"Es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en ningún otro lugar" —Arthur Schopenhauer
Arthur Schopenhauer (1788-1860), el gran filósofo alemán, afirmó que lo que determina la suerte de las personas en la vida, es decir, que tan felices son, está constituido por tres cosas:
1. Lo que uno 'es': es decir, la personalidad, en el sentido más amplio del término. Están incluidos aquí, por lo tanto, la salud, el vigor, la belleza, el temperamento, el carácter moral, la inteligencia y el desarrollo de la misma.
2. Lo que uno 'tiene': o sea, su patrimonio y posesiones de todo tipo.
3. Lo que uno 'representa': bajo esta expresión se entiende, como se sabe, lo que alguien constituye a los ojos de los demás, que en el fondo no es sino la forma en que es representado por ellos. Consiste, por lo tanto, en la opinión que ellos tengan de él, y se divide en el honor, el rango y la fama.
Según Schopenhauer la calidad de nuestra vida está determinada por lo que somos, nuestras posesiones y nuestro estatus (la opinión que los demás tienen de nosotros).
No desconoce el filósofo que los dos últimos aspectos tienen cierta influencia en nuestra vida, incluso existe reciprocidad entre ellos: con mayor riqueza es posible obtener más estatus y con más estatus se puede obtener más riqueza.
Sin embargo, Schopenhauer afirma que lo más importante en cuanto a la calidad de nuestra vida se halla en nosotros mismos y utiliza una frase del filósofo Metrodoro para expresarlo:
No desconoce el filósofo que los dos últimos aspectos tienen cierta influencia en nuestra vida, incluso existe reciprocidad entre ellos: con mayor riqueza es posible obtener más estatus y con más estatus se puede obtener más riqueza.
Sin embargo, Schopenhauer afirma que lo más importante en cuanto a la calidad de nuestra vida se halla en nosotros mismos y utiliza una frase del filósofo Metrodoro para expresarlo:
Es mayor causa de felicidad propia lo que procede de uno mismo que lo que procede de las cosas.
El estatus y la riqueza. por ser cosas externas, no tienen el mismo peso que nuestra personalidad:
Un temperamento sereno y alegre basado en una salud perfecta y en un buen régimen de vida, un entendimiento claro, animado, penetrante y acertado en sus juicios, una voluntad atemperada y apacible y su consiguiente conciencia limpia, son cualidades a las que ningún rango o riqueza puede sustituir. Pues lo que cada uno es para sí mismo, lo que lo acompaña en su soledad y nadie le puede proporcionar o arrebatar es obviamente mucho más importante para él que el resto de sus cualidades o lo que los demás puedan pensar de él. Un hombre ingenioso, aunque esté completamente solo, se entretiene de maravilla con sus propios pensamientos y fantasías, mientras que al torpe ni la alternancia constante de reuniones sociales, ni las obras de teatro, las excursiones o las parrandas lo libran del suplicio del aburrimiento. Un carácter bueno, moderado y manso puede estar satisfecho aun en circunstancias adversas; mientras que uno ávido, envidioso y malvado no lo estará aunque nade en la abundancia. Sin embargo, para aquel que disfruta permanentemente de una individualidad extraordinaria y espiritualmente eminente serán totalmente superfluos, e incluso molestos y onerosos, la mayoría de los placeres generalmente buscados.
Resulta paradójico que siendo más importante para nuestro bienestar cultivar una vida interior saludable, los seres humanos ponemos un mayor empeño y buscamos con mayor vehemencia el estatus y la riqueza:
Y sin embargo, los hombres se afanan cien veces más en adquirir riquezas que en cultivar su espíritu; y ello a pesar de que está fuera de toda duda que lo que uno es contribuye mucho más a nuestra felicidad que lo que uno tiene. De ahí que veamos, cómo más de uno, inmerso en una actividad frenética, se esfuerza de sol a sol en incrementar, con la diligencia de una hormiga, la riqueza que ya tiene. Desconoce todo lo que caiga fuera del reducido ámbito de los medios para lograr ese fin: su espíritu está vacío y es por lo tanto insensible a todo lo demás. Los goces más elevados, los del espíritu, están fuera de su alcance: trata de sustituirlos infructuosamente por otros que son efímeros, sensoriales, que le exigen poco tiempo pero mucho dinero, y cuyo disfrute se permite a sí mismo de vez en cuando. Al final de su vida tiene ante su vista, si le sonrió la fortuna, una verdadera montaña de oro, cuyo incremento o dilapidación será el legado de sus herederos. Una existencia así, aunque esté acompañada de un rostro severo y arrogante, es, por consiguiente, no menos insensata que más de una que merecería el gorro de bufón como símbolo.
Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, y en suma, mens sana in corpore sano(Juvenal, Sat. X , 356), son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores.
[...]
Supongamos que alguien sea joven, hermoso, rico y respetado; aún falta por saber, para opinar sobre su grado de felicidad, si además está contento; pero si está contento, da igual si es joven o viejo, esbelto o encorvado, pobre o rico: es feliz.
No solo Schopenhauer, también la psicología, la psiquiatría, los estoicos, los epicureistas, los budistas... han entendido que la capacidad de darle orden y sentido a lo que ocurre en nuestra mente tiene un peso extraordinario en nuestro bienestar emocional y físico.
Por lo tanto debemos dejar de buscar la felicidad afuera, es en nuestra mente donde se encuentra.
Por lo tanto debemos dejar de buscar la felicidad afuera, es en nuestra mente donde se encuentra.
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