En tiempos de grietas varias y dinámicas violentas naturalizadas al extremo, el prestigioso neurólogo Facundo Manes nos ayuda a entender cómo funcionan los preconceptos que nos llevan a reaccionar sin interacturar con el otro, perdiéndonos la posibilidad de salir diferentes y mejores de ese intercambio.
Las actitudes negativas e incluso agresivas hacia otros grupos suelen estar asociadas a nuestros sesgos mentales y responder a los prejuicios. Es posible definir a éstos como preconceptos, generalmente desaprobatorios, hacia grupos sociales o individuos basados en su pertenencia social, étnica o religiosa.
Las actitudes negativas e incluso agresivas hacia otros grupos suelen estar asociadas a nuestros sesgos mentales y responder a los prejuicios. Es posible definir a éstos como preconceptos, generalmente desaprobatorios, hacia grupos sociales o individuos basados en su pertenencia social, étnica o religiosa.
Los prejuicios influyen en nuestra percepción, guían nuestros juicios y nuestras expectativas.
Una manera de combatirlos es modificando el contexto (por ejemplo, elaborando un escenario cotidiano en compañía de personas que son víctimas de esos prejuicios). Otra es hacer conscientes esos sesgos. Si conocemos la presencia de estas representaciones mentales, podemos controlarlas más fácilmente.
Otra explicación interesante sobre los prejuicios se da a partir del estudio de los mecanismos de la empatía, que consiste en una respuesta afectiva hacia otras personas. La empatía requiere de la comprensión del estado de los pensamientos y sentimientos de los otros y, para ello, es necesario adoptar un foco atencional “doble”, que nos hace tener en cuenta nuestra mente y la del otro.
De acuerdo con Emile Bruneau, investigador del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), esto justamente es lo que falla cuando hay hostilidad y rechazo entre grupos. Propone el concepto “brecha de la empatía”, clave para comprender y desactivar estas conductas.
Contrariamente a lo que se suele suponer, la falta de empatía hacia otra persona no se relaciona tanto con una pobre capacidad empática o de personalidad sino con el grado de identidad con el propio grupo, al que suele asignársele características superiores y a exagerar las diferencias con los demás.
Bruneau observó que en esos casos el cerebro silencia la señal empática con el fin de evitar comprender y ponernos en los zapatos de nuestro “enemigo”. Entonces, cuanta más identificación sesgada hay con el propio grupo, menor es la empatía hacia el otro.
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