Mi amigo Santi García me pidió que participase en el podcast que hace a medias con Jordi Serrano sobre el futuro del trabajo, y el resultado es una charla de media hora que han titulado como “¿Hay trabajos que sería mejor que no existieran?”
Hablamos sobre la evolución del concepto de trabajo y de cómo se expresa en función de gradientes como la edad o la experiencia, del papel de la tecnología, o de los límites de la sustitución del trabajo humano. Sí, la tecnología nos ofrece la manera de llevar a cabo una tarea como, por ejemplo, conducir, no solo de manera infinitamente más barata, sino además, infinitamente mejor, ¿tiene realmente sentido que en un entorno así siga habiendo personas dedicadas a conducir? ¿Avanzamos hacia entornos en los que conducir deja de ser una actividad humana como tal, como ocurrió con los serenos que encendían las luces de la calle, o hacia imaginar áreas metropolitanas como la de San Francisco, como comenta Travis Kalanick, con más de un millón de coches autónomos y cincuenta o cien mil conductores en su plantilla, frente a los treinta mil que tiene ahora? ¿Vemos la tecnología como liberación del ser humano, que puede dejar de hacer determinadas tareas, o como la maldición del que tenía trabajo y lo pierde? ¿Cuándo hablamos de sustitución total, y cuándo de suplementación, de coordinación, de combinación de las capacidades del hombre con capacidades adicionales que les proporciona una máquina? ¿Es un bot una maldición que una compañía utiliza para ahorrarse un salario, o algo con lo que preferimos interactuar porque no tenemos la sensación de ser pesados cuando preguntamos cosas varias veces? ¿Cuántos puestos de trabajo que son desempeñados por personas terminarán estando ahí como manera de mantener a esas personas empleadas, cuando en realidad habría soluciones mucho mejores en las que el humano no sería necesario? ¿Y cuál es el papel de la educación en todo este proceso?
Visualizar esta transición empieza a ser más importante que nunca. La solución no está en enrocarse en el continuismo, en pretender preservar a toda costa puestos cuya necesidad es eliminada por la tecnología o en imaginar conspiraciones planetarias para enriquecer al 1% de la humanidad y relegar a la pobreza al resto. Tampoco está, por supuesto, en plantearse absurdos como una sociedad en la que los robots fabrican todo, pero nadie lo puede comprar, o en ridiculizar la renta básica “porque nadie haría nada y sería el fin de la humanidad”. La solución pasa por hablar mucho de estas cosas, por planteárselas de todas las maneras posibles, por intentar elevar el nivel de una discusión que va a ser cada día, a medida que el tiempo sigue trayéndonos cosas que ya habíamos previsto hace mucho tiempo, más necesaria.
Como siempre que se habla de estas cosas, muchas preguntas y pocas respuestas.
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