Robin Galante despertó un día con la sensación de que la casa con la que acababa de soñar le quería decir algo. No era la primera vez que ocurría: aquella casa llevaba diez años apareciendo mientras dormía y, como si alguien la hubiese construido en su subconsciente, se había convertido en el más recurrente de sus sueños. Intentó describirla a su marido para explicarle cómo era, tan distinta a la que compartían en San Francisco, y no se le ocurrió mejor forma que dibujarle un plano. Trató de representarla de la manera más fiel al subconsciente. Pero, a medida que la dibujaba, sentía que iba olvidando cómo era. Así que el resultado estaba más cerca de un recuerdo fragmentado y desestructurado. En definitiva, tal como se recuerdan los sueños: a pedazos.
Según una investigación de Lyon Neuroscience Research Center, la unión temporoparietal es la parte del cerebro encargada de permitir que los sueños puedan ser recordados. En función de su mayor o menor actividad, unas personas los rememoran y otras no; unos sueños son recordado y otros no. Según el estudio que estos científicos publicaron en la revistaNeuropsichopharmacology, el descanso es inversamente proporcional a la capacidad de evocar un sueño.
Recordarlos y compartirlos es la obsesión que ha perseguido a artistas (sobre todo desde la irrupción del surrealismo) y a tantos escritores que han relatado sus ensueños en varios diarios a lo largo de su vida o que han basado sus textos en ellos, dando lugar incluso a un género onírico que, paraBorges, era «el más antiguo y el no menos complejo de todos los géneros literarios».
Lo habitual, tanto en la literatura como en el arte visual, es representar una parte del sueño como una imagen o un relato lineal, algo más coherente con la realidad. En literatura onírica, quizá los ‘Cuadernos en octava’ de Kafkasea el ejemplo más recurrente para hablar de fragmentos inconexos. Eso es lo que hace Robin Galante cuando vuelca todas las imágenes agolpadas en sus ilustraciones.
Dijo André Breton que «el surrealismo descansa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación no tenidas en cuenta hasta hoy, de la impotencia del sueño, del proceso desinteresado del pensamiento». Y eso es lo que le estaba pasando a Robin cuando se decidió a empezar esta serie de ilustraciones. Fue el dibujo de la casa lo que la inspiró a recrearlos con la misma apariencia con la que los devuelve el recuerdo.
No soñamos fragmentos; recibimos el sueño como una totalidad con su impacto emocional, energía, impresiones, emociones y su impulso para el pensamiento o la acción. […] Lo vemos, sentimos, escuchamos, saboreamos y olemos, pero no como secuencia, sino de manera simultánea, como un conjuntoSTANLEY KRIPPNER Y ROSA ANDWANDTER.EL LENGUAJE DE LA NOCHE
«Los sueños no son lineales. Al menos, no lo son cuando los recordamos. Suelo recordar mis sueños como pequeñas películas, así que decidí dibujar esos ‘fotogramas’ sin pararme a pensar en el orden. Al hacerlo, descubrí que era capaz de captar no solo la casa, sino lo que sentí cuando soñaba», explica Robin a Yorokobu.
Lo que tanto fascina a la artista del mundo onírico es todo el tiempo que regala o roba a las personas, según se mire: media vida. Lamenta que se dé tan poca importancia a lo que ocurre mientras se duerme porque, si algo ha tenido claro siempre, es que sus sueños sí merecen más dedicación: «Desde pequeña, siempre he dejado constancia de mis sueños en un diario, pero las palabras solo muestran una pequeña parte de la historia. Los sueños representan principalmente emociones. Ilustrarlos me permite transmitir los estados de ánimo y el contenido de mis sueños a través del uso del color, textura y un poco de texto», relata.
En mitad de la noche, Robin se despierta y anota lo que acaba de visualizar para no dar lugar al olvido «Si ahí consigo reflejar información suficiente como para elaborar el dibujo, por la mañana empiezo a ilustrarlo. Tengo que hacerlo muy pronto y rápido porque se va desvaneciendo en mi memoria. Hace falta mucha concentración para extraer todos esos detalles del subconsciente. Es difícil, pero me divierto mucho con ello», explica.
Durante casi cuatro años, Robin ha estado ilustrando sus sueños, compaginando sus creaciones con su trabajo con su faceta de cantante San Francisco, donde compone e interpreta música folk con su guitarra. A veces también crea junto a su marido, Eric Pedersen, con quien ha publicado un disco: ‘The fuzz sessions’ y con el que ofrece conciertos en salas y casas de su ciudad. Robin se siente orgullosa de que Collin Farrell se haya sentado a escucharla mientras tocaba en una cafetería, aunque ella ni se diese cuenta en ese momento, y tiene el honor de que una de sus canciones se haya compartido en la web de Neil Young.
A Robin, compaginar la música con la ilustración le permite «tener varias opciones creativas para poder elegir la mejor forma de compartir una experiencia o emoción utilizando diferentes herramientas». Puesto que a menudo siente la necesidad de estar sola y al mismo tiempo es extrovertida, combinando ambas facetas logra apartarse en su habitación y dibujar o exponerse al mundo y cantar mientras toca la guitarra.
Además de sus dibujos oníricos, ahora está ilustrando un cuento de un autor local y pinta para un podcast llamado Nocturna. Ilustrar su mundo onírico le ha abierto la puerta a una corriente de creatividad que, dice, todavía no conocía. «Quizás estaba silenciado por mi propio crítico interno, en cierto modo. Así que cuando siento que necesito desentumecerme artísticamente, ahora acudo a estos dibujos.»
POR VIRGINIA MENDOZA
Periodista y antropóloga. Autora del libro 'Heridas del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada'. Empecé a escribir en los márgenes de los prospectos. Ahora en Yorokobu.
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