frente a lo que está ocurriendo. Este sistema biológico que se pone en marcha es un mecanismo de defensa conocido como "respuesta de estrés".
El cerebro detecta una amenaza y activa una respuesta en donde actúan componentes autonómicos (aceleración del ritmo cardíaco y respiración para tener más oxígeno en los músculos para huir o luchar), neuroendocrinos (liberación de hormonas de glándulas que activan mecanismos de alerta) y del sistema inmune (encargados de identificar y atacar agentes que pueden causar enfermedades).
Ahora bien, este sistema de estrés se pone en funcionamiento frente a amenazas concretas, presentes y que se pueden ver, pero también los seres humanos tenemos la capacidad de anticiparnos al peligro sin que éste efectivamente suceda.
Podemos incluso imaginar situaciones que nunca han ocurrido, y que tal vez nunca ocurran. ¿Qué es lo que nos amenaza? Muchas veces sabemos con claridad que estamos ante un peligro, por ejemplo, la posibilidad de un riesgo físico como la presencia próxima de fuego o una persona con un arma; biológicas, como la aparición de un animal en posición de ataque o incluso solamente que camine por una pared una especie temida (como una araña o una víbora); y, por supuesto, sociales, como la percepción del miedo o el enojo en el rostro de otra persona.
En cambio, algunos estímulos pueden ser confusos. Aquello que es intimidante para una persona, puede no serlo para otra, y hasta puede resultar atractivo, como, por ejemplo, hablar en público o subir a una montaña rusa.
Cuando cualquiera de esas amenazas desaparece, la respuesta de estrés se debería desactivar. Pero, ¿qué pasa si esto no sucede, si seguimos actuando como si estuviéramos constantemente ante un peligro cuando de hecho no lo estamos?
Si el mecanismo de estrés sigue activado, tiene lugar el "estrés crónico". Entonces, ese sistema que debía funcionar como defensa y autoprotección del organismo, deja de serlo y se vuelve en contra de nosotros mismos. Nos ataca.
Por ejemplo, a nivel cognitivo, la respuesta aguda de estrés favorece el incremento del nivel de alerta, la atención y la formación de memorias. Pero, en el largo plazo provoca deterioro cognitivo.Cuando "estamos estresados", la respuesta inmune del organismo también se ve afectada. Como consecuencia el organismo se ve más expuesto a las enfermedades.
Estar más alerta de lo que debemos estar, sobre exigirnos más de la cuenta o imaginar todo el tiempo peligros donde no los hay probablemente nos produzca el efecto contrario del necesario: que perdamos la atención en lo realmente importante, que no rindamos lo que tengamos que rendir, que esa manera de vivir se transforme en el verdadero peligro.
Para comunicarse con esta sección: conocer@dpopular.com.arTW@ManesF - FB: facundomanes.
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