Esta semana, una buena amiga me pasó un tweet sobre el futuro del automóvil, donde el Director de Seguridad en el Transporte de EEUU afirmaba que “un sistema de conducción autónoma que lidie con todo es imposible”. Efectivamente, según un artículo de MIT Technology Review, parece imposible conseguir vehículos 100% autoconducidos.
Es muy arriesgado hacer afirmaciones categóricas sobre lo que es imposible en tecnología. Sabemos que nos encontramos en una época de tecnologías exponenciales. La tecnología genera tecnología para generar tecnología más rápidamente, así que el progreso se acelera de forma no lineal, en direcciones imprevistas. Lo que verdaderamente es imposible es adivinar las trayectorias tecnológicas de futuro. Básicamente, porque nuestro cerebro trabaja linealmente. Integra conocimientos previos en un marco de escenarios conocidos, y tiende a construir supuestos sobre axiomas preexistentes. Cuando imaginamos el futuro de automóvil, lo hacemos sobre la base del paradigma actual (lo que en innovación se denomina “diseño dominante”): el coche es mío, lo conduzco yo, tiene motor y un volante. Pensamos en lo que es posible con las tecnologías actuales. Sobre esos puntos de anclaje, que inconscientemente damos por supuestos, intentamos construir escenarios. Sin embargo, ¿qué pasaría si el coche no fuera mío, si no lo condujera yo, si no tuviera motor, ni volante, ni pedales, ni cambio de marchas? ¿Si fuera una especie de business office o salón de té móvil?
Imaginemos que estamos en 1980. Somos Olivetti (líder mundial del sector), y alguien nos dice que la máquina de escribir morirá en 3 años. Imposible. Siempre, todas las oficinas del mundo necesitarán máquinas de escribir. Imaginemos que en esa época nos dicen que con un extraño dispositivo tendríamos acceso a toda la información del mundo en nuestras manos. Imposible. Que veríamos vídeos y películas de alta definición mientras esperamos el bus. Imposible. Que todos los libros y la música de nuestra vida estarían en el bolsillo. ¿Todos los libros en el bolsillo? Menuda majadería. ¡Un libro mide 20 cm x 5 cm y pesa 300 gramos! ¡Imposible! Imaginemos que en 1990 nos dicen que haríamos fotos con el teléfono y las teletransportaríamos por el aire. Miraríamos el cacharro colgado en la pared con un dial para marcar los números y diríamos ¡imposible! Imaginemos que nos anuncian que, de hecho, podríamos llamar a alguien que camina por la calle. Pensaríamos ¿y cómo demonios nos contesta? Recordaríamos el “zapatófono” de Mortadelo y Filemón y diríamos que esa idea era imposible y, además, ridícula. Se llamaba a un lugar (a la casa de los padres o de los amigos). No a una persona.
Pero, de hecho, ni siquiera los mejores especialistas del mundo son capaces de anticipar el futuro. En 2007, Steve Ballmer, presidente de Microsoft, afirmaba que “no hay ninguna opción de que el iPhone vaya a significar cambio alguno en el mercado”. Poco antes, ante los rumores de que Apple iba a lanzar un teléfono móvil propio, el New York Times anunciaba “a todos los que nos preguntan cuándo Apple entrará en el mercado móvil les podemos decir que seguramente nunca”. En 1997, Nathan Myhrvold, CTO de Microsoft declaró que “Apple está ya muerta”.
Colossus, uno de los primeros ordenadores electrónicos (IIWW,) Wikipedia. |
Robert Metcalfe, fundador de 3Com, vaticinó en 1995 que “internet sería como una supernova que colapsaría antes de 1996”. Ken Olson, presidente y fundador de Digital Equipment dijo un día de 1977 que “jamás, nadie, por ningún motivo, iba a querer un ordenador electrónico en su casa”. Claro, si el ordenador pesara 50 toneladas (como los primeros), o 200 Kgrs, como los mainframes de 1977 esa idea era impensable. De hecho, en 1947, Thomas Watson (IBM) determinaba que el mercado potencial de los ordenadores electrónicos iba a ser sólo de “unas cinco unidades” en todo el mundo. Pocos años después los departamentos de prospectiva de mercado de IBM descartaban también invertir en el despliegue de la fotocopiadora afirmando a Xerox que su mercado iba a ser, como mucho, 5.000 unidades por año en todo el planeta.
En 1946, Darryl Zanuck, directivo de la 20th Century Fox pensaba que “la televisión no tiene futuro. Nadie va a estar sentado ante esa caja cada noche”. El almirante William Lehay afirmaba a principios de 1945 al presidente Truman que una bomba basada en energía nuclear no era posible, y lo decía como “experto en explosivos”. Pocos años antes, el presidente de Michigan Saving Bank había advertido a sus clientes que no invirtieran en Ford Motors, puesto que “lo que es seguro es que el caballo existirá siempre, el automóvil es sólo un nuevo invento dudoso”.
Antes, en los años 20, Lee de Forest, inventor de las válvulas electrónicas de vacío, se atrevía a declarar que “independientemente de todos los posibles avances futuros, era imposible que jamás un hombre pisara la luna”. Como tampoco los científicos del siglo XIX creían posible que una máquina más pesada que el aire pudiera volar. Ante la aparición del teléfono, William Preece, presidente de la British Post Office afirmó que “los americanos quizá necesiten teléfonos, pero nosotros vamos sobrados de chicos repartidores de mensajes”. Incluso Napoleón despreció la máquina de vapor. “¿Cómo quiere usted vencer las corrientes marinas y la fuerza del viento encendiendo un fuego en el interior de un bajel? Perdone, no tengo tiempo de escuchar esta estupidez”, hablando sobre el nuevo invento de Robert Fulton.
La historia de la innovación nos deja dos potentes lecciones: jamás podemos afirmar que algo es imposible, incluso a muy corto plazo. Y, como reza el título de un reciente artículo de Singularity University: “Uber yourself before you get Kodak’ed”. Uberízate antes de que te Kodakicen. Transforma tu modelo de negocio a los nuevos tiempos antes de que te pase como a Kodak, que creyó que el carrete fotográfico iba a existir para siempre.
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