"Qué pocos son los que tienen el valor suficiente para reconocer sus faltas, o la resolución para corregirlas" —Benjamin Franklin
Querámoslo o no; reparemos en ello o no (aunque la mayoría de las veces pasa desapercibido); los seres humanos somos unas versiones inacabadas de nosotros mismos.
El cambio en nosotros es una constante, no solo el físico que traen los años; también nuestra personalidad cambia.
Lo que disfrutábamos hace unos años no es lo mismo que disfrutamos ahora. Los valores, las aptitudes, las actitudes... todo va siendo modificado producto del aprendizaje y las experiencias que vivimos.
Una versión beta es una versión anterior a la comercial de un software, la cual se usa para hacer pruebas y corregir errores.
Dado que el cambio es una constante en nuestras vidas, la actitud que deberíamos tener hacia él es considerarnos como unas eternas versiones betas; siempre inacabadas y siempre susceptibles de ser mejoradas.
Hay quien sostiene que si no estamos mejorando estamos empeorando. Esto en algunos aspectos es cierto y evidente.
Si no trabajamos nuestro cuerpo este se va debilitando y siendo menos capaz. Lo mismo ocurre con nuestro intelecto; con los años la falta de vigoroso estímulo lo va atrofiando.
En cuanto a los rasgos de nuestra personalidad las cosas no están siempre en blanco y negro; en algunos aspectos mejoramos y en otros ocurre lo contrario.
No obstante, considero que no deberíamos dejar al azar dicho cambio, el cual podría argumentarse que es el más importante de todos.
Necesitamos hacernos cargo de él y esforzarnos por mejorar en aquellos aspectos que interfieren con nuestro deseo de ser felices y de alcanzar metas significativas.
En nuestras manos está escoger las virtudes que nos gustaría cultivar y los defectos que deseamos moderar o eliminar. De esta manera podremos convertirnos en el tipo de persona que deseemos.
Lo primero que debemos hacer es definir en qué queremos mejorar, cuáles son las áreas en la que vamos a trabajar. Y después, como no, ponernos a trabajar.
Quizá fue Sócrates quien dijo: “Una vida sin examinar no merece la pena ser vivida”. Para saber si estamos avanzando en nuestro empeño de mejorar debemos hacer de la reflexión y la auto-evaluación un hábito.
Un gran ejercicio que recomiendo realizar es dedicar unos minutos, al final del día, a evaluar nuestros progresos. Benjamin Franklin, uno de los norteamericanos más exitosos de toda la historia era un fiel devoto de esta práctica.
Todos los días evaluaba si se había conducido de la manera como quería conducirse. Cuando comenzó con sus evaluaciones diarias, era frecuente que resultara negativa; sin embargo, con los años las cosas fueron cambiando y el progreso fue cada vez más evidente.
En su autobiografía atribuye a este ejercicio una parte sustancial de su éxito, y recomendó a todos sus descendientes adoptarlo.
Un plan sin ejecución no es otra cosa que un sueño. La auto-evaluación diaria es una forma de asegurarnos que ejecutamos con diligencia nuestros planes de mejora.
Lo que tenemos, la vida que llevamos es consecuencia de lo que somos. Si deseamos tener más, lograr más, primero debemos ser más.
El cambio en nosotros es una constante, no solo el físico que traen los años; también nuestra personalidad cambia.
Lo que disfrutábamos hace unos años no es lo mismo que disfrutamos ahora. Los valores, las aptitudes, las actitudes... todo va siendo modificado producto del aprendizaje y las experiencias que vivimos.
Una versión beta es una versión anterior a la comercial de un software, la cual se usa para hacer pruebas y corregir errores.
Dado que el cambio es una constante en nuestras vidas, la actitud que deberíamos tener hacia él es considerarnos como unas eternas versiones betas; siempre inacabadas y siempre susceptibles de ser mejoradas.
Hay quien sostiene que si no estamos mejorando estamos empeorando. Esto en algunos aspectos es cierto y evidente.
Si no trabajamos nuestro cuerpo este se va debilitando y siendo menos capaz. Lo mismo ocurre con nuestro intelecto; con los años la falta de vigoroso estímulo lo va atrofiando.
En cuanto a los rasgos de nuestra personalidad las cosas no están siempre en blanco y negro; en algunos aspectos mejoramos y en otros ocurre lo contrario.
No obstante, considero que no deberíamos dejar al azar dicho cambio, el cual podría argumentarse que es el más importante de todos.
Necesitamos hacernos cargo de él y esforzarnos por mejorar en aquellos aspectos que interfieren con nuestro deseo de ser felices y de alcanzar metas significativas.
En nuestras manos está escoger las virtudes que nos gustaría cultivar y los defectos que deseamos moderar o eliminar. De esta manera podremos convertirnos en el tipo de persona que deseemos.
Lo primero que debemos hacer es definir en qué queremos mejorar, cuáles son las áreas en la que vamos a trabajar. Y después, como no, ponernos a trabajar.
Quizá fue Sócrates quien dijo: “Una vida sin examinar no merece la pena ser vivida”. Para saber si estamos avanzando en nuestro empeño de mejorar debemos hacer de la reflexión y la auto-evaluación un hábito.
Un gran ejercicio que recomiendo realizar es dedicar unos minutos, al final del día, a evaluar nuestros progresos. Benjamin Franklin, uno de los norteamericanos más exitosos de toda la historia era un fiel devoto de esta práctica.
Todos los días evaluaba si se había conducido de la manera como quería conducirse. Cuando comenzó con sus evaluaciones diarias, era frecuente que resultara negativa; sin embargo, con los años las cosas fueron cambiando y el progreso fue cada vez más evidente.
En su autobiografía atribuye a este ejercicio una parte sustancial de su éxito, y recomendó a todos sus descendientes adoptarlo.
Un plan sin ejecución no es otra cosa que un sueño. La auto-evaluación diaria es una forma de asegurarnos que ejecutamos con diligencia nuestros planes de mejora.
Lo que tenemos, la vida que llevamos es consecuencia de lo que somos. Si deseamos tener más, lograr más, primero debemos ser más.
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