"Por ello, debemos hacer automáticos y habituales, lo antes posible, tantas acciones útiles como podamos, y protegernos, como si fuera la plaga, contra las que van surgiendo y que puedan resultar desfavorables para nosotros" —William James
Cuando aprendemos a conducir, necesitamos poner toda nuestra atención en lo que estamos haciendo.
Debemos fijarnos en los pedales (acelerador, freno y embrague), en la palanca de cambios, en el volante, en los otros coches… Son tantas cosas que al comienzo puede resultar abrumador e intimidante.
Por fortuna, una vez conducimos con fluidez, cuando muchos de los movimientos están automatizados, esta tarea deja de ser (dentro de unos límites) tan exigente con nuestra atención.
En el momento en que el manejo de las marchas, los pedales y la dirección se vuelven instintivos, liberamos recursos mentales (otra vez, dentro de ciertos límites) y podemos, además de conducir, realizar otras tareas: disfrutar del paisaje, escuchar música e incluso sostener una conversación. No, maquillarse y ‘guasapear’ no son actividades permitidas ni recomendables, ni siquiera siendo piloto de Fórmula Uno.
Esto mismo es lo que ocurre con los hábitos. Mientras los ponemos en marcha requieren gran atención y esfuerzo. Pero una vez están interiorizados se vuelven automáticos y, de igual manera, liberan los recursos mentales que fueron necesarios para su establecimiento.
Por eso, cultivar buenos hábitos es tan importante y beneficioso: una vez que nos acostumbramos a hacer deporte, leer con regularidad, comer más frutas y verduras, o cualquier otra cosa, esto ocurre con naturalidad, de forma automática y, entonces, los hábitos nos conceden sus beneficios casi sin notar el esfuerzo.
Es al principio cuando consumen mucha de nuestra fuerza de voluntad, pero una vez establecidos esta es liberada y podemos utilizarla para implementar el siguiente buen hábito, para continuar perfeccionándonos.
Una buena colección de convenientes hábitos —aquellos que apoyan e impulsan nuestras metas y objetivos— son la base sobre la cual edificamos nuestro imperio. “La gente exitosa —afirma Brian Tracy— son simplemente aquellos con hábitos exitosos”.
El éxito no es algo a lo que se llega gracias a una extraordinaria acción única, es el resultado de miles de acciones ejecutadas con consistencia durante mucho tiempo. Por eso, sin buenos hábitos, es tan difícil (mas bien imposible) alcanzar la excelencia.
Por desgracia, cualquiera que haya realizado promesas de cambio en año nuevo (si, esas que se hacen copa en mano y abrazando al borracho de al lado), sabe que establecer una nueva rutina es tarea harto difícil. Esa es la razón por la cual en la segunda mitad de enero la mayoría de las buenas intenciones han caído en el olvido. (Bueno, en realidad no las olvidamos. Hacemos como si no las recordáramos para que la vergüenza no sea tan grande.)
Adoptar buenos hábitos va a requerir siempre algún esfuerzo, casi nunca es fácil, sin embargo, hay dos elementos que en muchas ocasiones pasamos por alto y que contribuyen de manera significativa al éxito: mentalidad y motivación.
Seamos sinceros, levantarse a las 6:00 AM (especialmente en invierno) para ir al gimnasio no es algo que nos haga llorar de felicidad. Sin embargo, si nos repetimos todo el tiempo: “yo no soy capaz”, “no tengo fuerza de voluntad”, “esto es muy difícil”... no es ninguna sorpresa que se quede el gimnasio pagado y sin usar.
Una mentalidad positiva y optimista resulta indispensable en toda intención de cambio. Los pensamientos negativos no hacen sino sabotear nuestros esfuerzos.
Todos, absolutamente todos podemos cambiar. No existe ninguna razón para que tu seas la excepción. Así que no permitas que la irritante e inoportuna voz dentro de tu cabeza decida que es lo que puedes o no hacer. ¡No le prestes atención! !Solo hazlo!
La motivación, la otra palabra clave, surge de la recompensa que esperamos obtener por nuestro nuevo virtuoso comportamiento: un cuerpo atractivo, mejor salud, más sabiduría, mayores ingresos, relaciones más profundas, con lo que sea que sueñes.
Cuando la fuerza de voluntad flaquea (en algún momento lo hará), es muy conveniente imaginarnos, visualizar el gran premio que deseamos obtener, de esta manera la motivación vendrá a echarnos una mano cuando las fuerzas están menguadas.
Imaginarte la cara que se le quedará a la vecina cuando te vea con el vientre plano y un trasero firme y arrogante, seguro que te ayudará a con esa última sentadilla que parece imposible de realizar.
Por eso, antes de ir adoptando nuevos hábitos a la bartola, conviene pensar antes cual es la recompensa, el bien que esperamos obtener de él. Visualizar ese gran beneficio nos ayudará a continuar en los momentos difíciles.
Ahora bien, para mejores resultados es recomendable que visualices, además de la recompensa, como ejecutas el hábito. Las investigaciones han encontrado que visualizarnos ejecutando alguna acción aumenta las probabilidades de que la llevemos a cabo.
Así que además de pensar en lo bien que vas a lucir, imagínate también comiéndote ese delicioso plato de ensalada y haciendo con alegría las abdominales prescritas en tu rutina.
Los hombres somos criaturas de hábitos, en promedio repetimos a diario el 45% de nuestros actos. Por ello, no es sorpresa que la calidad de nuestros hábitos y la capacidad para mejorarlos tengan tanta influencia en la calidad de nuestras vidas.
Debemos fijarnos en los pedales (acelerador, freno y embrague), en la palanca de cambios, en el volante, en los otros coches… Son tantas cosas que al comienzo puede resultar abrumador e intimidante.
Por fortuna, una vez conducimos con fluidez, cuando muchos de los movimientos están automatizados, esta tarea deja de ser (dentro de unos límites) tan exigente con nuestra atención.
En el momento en que el manejo de las marchas, los pedales y la dirección se vuelven instintivos, liberamos recursos mentales (otra vez, dentro de ciertos límites) y podemos, además de conducir, realizar otras tareas: disfrutar del paisaje, escuchar música e incluso sostener una conversación. No, maquillarse y ‘guasapear’ no son actividades permitidas ni recomendables, ni siquiera siendo piloto de Fórmula Uno.
Esto mismo es lo que ocurre con los hábitos. Mientras los ponemos en marcha requieren gran atención y esfuerzo. Pero una vez están interiorizados se vuelven automáticos y, de igual manera, liberan los recursos mentales que fueron necesarios para su establecimiento.
Por eso, cultivar buenos hábitos es tan importante y beneficioso: una vez que nos acostumbramos a hacer deporte, leer con regularidad, comer más frutas y verduras, o cualquier otra cosa, esto ocurre con naturalidad, de forma automática y, entonces, los hábitos nos conceden sus beneficios casi sin notar el esfuerzo.
Es al principio cuando consumen mucha de nuestra fuerza de voluntad, pero una vez establecidos esta es liberada y podemos utilizarla para implementar el siguiente buen hábito, para continuar perfeccionándonos.
Una buena colección de convenientes hábitos —aquellos que apoyan e impulsan nuestras metas y objetivos— son la base sobre la cual edificamos nuestro imperio. “La gente exitosa —afirma Brian Tracy— son simplemente aquellos con hábitos exitosos”.
El éxito no es algo a lo que se llega gracias a una extraordinaria acción única, es el resultado de miles de acciones ejecutadas con consistencia durante mucho tiempo. Por eso, sin buenos hábitos, es tan difícil (mas bien imposible) alcanzar la excelencia.
Por desgracia, cualquiera que haya realizado promesas de cambio en año nuevo (si, esas que se hacen copa en mano y abrazando al borracho de al lado), sabe que establecer una nueva rutina es tarea harto difícil. Esa es la razón por la cual en la segunda mitad de enero la mayoría de las buenas intenciones han caído en el olvido. (Bueno, en realidad no las olvidamos. Hacemos como si no las recordáramos para que la vergüenza no sea tan grande.)
Adoptar buenos hábitos va a requerir siempre algún esfuerzo, casi nunca es fácil, sin embargo, hay dos elementos que en muchas ocasiones pasamos por alto y que contribuyen de manera significativa al éxito: mentalidad y motivación.
Seamos sinceros, levantarse a las 6:00 AM (especialmente en invierno) para ir al gimnasio no es algo que nos haga llorar de felicidad. Sin embargo, si nos repetimos todo el tiempo: “yo no soy capaz”, “no tengo fuerza de voluntad”, “esto es muy difícil”... no es ninguna sorpresa que se quede el gimnasio pagado y sin usar.
Una mentalidad positiva y optimista resulta indispensable en toda intención de cambio. Los pensamientos negativos no hacen sino sabotear nuestros esfuerzos.
Todos, absolutamente todos podemos cambiar. No existe ninguna razón para que tu seas la excepción. Así que no permitas que la irritante e inoportuna voz dentro de tu cabeza decida que es lo que puedes o no hacer. ¡No le prestes atención! !Solo hazlo!
La motivación, la otra palabra clave, surge de la recompensa que esperamos obtener por nuestro nuevo virtuoso comportamiento: un cuerpo atractivo, mejor salud, más sabiduría, mayores ingresos, relaciones más profundas, con lo que sea que sueñes.
Cuando la fuerza de voluntad flaquea (en algún momento lo hará), es muy conveniente imaginarnos, visualizar el gran premio que deseamos obtener, de esta manera la motivación vendrá a echarnos una mano cuando las fuerzas están menguadas.
Imaginarte la cara que se le quedará a la vecina cuando te vea con el vientre plano y un trasero firme y arrogante, seguro que te ayudará a con esa última sentadilla que parece imposible de realizar.
Por eso, antes de ir adoptando nuevos hábitos a la bartola, conviene pensar antes cual es la recompensa, el bien que esperamos obtener de él. Visualizar ese gran beneficio nos ayudará a continuar en los momentos difíciles.
Ahora bien, para mejores resultados es recomendable que visualices, además de la recompensa, como ejecutas el hábito. Las investigaciones han encontrado que visualizarnos ejecutando alguna acción aumenta las probabilidades de que la llevemos a cabo.
Así que además de pensar en lo bien que vas a lucir, imagínate también comiéndote ese delicioso plato de ensalada y haciendo con alegría las abdominales prescritas en tu rutina.
Los hombres somos criaturas de hábitos, en promedio repetimos a diario el 45% de nuestros actos. Por ello, no es sorpresa que la calidad de nuestros hábitos y la capacidad para mejorarlos tengan tanta influencia en la calidad de nuestras vidas.
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