Yo no soy perezoso, solo estoy en mi modo "ahorro de energía"
Hace un par de semanas un amigo que estuvo de visita por su pueblo natal me trajo de regalo un delicioso queso de cabra curado en aceite.
Para empezar a disfrutar del apetitoso obsequio, lo partí en trozos y lo traslade con su aceite a un recipiente de cristal.
Sin embargo, al poco tiempo mi mujer trajo a casa queso fresco y después de unos días empecé a notar que cada vez que me apetecía algo de queso tomaba un poco del fresco en lugar del curado. ¿La razón? Conveniencia.
Comer del queso curado significa manchar un plato, además de mis manos, con aceite. En cambio con el otro podía cortar un trozo y llevarlo en la mano sin necesidad de manchar nada más.
Cómo era menos trabajoso comer del fresco terminé consumiéndolo más.
Algo similar me ocurrió con unas aceitunas. Con frecuencia a la hora de la merienda me apetecen algunas. Sin embargo, durante un par de semanas estuve sin comerlas. ¿La razón? Otra vez, conveniencia.
Resulta que al organizar la nueva compra del supermercado, el frasco de las aceitunas quedó en el fondo de un cajón, y para acceder a él tenía que vaciar casi todo lo que había en el mismo. Como las aceitunas ya no estaban tan a la mano, empecé a merendar otras cosas.
El factor conveniencia es conocido desde hace tiempo por los expertos en formación de hábitos. Y funciona en ambos sentidos, facilita abandonar aquellos hábitos que queremos dejar y ayuda a prosperar a los que nos convienen.
Por ejemplo, en cuestión de dieta, resulta muy provechoso dejar los alimentos saludables visibles y asequibles, y aquellos que debemos evitar o comer muy poco, en lugares de difícil acceso.
Los seres humanos tendemos a evitar los esfuerzos innecesarios, venimos cableados de fábrica para conservar calorías. Así que si dejamos los alimentos “prohibidos” en lugares apartados, nuestra natural pereza nos ayudará a consumirlos menos.
Y si lo que quieres es hacer más ejercicio, debes escoger un gimnasio cercano a tu lugar de trabajo o a tu hogar, y cuyos horarios te resulten convenientes. Si te matriculas en una clase de Yoga al otro extremo de la ciudad, ya estás en una buena posición para fracasar.
Y yo aquí lo dejo, tanto hablar de comida hizo que me diera hambre. Hasta la próxima.
Para empezar a disfrutar del apetitoso obsequio, lo partí en trozos y lo traslade con su aceite a un recipiente de cristal.
Sin embargo, al poco tiempo mi mujer trajo a casa queso fresco y después de unos días empecé a notar que cada vez que me apetecía algo de queso tomaba un poco del fresco en lugar del curado. ¿La razón? Conveniencia.
Comer del queso curado significa manchar un plato, además de mis manos, con aceite. En cambio con el otro podía cortar un trozo y llevarlo en la mano sin necesidad de manchar nada más.
Cómo era menos trabajoso comer del fresco terminé consumiéndolo más.
Algo similar me ocurrió con unas aceitunas. Con frecuencia a la hora de la merienda me apetecen algunas. Sin embargo, durante un par de semanas estuve sin comerlas. ¿La razón? Otra vez, conveniencia.
Resulta que al organizar la nueva compra del supermercado, el frasco de las aceitunas quedó en el fondo de un cajón, y para acceder a él tenía que vaciar casi todo lo que había en el mismo. Como las aceitunas ya no estaban tan a la mano, empecé a merendar otras cosas.
El factor conveniencia es conocido desde hace tiempo por los expertos en formación de hábitos. Y funciona en ambos sentidos, facilita abandonar aquellos hábitos que queremos dejar y ayuda a prosperar a los que nos convienen.
Por ejemplo, en cuestión de dieta, resulta muy provechoso dejar los alimentos saludables visibles y asequibles, y aquellos que debemos evitar o comer muy poco, en lugares de difícil acceso.
Los seres humanos tendemos a evitar los esfuerzos innecesarios, venimos cableados de fábrica para conservar calorías. Así que si dejamos los alimentos “prohibidos” en lugares apartados, nuestra natural pereza nos ayudará a consumirlos menos.
Y si lo que quieres es hacer más ejercicio, debes escoger un gimnasio cercano a tu lugar de trabajo o a tu hogar, y cuyos horarios te resulten convenientes. Si te matriculas en una clase de Yoga al otro extremo de la ciudad, ya estás en una buena posición para fracasar.
Y yo aquí lo dejo, tanto hablar de comida hizo que me diera hambre. Hasta la próxima.
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